Nadal alzó al cielo la copa de su primer U.S. Open completando el celestial “Golden Grand Slam”. Para fortuna de los seguidores del español la final fue un retrato de lo que había acaecido durante todo el campeonato: Nadal dominó de principio a fin todos los compases del juego, incluso cuando el serbio Novak Djokovic le rompió el servicio, recuperándolo poco después. Ni siquiera el segundo set, que cayó en manos de su contrincante, se debió a la lucidez de este último sino a los errores inoportunos del balear. Pero de poco le sirvió a un Djokovic que nunca asustó, incapaz de batir en una final importante a Rafael Nadal o a Roger Federer, un síndrome parecido al que padece su compañero de raqueta el británico Andy Murray. Al menos al serbio le queda el consuelo de recuperar el número dos del mundo, pese a que por el juego oportunista que ha desplegado en los dos últimos años no lo aparente.
A partir de esta extraordinaria victoria se debe reflexionar acerca de la estabilidad del futuro deportivo de un jugador tan exitoso y a la vez jovencísimo como Rafa Nadal, al que no le queda nada por ganar. ¿Qué nuevos límites pueden incentivar su ambición? O, planteado de manera más directa: ¿perecerá el jugador que hemos visto campear en Australia, Francia, Inglaterra y Estados Unidos por no encontrar una aspiración que le sugiera lo necesario? La respuesta a esta pregunta es un absoluto misterio. Sin embargo, por su juventud y sus inmensas ganas de competir me atrevería a afirmar que, aunque jamás hubiera habido premio mayor en este deporte, Nadal lo hubiera practicado sabiéndolo de antemano, cosa que, tal vez, otros tenistas no puedan decir, aunque su talento sea más grande que el de Rafa.
Para hacer justicia tendríamos que diferenciar entre dos tipos de deportistas: los que profesan un inconmensurable amor a su deporte y los que aprovechan su capacidad natural en este para sacar la máxima rentabilidad en cualquier aspecto, no sólo el económico. Con toda la sinceridad que pueda concentrar en este momento, creo que el español, por su humildad y su constante e infernal sacrificio, es de los primeros. Por esto y por su amplísima y rica dimensión personal Rafa Nadal merece el mayor de los respetos, pues se lo ha ganado a pulso con cada uno de sus pasos, de sus golpes y de sus buenos modos con todos, tanto con los que le han apoyado siempre como con aquellos que le han dado la espalda en los momentos más difíciles.
No crean que el que escribe estas líneas es un seguidor incondicional del tenista balear, porque, de hacerlo, estarán errando por completo. No obstante la actitud y la aptitud de las personas, sobre todo de aquellas que ofrendan su vida en pro del esfuerzo, son merecedoras de todos los loores que se puedan grabar, independientemente de los deliriosos y apetentes gustos personales. De parte de un cuasi adorador de Roger Federer: felicidades Rafa.
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