E n las últimas conversaciones sobre las consecuencias de la pandemia hemos llegado a tres conclusiones comunes. Estamos de acuerdo en que lo más doloroso han sido las muertes de esos seres queridos que, probablemente en otras condiciones, se habrían podido evitar. Hemos coincidido también en la gravedad de los efectos económicos, en especial los que padecen los padres y las madres de familias que han perdido sus trabajos. Y, en tercer lugar, opinamos que está siendo muy triste la soledad de los ancianos que, aislados en residencias o en sus domicilios, están desconectados de sus familiares y amigos.
En mi opinión, deberíamos seguir reflexionando sobre las importantes lecciones que nos enseñan estas situaciones amargas y dolorosas con el fin de que, en la medida de lo posible, evitemos que empeoren aún más las condiciones de la vida que aún nos quede. Sería lamentable que estas tristes experiencias no nos sirvieran, al menos, para distinguir las cuestiones verdaderamente importantes de aquellas otras que no son absolutamente decisivas para sobrevivir y para vivir de una manera digna y humana.
“No es el momento de hacer demagogia pero cuando nos enteramos de las cifras astronómicas que perciben algunos deportistas, estrellas de cine o de televisión, y jefes de empresas de telecomunicaciones, por ejemplo, nos resulta difícil reprimir sentimientos de indignación y vergüenza por este modelo de sociedad”
Esta crisis nos debería ayudar para que recobremos la lucidez y para que valoremos la importancia de las tareas realmente imprescindibles como, por ejemplo, la medicina, la enfermería e, incluso, esos otros oficios que, aunque están escasamente reconocidos y mal pagados, adquieren una importancia realmente vital. Fijemos nuestra atención, por ejemplo, en los investigadores científicos, en los cuidadores de las personas mayores, en los que limpian nuestras calles y en los que recogen nuestras basuras.
No es el momento de hacer demagogia pero cuando nos enteramos de las cifras astronómicas que perciben algunos deportistas, estrellas de cine o de televisión, y jefes de empresas de telecomunicación, por ejemplo, nos resulta difícil reprimir sentimientos de indignación y de vergüenza por este modelo de sociedad. Opino que, al menos, deberíamos reflexionar con el fin de mejorar estos desequilibrios tan injustos y trabajar para acercarnos a un mundo más equitativo, solidario, seguro y sostenible.
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