La llegada de la televisión a todos los hogares y, más recientemente, la proliferación de plataformas que ofrecen en riguroso estreno numerosas series y películas, han contribuido a que las tradicionales salas de cines se hayan ido vaciando de espectadores, razón por la que muchas han tenido que cerrar. ¿Ha cambiado la forma de recepción cinematográfica? Sin duda, aunque las sesiones de cine que cada espectador puede disfrutar desde la pantalla doméstica (televisor, PC, tablet, móvil…), el día y a la hora en que él mismo decide programarlas, sin salir de su propia casa, nada tienen que ver con ese rito tan especial que -por suerte, todavía- implica un desplazamiento para asistir en una sala de cine (en día y hora previamente fijadas) a la proyección de una película.
Luis Mateo Díez, nuestro Premio Cervantes 2023, evoca en su último libro esta peculiar situación que vive cada espectador rodeado de otras personas que, como él, se aprestan a formar parte de un colectivo. ¿Es la sala de cine un espacio más? Ciertamente no: durante la proyección, se opera una transformación en la cotidianeidad de nuestras vidas, mediante la ruptura de esas barreras, esas fronteras entre la vida real y la ficción cinematográfica: inevitablemente la fantasía se adueña de la rutina de nuestras vidas; llega, incluso, a suplantarla mediante una subversión de papeles: los espectadores nos comportamos como los personajes de la cinta mientras que éstos cobran vida traspasando la pantalla; el espacio en el que se desarrolla la película se adueña de la sala, incluso rompe sus muros para invadir las calles, la ciudad entera.
Es, sin duda, un homenaje que Luis Mateo Díez dedica a los cines. En cada uno de sus relatos pone de manifiesto que no hay nada más real que la ficción llevada a su último grado. Y para ello construye una serie de situaciones absurdas, haciendo gala de una expresión sencilla que nos transmite lo verosímil que puede llegar a ser un mundo fantástico, con un lenguaje, por otra parte, cargado de numerosos recursos humorísticos. Acertadamente, califica a estos lugares de “limbos”, esas zonas desdibujadas en las que confluyen -sin incompatibilidad alguna- la verdad con la ficción, lo trágico con lo cómico, la vida con la muerte, lo real con lo inexplicable. Y, sobre todo, se trata de lugares en los que la imaginación hace que el espectador pueda tener el privilegio de vivir -como propias- tantas vidas y situaciones ajenas.
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