Ayer los tambores anunciaban que los pasos de Semana Santa estaban en la calle; hoy procesionaban en Elche la Hermandad y Cofradía del Santísimo Cristo de la Agonía, María Santísima de la Amargura y Santa María Magdalena.
El chirimiri avisó de tormenta y así fue: prisas, tumulto, filas de penitentes esparcidas en todas direcciones, músicos leyendo e interpretando la partituras sacras seguían detrás del paso imitando a sus compañeros del Titanic: los últimos en abandonar el barco.
Se buscaba refugio en los soportales, comercios, paraguas, entradas de edificios y cualquier sitio que no fuera la intemperie, pero el viento no se alia con nadie y el líquido elemento no entiende de cristos, de vírgenes y de santos.
El manto de esta semana de pasión será de agua, los balcones asomarán por si para la lluvia, la carrera oficial ofrecerá el espectáculo de los palcos y sillas vacías salvo algún romántico que aguante el chaparrón con lagrimones de agua salada.
Incienso, cirios capirotes, capataces, costaleros, el Hermano Mayor poniendo orden en la bulla. Los nazarenos marchan descapuchados, las cruces derraman agua que simula sangre, los pálios mojados horadan en las imágenes; es una sensación amarga de acompañar a la soledad del recorrido.
Siempre me han gustado estás procesiones, estos ritos compartidos por el pueblo preñados de símbolos, significados y acicalados con un lenguaje hernenéutico.
Mi posición de observador se independiza de la religiosidad y la fe, me transformo en antropólogo, filósofo, sociólogo y estudio la fenomenología de la religión tan distinta en cada confesión.
Aquí convive el lujo y la riqueza con un cristo descarnado, las joyas de la madre de Dios con las cadenas que arrastran los pies descalzos, los trajes impecables de los capataces, las autoridades civiles, los militares y muchos de las personas que derraman pasión al paso de la Magdalena o del Cachorro.
Se comparte en una imagen la vida y la muerte, el dolor y la admiración, el oro y el látigo. Así se entra en trance cuando el nazareno , con una corona de espinas, es empujado al Martirio.
La Dana, el frió, la tormenta, el viento enfurecido y truenos se han empeñado en salvar a Jesucristo pues es posible que aborrezcan la bacanal de las penas que se convierten en el espectáculo popular como se hacía en la Revolución francesa cuando el populacho se reunía a contar cabezas.
Resucitará Dios el domingo con la esperanza de que el próximo año volveremos a clavarlo en la cruz.
Este año yo también hubiera participado, me habría flagelado 40 latigazos por los 40.000 muertos en Gaza y le hubiera pedido al Divino que indultara a niños, ancianos, enfermos, mujeres y hombres; que los gerifaltes de Israel sintieran el amor que nuestro Señor tenía por sus hijos y los indultaran, como lo hace Jesús el Rico en la ciudad de Málaga.