Con el cambio de los tiempos y un materialismo ya instalado en la sociedad, cada vez nos parece más insólito que un joven pueda renunciar a tantos gozos y vivencias mundanas a las que todos estamos acostumbrados. El Faro de Ceuta se adentra en el mundo de las vocaciones.
Aunque es difícil y con el pasar de los años aumenta su extrañeza, todavía hay jóvenes que sienten la llamada de Dios a través del rastreo de su vocación o quienes encuentran el sentido de su vida entregándosela al Señor.
Para descubrir cómo estos jóvenes deciden renunciar a la vida tal y como la han vivido para dedicarse a transmitir la palabra de Dios no hay mejor forma que conocer en profundidad las historias individuales de algunos de ellos.
El padre Jesús Francisco Molina, de 27 años y vicario parroquial del santuario de Nuestra Señora de África, llegado a Ceuta hace tan solo cuatro meses, comparte cómo percibió esa llamada de Dios que para muchos resulta inquietante.
El joven entró en el seminario en 2015, pero no porque tuviera claro que quería ser sacerdote, sino para “planteárselo”. Le propusieron vivir allí, ya que le quedaba un año de estudios en el Conservatorio de Música, donde estudió piano, finalizando el grado en su totalidad.
“Me decidí en el vivir con ellos, en el apreciar aquella vida y en el descubrir que había llegado allí no por mi elección, sino porque Dios lo había ido poniendo todo. Estoy convencido de que Dios habla más en las cosas de la vida incluso que muchas veces en la oración, aunque habla también en la oración, evidentemente. Así fue donde descubrí que ese era mi sitio”, relata.
“Tuvieron que pasar más de dos años para que me decidiera del todo”, dice sincerándose.
Por su parte, el padre Javier Moreno, de 27 años, religioso agustino y también sacerdote, afirma haber sentido la llamada de Dios en 4º de la ESO, “al final de ese curso donde uno va decidiendo qué es lo que va a deparar su vida”.
“La sentí en la pastoral del colegio donde yo estaba haciendo la catequesis de confirmación en Madrid, en Nuestra Señora del Buen Consejo, que es un colegio de los Agustinos. Ahí empecé a preguntarme si este camino de entrega a Dios sería para mí”.
El diácono George Njuru, de 36 años y llegado desde Kenia, quiso trasladar que desde que entró a la iglesia le atraía estar en ella, pero “la llamada real” la sintió “en una peregrinación a la que había viajado con un grupo de jóvenes de la parroquia, en un santuario de los mártires de Uganda”.
Fue en ese momento, con 18 años, cuando al escuchar la experiencia de los jóvenes que dieron su vida por Jesucristo algo le llamó intensamente la atención, porque se dio cuenta de que “no sabía exactamente qué quería” en su vida, “no sabía para qué existía. “Eso me puso en inquietud para empezar un camino de descubrimiento de la vocación”, narra.
Por último, el padre Guillermo María Alberto, de 48 años, administrador parroquial de Santa Teresa, y con una visión más cultivada del camino del señor, explica que en su persona había vivido lo que se conoce como “vocación tardía”.
El padre Guillermo es un ejemplo de que nunca es tarde para ser llamado por Dios y que el Padre no es receloso con sus siervos. Entró al seminario con 25 años y su llamada fue “a ser cristiano”.
“En mi caso, yo lo que sentí y lo que experimenté fue una liberación total porque mi vida giraba en torno a las facilidades del mundo, ¿no? A lo que uno busca normalmente siendo joven y experimentando un sinsentido tremendo, buscando ser feliz”.
El Guillermo María Alberto de aquel entonces no encontraba la manera de ser feliz. “En el fondo fue una llamada de darlo todo por el todo. Experimenté una liberación total. Experimenté cómo, dentro de la llamada que Dios me hacía, podía, digamos, experimentar esa plenitud que yo estaba buscando en la vida”, relata.
La única conclusión irrefutable es que cada cual percibe la llamada de Dios y vive su vocación de una manera única, dependiendo de las circunstancias de su vida y los obstáculos a superar hasta alcanzar a Dios.
Cuando somos niños, y supongo que a muchos nos ha pasado, la conexión con Dios es completamente pulcra, nos hemos dirigido a él por la noche en cada oración intentando sembrar una relación sin tener mucha idea de lo que es ciertamente vivir bajo sus pretensiones, pero tristemente la sociedad nos corrompe y acaba con nuestras creencias más profundas.
Por esto, el padre Javier Moreno, sí cree que desde pequeños se pueda sentir esa llamada. “De hecho, hay grandes santos en la iglesia que nos ponen de manifiesto que desde chiquititos ya tenían en su corazón esa vocación a entregarse a Dios por entero”.
En su caso, comenzó a vivir la fe a las 11 años, a interesarse más profundamente por la iglesia y por la búsqueda de Dios.
El padre Jesús Francisco Molina comentó que podía decir que es posible sentir la vocación muy tempranamente “porque conozco ejemplos de amigos míos y gente cercana que desde pequeños lo han tenido muy claro, pero no ha sido mi caso, aunque sí que debo agradecer al haber recibido la fe desde pequeño, que luego haya sentido la llamada con más claridad posteriormente”.
“Si no se siente esa llamada desde el principio sí que es determinante que uno reciba la fe desde pequeño, porque donde se recibe la fe es en la familia y es en la fe sembrada desde pequeño donde luego brota la vocación”.
A pesar de que Jesús Molina vivía su relación con Dios en su infancia de manera “ordinaria, normal” sí rezaba por las noches, donde jugó un papel muy importante su abuela, a la que está muy agradecido a día de hoy.
La relación del diácono George Njuru en su infancia también era muy corriente, “seguía lo que los demás hacían, iba a la iglesia, a catequesis, hice la primera comunión y eso me fue introduciendo en los misterios de Dios”.
Jamás imaginó en su adolescencia terminar dedicando su vida al Señor “ porque son diferentes fases de la vida; de adolescente se cuestiona todo”, concluye.
Por último, el padre Guillermo María Alberto afirma rotundamente que ni “de pequeño ni de adolecente” se le habría ocurrido haber dedicado su vida a ser sacerdote.
El joven sacerdote Jesús Francisco Molina describe los meses desde que decide ser sacerdote hasta que se lo comunica a su familia como “un poco intensos”.
“Puedo decir hasta fechas concretas. Yo me decidí por completo a entrar en el seminario el 25 de febrero del 2016. Fue cuando en un momento concreto descubrí que si Dios me pide un compromiso especial, yo tengo que decir que sí, porque quiero, no porque esté obligado”.
Cuenta el joven cura que al primero al que se lo comunicó “fue a un sacerdote que era el que me ayudaba, me confesaba, me enseñó a rezar y me hizo conocer al Señor”.
Aún así, recuerda con angustia que “era difícil intuir cómo tenías que decir una cosa tan trascendental para tu vida, cómo lo comunicabas. Primero que el cambio fue grande; mi plan original no era ese. Yo después del bachillerato tenía planteado estudiar ciencias”.
Cuenta de manera cercana el padre Jesús Francisco Molina que para su madre fue algo más dura la noticia por el hecho de que “sobre todo las madres sufren por la incertidumbre de no tener una seguridad sobre lo que va a ser de su hijo a partir de entonces”.
En su entorno sí hubo distintas reacciones a cómo el Jesús de entonces planteó su vocación, no necesariamente esto quiere decir que en algún momento percibiera sensaciones de rechazo, incomprensión o extrañeza, porque no es el caso.
Pero esta decisión, según indica el joven, sí provocó un distanciamiento de sus amistades. “Mis amigos que habían sido del instituto y del bachillerato ya no fueron los mismos a partir de esos años. Ya mis mejores amigos los hice en el seminario y en el entorno de la iglesia”.
“Entiendo que es poco común porque no se ven ya a lo mejor tantos jóvenes que digan que sí al Señor con tanta seguridad, pero nunca han sido reacciones malas, en ningún caso”, explica.
Y tiene razón. No estamos acostumbrados a ver curas jóvenes entregando su vida a Dios y a los demás pudiendo ser electores de tantas otras oportunidades que ofrece el mundo. Tampoco estamos educados para verlo “normal”.
En cambio, el diácono George Njuru transmitió la noticia a su familia sin más, aunque para su entorno fue algo sorprendente porque nadie en su familia había dedicado plenamente su vida al señor, tampoco fue inesperado porque es una familia muy cristiana y parte de la parroquia.
“Desde que empieza a barruntarme la posibilidad de ser agustino y de ser sacerdote, estuve acompañado por varios agustinos a lo largo de ese proceso. Y luego, cuando uno ya ve que realmente el Señor le está llamando a esa vida o ve que está por lo menos la posibilidad real de que se vaya a entregar de esa forma, es cuando en casa lo comuniqué o lo dije”, cuenta el padre Javier Moreno.
Según traslada, para sus padres no fue una sorpresa, pues ya lo esperaban. “También uno tiene ciertos comportamientos o actitudes o sensibilidad religiosa, sobre todo, que van señalando, aunque no nos demos cuenta, el camino que uno va a tomar. Pero mis padres se lo tomaron bien”, añade.
Por su parte, el padre Guillermo María Alberto vivió este proceso con “inquietud porque no sabía cómo se lo iban a tomar, no sé qué iban a interpretar…”. Pero lo cierto es que “ellos también experimentaron una gran alegría de saber que estaba encontrando a Dios en medio de mi vida, ¿no?”.
En cuanto a su entorno dice haber vivido “una alta gama de opiniones dispares”. “Hay algunos que te apoyan, otros que lo ven muy bien y están quienes no lo ven tan bien porque a lo mejor no tienen, digamos, esa misma relación o esa misma fe”.
El diácono en camino de ser ordenado sacerdote, George Njuru, compartió sobre su historia que “lo más difícil de emprender ese viaje hacia Dios es el inicio”.
No debe ser fácil poner el primer ladrillo a una pared que te separará de la rutina y la forma de vida que hasta ese entonces se había experimentado. Pero también es cierto que alcanzar el sentimiento de un todo con Dios deja, cuando menos, la preocupación por las limitaciones del mundo, abriendo un abanico infinito de sentimientos que llenan vacíos sin explicación.
“El discernimiento para saber si es Dios el que me llama es la parte más difícil según mi experiencia y de muchos que he conocido porque, sobre todo hoy día, no estamos educados en discernir esos signos de Dios en nuestra vida”, aclara.
Según este diácono, “vivimos en un mundo secularizado en el que no se plantean normalmente estas cuestiones de la vocación a servir a Dios como siervo de la iglesia, pero si surge espontáneamente y con la ayuda correcta puede llegar a producir fruto”.
El padre Javier Moreno establece su dificultad en “mantenerse en la fidelidad”.
“Muchas veces nos quedamos con la parte de la renuncia, de lo que dejas atrás, de la vida que ya no vas a poder tener, pero yo creo que lo interesante es poner el foco no tanto en lo que se deja o en lo que nos puede causar dificultad en el futuro, sino en que el Señor va a ir respondiéndonos poco a poco”.
Según el joven padre de 27 años, “ahí es donde nosotros tenemos que afinar mucho los sentidos y, sobre todo, el sentido del corazón, del alma, para reconocer su presencia y para ver que ese amor que tenemos para entregar y que también necesitamos, pues es a Él y desde Él, desde quien lo vivimos”, detalla.
Sin embargo, la dificultad encontrada hasta ahora en este emprendimiento hacia una vida entregada a Dios por parte del padre Jesús Francisco Molina la ubica en ese tiempo de seminario en el que se desprendió de ser dueño de su tiempo, de su horario, de no ser él quien determinaba el transcurso de sus días.
Esta situación la denomina como un “sometimiento generoso”. Es una renuncia dura, aun así, en sus propias palabras, “no he tenido que renunciar a mucho más de lo que he ganado”.
Se refiere el padre Jesús a las amistades, al afecto. “He ganado en todos los sentidos”, asegura.
Para finalizar, el padre Guillermo María Alberto habló de su época de introducción a los estudios como lo más difícil de su camino hacia Dios, pero este siempre lo acompañó en el proceso para la concesión de su meta.
Continuando con el padre Guillermo, esclareció lo que para muchos es la decisión más dura y sorprendente en la elección por Dios sobre todas las cosas: la renuncia a muchos de los deleites de la vida que todos desarrollamos sin restricciones.
“Yo pienso que cuando Dios te llama a una vocación también te da la gracia para llevarla a cabo”, dice el más veterano de los testimonios recogidos.
El diácono George Njuru, de manera cercana, humana y sincera, aportó que no era fácil emprender ese viaje hacia la renuncia porque al final los sacerdotes siguen siendo humanos, solo cambia su elección por Dios ante todas las cosas.
“Pero siempre unido al señor se puede vencer todo. Hay momentos de caídas y subidas pero lo importante es seguir en el camino”, afirma sin margen a dudas.
Bajo la percepción del padre Jesús Francisco Molina, no siente haber tenido que renunciar “al mundo” y afirma que los sacerdotes seculares sirven en el mundo y están en él como cualquier laico.
“Sí que es verdad que nuestra vida no es la misma. De ella puede llamar mucho la atención el celibato pero la dificultas se hallan más en los grandes cambios como han sido para mí venir a Ceuta, donde llevo poco tiempo, pero he salido ganando”.
Sin lugar a dudas, la renuncia a muchos de los placeres de la vida no supone el gran inconveniente para los sacerdotes ya que Dios, al mismo tiempo que llama a sus fieles siervos, también les entrega la gracia para desarrollar su misión.
Ciertamente, al principio de este recorrido por las historias de estos sacerdotes y diácono que eligieron a Dios como pareja eterna y juraron su fidelidad al que todo lo puede y todo lo sabe, no imaginé algunas de las respuestas que quedan por recoger.
Cuando somos parte de una comunidad parroquial o simplemente acudimos a misa y entablamos una conversación con los sacerdotes presentes nunca imaginamos que a través de ellos nos acercamos un poquito más a Dios y que el Padre de todos elige a sus discípulos para ayudar a todos sus hijos.
Con esto me refiero a las palabras del padre Guillermo María Alberto, quien no dudó en certificar que “duerme tranquilo por la noche” pero se sinceró admitiendo que a pesar de sentirse completo interiormente, los curas “sufren con la gente”.
“Estás satisfecho, pero dentro del acompañamiento de las personas, también sufres por las dificultades que sufre la gente”, dijo con tono empático y reflejando una mirada que transmitía veracidad en su diálogo.
Cuando nos encontramos perdidos en la vida o pasamos por un momento de confusión, tristeza o traición, podemos desconocer que los siervos de Dios siempre estarán para escucharnos.
No está de más recordar que un sacerdote no solamente imparte misas, también guía a sus hermanos hacia la luz de Dios, la única capaz de sacar a cualquiera del lugar más oscuro cuando nadie ofrece un candelabro o no existe ni una milimétrica rendija por donde entre un haz de luz.
En cuanto al diácono George Njuru, todavía iniciándose en este camino, confesó sentir “la gracia, la bondad y las experiencias de Dios, que siempre abundan”.
El agustino y sacerdote Javier Moreno relata que “al entregar la vida al Señor siento plenitud y agradecimiento, felicidad. Porque si fuera por mí, no podría hacer nada, todo es gracia, como dice San Pablo. Soy pecador, como el resto de los hombres, pero es el Señor quien actúa y me da su gracia para poder desempeñar la misión a la que me ha llamado”.
“Al formar parte de la Orden de san Agustín, he profesado vivir los votos de pobreza, castidad y obediencia. Esto significa que estoy llamado a identificarme totalmente con Cristo. Estoy al servicio de la Iglesia para que todos los hombres conozcan a Jesús, que es el único que nos salva y nos puede hacer felices”.
El padre Jesús Francisco Molina, vicario parroquial de Santa María de África, describió su sentir por Dios como una sensación cargada de “mucha alegría y de mucha felicidad porque nunca estoy solo, tanto porque me acompaña la gente de la comunidad a la que sirvo como que estás muy convencido y muy seguro y sientes con mucha viveza la presencia de Dios en tu vida. Dios acompaña y suple con su gracia lo que te falta a ti”, dice con decisión.
Conocer de cerca las historias de estos curas jóvenes, así como el relato del padre Guillermo María Alberto, que comenzó con 25 años y lleva dedicando su vida al señor ya más de 20, puede llegar a cambiar la percepción que muchos podemos tener creada sobre su figura, cambiándola a un sentir mucho más cercano de la imagen de quienes transmiten la palabra del Padre.
Cada historia es única, cada vocación se presenta de distinta manera y en cada narración encontramos un llamar único de Dios a quienes decidieron entregarle su vida. Lo que sí es común a todos es su amor por el Señor, la entrega por sus hijos y su servir para hacer que los corazones perdidos encuentren paz y amor en Dios.
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