Opinión

La llamada del mito

Aprovechando el cierre de la frontera, que espero se arregle más pronto que tarde, hice algo que tenía muchas ganas de hacer, y nunca, por diversos motivos, me decidía a emprender. Era realizar una visita a la sierra de las Nieves en la Serranía de Ronda. Conocía este bello pueblo desde mi juventud donde una vez soñé que llegué a amar a una esbelta malagueña con pelo largo del color del trigo, al despertar bien supe que solo amé a una sola mujer que me dio en prenda el Altísimo pues hace un tiempo que la reclamó; no voy a discutir sus altos designios sino más bien intentar seguir, lo mejor que pueda y sepa, dejando la huella de mi pasión por la vida y la creación en la senda que el mismo me va marcando hasta concluir el resto de esta vida efímera y pasajera. Al igual que San Agustín “pensaba que sin los abrazos de una mujer sería yo bien miserable…” a pesar de la necesidad de la sana y reconfortante compañía femenina inherente a cualquier se humano masculino, me digo a mí mismo que puedo lograr estar sano de mente y espíritu sin este don del cielo al que considero el amor de mujer. Por eso, como el santo aludido le ruego a veces que me muestre el camino “y la continencia me la habrías ciertamente concedido de llamar yo con gemidos interiores a la puerta de tus oídos, arrojando en ti, con sólida fe, todos mis cuidados”.

Quería visitar el santuario natural que representan los pinsapares establecidos en las dorsales calizas de la sierra antes mentada. Estos bosques maravillosos formados por un abeto mítico que se ha ido adaptando paulatinamente al clima mediterráneo. El vive para y por las brisas marinas de Alborán que le confieren las nieblas necesarias para realizar la decantación del agua: aquel fenómeno ecológico tan crucial para muchos ecosistemas terrestres llamado precipitación horizontal. Un árbol tan majestuoso como el Abies pinsapo no deja impasible, todo lo contrario es una fuente de inspiración romántica por su belleza y profundo significado trascendental. Estos bosques relictos cuentan una historia de supervivencia que proviene, al menos, desde el Jurásico que para el naturalista científico es una especie de alfa y omega en relación a la diversidad biológica de la región mediterránea, tan deudora del ancestral mar de Tetis. Con su poderosa influencia, tan grande e inspiradora como la epopeya de la apertura del Océano Atlántico de la que solo podemos imaginar hechos fabulosos y míticos que nos encienden la imaginación procurando aperturas mentales a los científicos que nos dedicamos a explicar fenómenos de colonización y distribución de especies en el norte de África. Me interesa este árbol especialmente porque en el Rif marroquí se desarrolla una especie muy cercana que forma bosques muy interesantes y ricos, de los que hemos podido escribir alguna información en la guía sobre el Parque del Talasemtane editada por el Museo del Mar de Ceuta cuya autora fue mi querida mujer Francisca Serrais.

A mi vuelta de este corto periplo rondeño me encontré a José Manuel enfrascado con la organización de las jornadas de historia del IEC, este año y por propuesta suya han tenido a bien dedicarlas a la mitología de nuestra sagrada región ceutí en el entorno del Estrecho de Gibraltar. Por ello, no puede causar perplejidad que comience este relato hablando de un árbol mítico, habitante en ambos lados del estrecho. Me gustaría continuar exponiendo unos breves comentarios sobre la docta, bella y edificante ponencia ofrecida por mi amigo en relación al relato mitológico en Ceuta y en concreto al que hace especial referencia al viaje del héroe desde la antigüedad comenzando con el Gigalmesh mesopotámico.

Como ya he podido expresar en los prólogos dedicados a dos de sus magníficos libros “El Espíritu de Ceuta” y “Arqueología del Alma”, Jose se ha convertido en el mitólogo de nuestra región rescatando aspectos mitológicos que no son nada fáciles de entender y poner al servicio tanto de intelectuales y estudiosos en ejercicio como de personas sensibles e interesadas por la cultura. Fíjense, si su obra es transversal, que ha inspirado mi psique notablemente y motivado para sacar a la luz relatos de naturaleza y experiencias espirituales y trascendentales vividas en intimidad con el mundo natural.

El rescate llevado a cabo por Jose Manuel ha ido poniendo de relieve otras realidades mitológicas unidas a investigaciones de campo y no solo ha estado centrada en el estudio puramente libresco. Porque las realidades mitológicas no son fabulaciones de la imaginación sino que por el contrario responden a arquetipos que residen en el inconsciente colectivo de la humanidad. El mitogema no es una tontería sin fundamento racional, sino una respuesta a lo inefable que atemoriza y llena a la vez de esperanza al ser humano. Algo que se ha estado gestando en el inmemorial recorrido evolutivo de nuestra especie al pasar de simios a filósofos como diría el gran Frans de Vaal. Todo lo expuesto en la ponencia tenía un reconocible y reconocido eco antropológico y étnico bien contrastado por Campbell a lo largo de las mitologías en general e incluso en España por el profesor Adrade en el caso del Gimaldesh. El estudio de los mitos interpela al ser humano sobre su origen y la misión encomendada en esta vida, y por lo tanto está muy relacionado con los sentimientos hacia la divinidad y la eternidad del ser.

Por eso, y por muchos motivos más que mis escasos conocimientos no me permiten exponer, el trascendentalismo y la mitología e incluso la mística están tan relacionados con la naturaleza. Por ello, la historia natural y las vivencias en el seno de lo salvaje han ejercido y ejercen una fuerza de atracción poderosa que lleva, en almas conectadas con la esencia, a estar cerca de Dios que es la fuerza creadora, el dispensador del espíritu de vida, el que amó tanto que creó recreándose en el amor y la belleza. El santo de Hipona indica “No cesa en tu loor ni calla tus alabanzas la creación entera; ni se calla el espíritu, que habla por la boca de quienes se convierten en ti; ni los animales, ni las cosas inanimadas que hablan por la boca de quienes las conocen y contemplan, para que nuestra alma se levante de su abatimiento hacia ti apoyándose en las cosas creadas y pasando por ellas hasta llegar a su admirable creador, en quien alcanza su renovación y una verdadera fortaleza”. La necesidad de comprender el misterio de la vida, del cosmos y del más allá alimenta los mitos y constituye la esencia de las religiones. Que somos y para que estamos aquí?; que nos espera detrás del velo de la muerte?.

De esta forma, el abeto de las sierras que rodean Alborán es una realidad mitológica como han sido siempre en el imaginario humano que vive más conectado al mundo imaginal de lo que le pueda parecer a pesar de toda la oposición desacralizadora del mundo moderno construido de las cenizas de Roma y alimentado con los ecosistemas ancestrales que forjaron hace muchos millones de años un jardín del Edén sin seres humanos para glosarlo. Pues para eso también sirven los mitos, para dar gracias al Dios inimaginable e inabarcable a través de la criatura trascendental que somos. La estirpe de este abeto es noble, su madera odorífera y la estética bellísima, para cualquier alma sensible y mente informada en la más simple información natural, este ser vivo trasmite eternidad y trascendencia. El mismo, bien constituye en sí mismo, un “axis mundi” que lleva adaptándose y contemplando eventos durante más de 500 millones de años. Así vemos que la ciencia también puede forjar sus propios mitos y en mi opinión bien podría tratarse de un nuevo símbolo mitológico del árbol de la vida de nuestra querida región norteafricana. Pues sus bosques son incluso más míticos que los del cedro que tanto inspiraron en la antigüedad y al que tanto le deben los fenicios y los Egipcios. Se hace necesaria un poderoso marco natural para activar nuestro sentido mitológico. Comenta Jose, que dos son los premios perseguidos por el héroe viajero: la inmortalidad y la sabiduría, algo que motivó a tantos (Gigalmesh; Odiseo; Heracles; Alejandro,….) a lo largo del tiempo. Desde mi punto de vista, la delicia del conocimiento y el gozo que conlleva, anima al viajero para alcanzar la sabiduría y con ella la inmortalidad en el sentido de tiempo cósmico y geológico.

La inmortalidad por participar de la cadena de acontecimientos evolutivos que conecta todo lo vivo e incluso a la materia inerte con la esencia del creador inasible a nuestro conocimiento, pero, al que bien, nos podemos someter y reducir la soberbia tan característica de la criatura humana. La sabiduría para darse cuenta del proceso y de lo efímeros que somos en esta mortalidad cuya única respuesta profunda y trascendente es Dios como prolongador de la existencia gracias al regalo espiritual que llevamos dentro de nosotros y nos hace vibrar por sabernos trascendentes. Especialmente encantador fue escuchar de boca de Jose el relato del hombre verde y la participación de la pléyade de eruditos islámicos una vez más, y el significado del mundo imaginal: un lugar al que accedemos con el conocimiento, la fe y la emoción unidas a las obras naturales y las artísticas de poderosa inspiración. Una gran presentación de geografía, naturaleza, historia y psique humanas entre cosida en un mantra inteligente, imaginativo y singular sobre el estrecho y el territorio de Ceuta.

Sin mitos no somos plenamente humanos y los necesitamos para regresar al espíritu del mundo y sentir la obra de Dios. Los mitos recorren nuestra espalda cuando se sienten y bajan y suben por nuestra espina dorsal como si del árbol sagrado se tratara, acaso lo somos cada uno de nosotros y no lo sabemos. En esto radica su importancia y verdad; hay que abrirse al sentimiento y a la emoción que nunca estuvo reñida con la razón y huir de la obsesión racionalista de explicarlo todo, incluso todo aquello que se nos escapa como el agua de la orilla del mar cuando intentamos retenerla en nuestras manos.

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