Esta semana conocíamos la muerte de uno de los ocupantes de una narcolancha después de que el piloto de la misma embistiera a la Guardia Civil, cuyos agentes habían detectado un intento de desembarco de hachís.
Un muerto y dos agentes lesionados, ese fue el saldo de una nueva situación extrema repetida en el tiempo que ha soliviantado de nuevo a las asociaciones de la Benemérita que han vuelto a pedir lo mismo.
Es una situación complicada de entender, la simulación del hámster dando vueltas en la ruleta a sabiendas de que siempre se repetirá la misma escena.
Quienes escaparon del lugar para no ser detenidos dejaron al compañero de travesía abandonado, con gravísimas heridas que llevaron a su muerte. Después quemaron la lancha para no dejar pruebas. El resultado final ya lo hemos contado antes.
Las cosas hay que llamarlas por su nombre y eso que ocurrió no es un detalle que debe perderse en el texto de una crónica. Es el reflejo de quienes actúan como son: criminales que no solo son capaces de arremeter contra las fuerzas de seguridad sino también de dejar a quien se supone es ‘de los suyos’ en el camino, muriéndose.
Cuando una lee los comentarios en redes sociales a este tipo de sucesos echa en falta que se llame a las cosas por su nombre, que entre tanto opinador gustoso de ensalzar a quienes se mueven al margen de la ley haya quienes también digan algo sobre por qué quienes iban a traficar con hachís para alimentar el negocio que destruye a muchas familias dejaron a uno de los suyos tirados para escapar. Estaría bien. Al menos por una vez.
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