El pasado martes recibimos una llamada telefónica desde Cataluña. Era Afriquita –bueno, así es como la conocemos, porque hace muchos años trabajó en nuestra casa, aunque ya es Doña África, una ceutí, una buena caballa que debe andar por los setenta, nacida en aquellas casitas que había en la Playa de Miramar. Al casarse con un chico también ceutí, pero que, dejando aquí a la novia, había “emigrado” a Cataluña en busca de trabajo, marchó con él para vivir en una población catalana de mediana importancia, y allí creó su hogar familiar y tuvo sus hijos, y también allí, tristemente, quedó viuda hace pocos años. En una ocasión, y en la segunda mitad de los 90 del pasado siglo, fuimos mi esposa y yo a Cataluña para visitarla, y otras veces ha venido a su tierra e incluso a nuestra casa de veraneo, en Ronda, para pasar unos días con nosotros.
Recuerdo que Afriquita, hace cuatro o cinco años, no sentía un especial temor acerca de la posible “independencia” de Cataluña, “La gente –nos decía- no lo quiere”. Y puede ser verdad. .La imponente manifestación del pasado domingo, día ocho de octubre, la de quienes rompieron su silencio y demostraron su amor por España y, a la vez, por Cataluña, fue una prueba definitiva que puso claramente en entredicho ese supuesto deseo casi unánime de separarse de España que pretenden hacernos creer sus actuales jerifaltes. Pero el caso es que éstos han dado un paso adelante, sumamente peligroso, que pone en entredicho la futura españolidad de aquella región.
La llamada de Afriquita, a la que contestó mi esposa, fue un auténtico grito de desesperación y de dolor. Ahora, decía, los andaluces (porque los ceutíes también cabemos sentimentalmente en esa definición) estamos siendo objeto de las más repugnantes muestras de desprecio, de discriminación, de acoso e incluso de odio, Nos insultan y nos gritan “¡fuera ya de Cataluña, que aquí no os queremos!”… Y África, clamando porque se sienten solos y abandonados, pidió que, por favor, escribiese yo sobre lo que están pasando en estos días quienes fueron a buscar trabajo a aquella región, se asentaron allá y contribuyeron así a su desarrollo.
Hace ya tiempo, en otro artículo publicado en El Faro, me referí a algo que observé cuando, en los años 90 del pasado siglo, fuimos a Cataluña para visitar a Afriquita. Lo hice para destacar que, en el hogar de Afriquita, vi cómo aquella buena madre les decía a sus hijos, que estaban hablando entre ellos en español, “¡niños, en catalán! “, pues sabía que sin dominar dicha lengua, tendrían muy poco porvenir por aquellas tierras. Y ahora resulta que, aunque hayan nacido en Cataluña, sufren el desprecio de esos necios racistas que se creen superiores. Son muchos, pero de ningún modo son esa mayoría que pretenden ser. Se están basando en un referéndum ilegal, falso, tramposo y carente de cualquier control, para de ese inaceptable modo creerse los amos.
No, África, no estáis solos. Por fortuna, somos millones y millones los españoles que os comprendemos y así lo estamos demostrando públicamente. Si los balcones y las calles de cualquier rincón de España se han llenado en estos días de banderas españolas, ha sido mirándoos a vosotros, a los buenos, a los nuestros en este conflicto Por su parte, el Gobierno, eso sí, despacito –como en la canción- y contando ya con el apoyo de socialistas y Ciudadanos (bueno, en Cataluña Ciutadans) está plenamente decidido a hacer cuánto sea necesario para acabar con esta ola de supuesta superioridad y de desprecio a todo cuanto suene a español que estáis sufriendo. Costará trabajo, y me temo que costará también desordenes y enfrentamientos, que deseo sean los menores posible. Se ha sembrado demasiada hispanofobia -odio a todo lo español- pero nuestra nación prevalecerá. Cataluña tiene que ser, otra vez, lugar de encuentro y no de división, lugar de fraternidad y no de rechazo.
¡Ánimo, Afriquita, tan española por ceutí de nacimiento como también catalana adoptiva, porque se puede ser las dos cosas a la vez, aunque ahora esos exaltados no os quieran! Ánimo, aguante y serenidad, porque el resto de España va a ir a Cataluña para salvarla de esta ola de locura y de canallesco desprecio. Se nos caería la cara de vergüenza y perderíamos el honor de seguir llamándonos españoles si no lo hiciéramos. Estamos con vosotros y con esa próspera región de España que, por desgracia, está todavía en manos de unos insensatos, para que siga siendo siempre lo que siempre ha sido: una parte apreciada e inseparable de la unidad de nuestra Patria.
Y, por favor, no bajéis nunca la cabeza. Mirarlos a la cara, con serenidad y con el orgullo de ser y sentiros españoles. Ellos son los equivocados, los que desempeñan el papel de malos en este triste drama que hoy por hoy está viviendo Cataluña y que también estamos viviendo todos cuantos amamos a España.
¡Ánimo, Afriquita, doblemente española por caballa y catalana! Al final -ý no puede tardar mucho- seguro que triunfarán la razón, la ley y la Constitución. Triunfará España.
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