El gol de cabeza de Carles Pujol hizo posible que la selección española esté pasado mañana jugando una final. A estas alturas esta noticia pertenece a la prehistoria. La información es así, transcurre rápida como la vida misma. A fin de cuentas la información es sólo un retrato virtuoso, en ocasiones, desvirtuado, del día a día. Todo depende con el mérito que la cuentes, o la habilidad, la soltura o la destreza. El color. Pero el gol de cabeza de Carles Pujol quedará archivado en la memoria de todas las generaciones que acudieron masivamente a ver como España afrontaba al enemigo alemán.
Siempre me ha sorprendido la capacidad de captación que el deporte rey tiene entre los seres humanos. Ni siquiera sé porqué goza de este título que de alguna manera menosprecia a otras modalidades menores. Menores por seguidores, presupuestos, por cifras en resumidas cuentas. Donde la camiseta se suda igual o más y los honorarios son infinitamente más bajos. Y a pesar de todo, el futbol consigue algo que nadie es capaz de conseguir, la unificación. Bajo dos colores, bajo el mismo grito de guerra, bajo el mismo sentimiento. El fútbol ha conseguido que nuestra bandera luzca por todas partes, en todos los balcones, en los escotes, en los niños, en las bufandas a pesar de las altas temperaturas que cuecen el territorio español superando los cuarenta grados. Y esa unión, este sentimiento de fiesta, de jolgorio, alejado de la peineta y la paella, de cualquier estereotipo mal avenido, ha sido una lección para todos aquellos que nunca esperaron ver unidas a tantas comunidades soplando gugucelas, agitando los brazos, resoplando cuando el gol no llegaba, brincando cuando Carles se alzó buscando el esférico con la cabeza. La selección Española rompió todas esas barreras que tanto esfuerzo y empeño dedican algunos descerebrados a levantar.
Y así es la noticia, y así de elegante lució el periodismo español no haciendo eco de la negativa catalana municipal de brindar a los barceloneses la oportunidad de vivir esta historia del deporte en la plaza Sant Jaume. Pero así es la vida, Villa Maravilla, Pujol blaugrana nos metió en la onírica final. Porque de eso se trataba, de jugar, de defender la roja, de ser deportista con todos los honores de un deportista, sea futbolista, ciclista, surfista, boxeador o tenista.
Lo más importante de este mundial ya ha sucedido.
Cuando rueda el balón, no hay crisis, no hay paro, los colores se venden a todo trapo, la reina, solitaria, salta y se cuela en el vestuario de once hombres sudados en calzoncillos, siendo capaz de mantener el tipo con elegancia monárquica. Aplaudiendo abiertamente a la vez que les brinda un “maravilloso” con acento griego. Y Carles, el del cabezazo, se encuentra a la real visita en paños menores.
¿Alguien echó de menos a Leticia y don Felipe?
Lo más importante de este mundial ya ha sucedido.
Si por algún casual Holanda nos aventajara el domingo, sería injusto cargar las tintas contra esta selección. Me temo que esto es imposible, por dos razones. Uno; porque no sucederá. Dos; porque nos daremos de bruces con la crisis, el paro, el descenso de la tarjeta por comprar a todo trapo nuestros colores patrios y porque nos cuesta sobre manera sentirnos orgullosos de nosotros mismos.
Y no, no pienso hacer ninguna alusión al pulpo Paul.