Chuaib alcanzó hace solo unos meses la mayoría de edad y ahora puede decirle al "crío" de 13 años que era cuando llegó solo a nado hasta Ceuta desde Marruecos que está más cerca de cumplir su gran sueño: convertirse en "el mejor chef del mundo".
"Es un mundo donde yo encuentro la tranquilidad. Nada más entrar a la cocina con los compañeros, la comida, los platos que preparas, quieres que salga todo bonito... es igual que un arte, yo lo llamo cocina-arte", señala en una entrevista con la agencia EFE Chuaib Marssou (Tetuán, 2006).
Lo hace ataviado con una impoluta chaqueta de cocinero blanca con su nombre bordado en el restaurante donde trabaja, Local de Ensayo, en Murcia, que ha recibido este año un Sol Repsol y aspira a conseguir una Estrella Michelín.
De momento, también se ha ganado el título de "el mejor restaurante del mundo" para Chuaib, como él mismo señala con un orgullo indisimulado.
No ha pasado tanto tiempo pero lejos queda ya el niño que, con solo 13 años, dejó su ciudad natal en el norte de Marruecos sin avisar a sus padres -porque sabía que no le dejarían marchar- para dirigirse a la ciudad de Castillejos con algunos de sus amigos del barrio y adentrarse en el mar.
Lo intenta, pero no consigue estimar cuánto tiempo estuvo nadando. Solo sabe que fue "complicado" porque el mar estaba "fuerte" y que se asustó cuando tuvo que parar y pedir ayuda a sus amigos porque no podía más del cansancio.
Una vez en Ceuta, recuerda los primeros días con mucha confusión al encontrarse en un lugar completamente desconocido para él; ingresó en varios centros de primera atención (no especializados para menores), de los que huyó al no encontrar en ellos "libertad" y unas condiciones adecuadas de higiene y espacio.
Vivió junto a algunos colegas en unas chabolas que ellos mismos construyeron hasta que, un día, la Policía les "pilló" e ingresaron en un dispositivo de acogida para menores: "Ahí sí sentí que estaba en un centro y no en una granja como animales", explica.
Encontró educadores sociales que se convirtieron en su familia y un poco de lo que buscaba desde que abandonó su hogar: talleres de formación, clases de español, atención psicológica y orientación para su escolarización.
Oportunidades que Chuaib no dudó en aprovechar y que, en su caso, lo llevaron a hacer una FP de cocina, que completó con buenas notas y le permitió hacer prácticas en el restaurante que acabó contratándolo.
Ahora vive en un piso, que comparte con otros cinco jóvenes, y está "muy contento" porque siente que ha conseguido algo "casi imposible": "Si no hubiera venido, estaría ahora en Marruecos sentado en el barrio con los demás mirando a la pared porque allí no hay nada", explica.
Su único pesar es estar lejos de sus familiares y amigos, quienes están muy orgullosos de él. Al menos este año por fin podrá visitarlos, al haber cumplido los 18: "Estar, pasar el rato, comer juntos y hacer todo lo que no hemos podido hacer en muchos años" es el plan de tan ansiado viaje.
A Chuaib le llega "por todos lados" los mensajes negativos que algunas personas vierten sobre los chicos que, como él, han migrado hasta España "para luchar por su futuro, por sus papeles y por su familia": "La gente se piensa que somos malos, pero no sé por qué, porque no nos conocen ni hablan con nosotros", lamenta este joven.
En las últimas semanas estos mensajes se han acentuado, al ocupar buena parte del debate público y político la cuestión de la acogida vinculante entre todas las comunidades autónomas de los menores inmigrantes no acompañados que llegan a zonas con los recursos ya tensionados como Canarias, Ceuta o Melilla.
Para Chuaib, estos prejuicios hacia las personas como él escapan de toda "lógica": "No vas a jugarte la vida para venir aquí a robar o a insultar a las personas", sentencia.
"Tú no sabes si vas a llegar muerto o vivo, nadie sabe nada, no sabes si al llegar aquí a España alguien te va a ayudar. Si llegas, tienes que dar gracias a Dios y seguir adelante y hacer las cosas bien", explica.
Más allá de este ruido, Chuaib se siente "muy agradecido" con las personas que ha encontrado en España y que le han ayudado y tratado "como a sus hijos o sus hermanos" a través de entidades como Accem, que atiende a estos chicos extutelados para prepararlos para su vida independiente.
Entre otros aspectos, les ayudan a sobrellevar el impacto emocional que sufren al abandonar los centros de menores cuando cumplen 18 años, que se suma a las secuelas propias del duelo migratorio.
El coordinador de este programa, Carlos González, señala a EFE que es común observar en ellos cuadros de estrés y ansiedad al sufrir una separación del vínculo de referencia que han tenido durante su acogimiento residencial o familiar y, muchas veces, ver paralizados sus itinerarios formativos y laborales, lo que se une al "miedo" o "vértigo" por un futuro incierto.
Son jóvenes que, cuando cumplen la mayoría de edad, "se ven obligados a tener un modelo de vida autónomo" y muchas veces esto les empuja a trabajos más precarios: "Si un chico español se emancipa con una media de 29 años, estos chicos lo hacen con 18", explica el técnico.
González lamenta la deshumanización que en muchas ocasiones sufren estos jóvenes, víctimas de muchos estereotipos, cuando se trata de "personas con una vulnerabilidad y barreras muy serias", que, además, tienen realidades "totalmente distintas", por lo que es injusto hablar de ellos como un todo.
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