Opinión

Libertad de presión

El lema del centenario semanario satírico francés “Le canard enchaîné” lo dice todo: La libertad de expresión sólo se gasta cuando no se utiliza. Y en esas estamos.

Instaladas en un pavoroso terror a molestar, nos vamos adentrando sin remedio en una suerte de reedición de una nueva “no intervención” que esconde, como siempre, un no tomar partido… porque, parafraseando a Gabriel Celaya, mancharía con compromisos nuestras cómplices inacciones.

Y así, de miradas para otro lado en justificaciones imposibles, nos hemos instalado en la falsa creencia de que si no nos enfrentamos a las barbaries estaremos a salvo, y así vamos entregando lo poco que aún nos queda de Libertad de expresión.

En la era de los mensajes rápidos y de las imágenes impactantes, solemos rechazar visceralmente todo aquello que viene a molestar a nuestras anestesiadas y acomodadas conciencias con el argumento de que “no todo es válido”. El miedo y la cobardía es lo que tienen.

Por eso mismo, se lapida de forma inmisericorde a Charlie Hebdo, el otro semanario satírico francés por excelencia sobre la que todas escupimos, pero que ninguna leemos.

Las portadas de Charlie Hebdo suelen constituir un incómodo aldabonazo a la lamentable realidad que sufrimos, pero que preferimos evitar mirar. Riss, director y editorialista de esta extremadamente seria publicación gala, aseguraba en varios editoriales que resultaba curioso (¿indignante?) el sentimiento de violento rechazo (aludiendo a numerosos mails y comentarios en Facebook dignos de un Pétainismo en alza) que provocó la portada que aludía a las fallecidas en el terremoto de Italia. Sin embargo - argumentaba Riss- nadie se atrevió a cuestionar la nula calidad de las construcciones. Se trataba de unos edificios cuya muy deficiente edificación, a cargo de empresas propiedad de la mafia, había provocado finalmente la muerte de centenares de personas. Obviamente, era más fácil mandar a la hoguera a las “irrespetuosas provocadoras” del semanario, que señalar con el dedo a las culpables. Un clásico.

Y esto sólo es una muestra de las toneladas de insultos y amenazas que se reciben en esa redacción, semana a semana, por reinvindicar la libertad de expresión, haciendo barrera frente al adoctrinamiento. Desde la más pura extrema derecha supremacista hasta la extrema izquierda más estalinista, todas están representadas en ese mini parlamento del odio. Al menos, Charlie Hebdo habrá puesto de relieve que las autoritarias, tengan la etiqueta que tengan, siempre tienen un goulag o un campo de concentración a mano para las disidentes.

Pero es esa misma libertad de expresión la que ha permitido al antes aludido Canard Enchaîné (que comparte con Charlie Hebdo la no aceptación de publicidad para evitar hipotecas editoriales) que se dieran a conocer, en el país de Émile Zola o de Jean Jaurés, casos de corrupción en los que estaban implicados presidentes de la República, ministros o empresarios importantes. Le Canard también mandó al traste estrategias políticas anticonstitucionales, como cuando el presidente Jacques Chirac tenía planeado expulsar ilegalmente a cientos de malienses embarcándolos en un buque de alta capacidad, una vez que los subsaharianos hubiesen terminado la construcción del AVE francés.

Cabe señalar, de paso, que en más de 100 años el incómodo y transgresor Canard Enchaîné jamás ha perdido una sola querella de las miles que le han interpuesto; nunca.

Pero parece que la Libertad de expresión sólo está bien vista cuando transita en un sólo sentido. Cuando la intolerancia se pasea con la esvástica de turno, gana elecciones con los resortes democráticos que aborrecen, araña espacio en los diferentes arcos parlamentarios y nos vomita su odio… Entonces sí admitimos que debe existir esa sacrosanta libertad. El entreguismo es lo que tiene, que paraliza los sentidos.

Cuando las asesinas del Daesh o de Boko Haram asesinan sin cuartel aquí o allí, o cuando las coalicones de la libertad bombardean sin medida, entonces miramos hacia el “Sálvame de Luxe” de turno con la convicción de que eso no va con nosotras. Sin embargo, no dudamos en agredir sin medida a quienes, pagándolo con su vida en demasiadas ocasiones, sí tienen el arrojo de levantar bolígrafos y lápices desde Barcelona, París o Túnez contra esta nueva vieja forma de tiranía. En este caso, no vacilamos a la hora de calificarlas de provocadoras e incluso justificamos con un “se lo han buscado” las matanzas y las amenazas de las que son víctimas.

Resulta evidente que estamos optando por la política del avestruz. Estamos convencidas de que es mejor que “las de arriba” piensen por nosotras, algo que, a menos que alguien demuestre lo contrario, parece haberse convertido en la corriente mayoritaria de pensamiento, aunque la Rusia de Putin, la Corea del Norte de Kim Jong-un o la Cuba de Castro sean algunos de los “tiránicos” ejemplos de las consecuencias de una expresión cercenada a ultranza por el poder.

Desgraciamente, esos países no constituyen una excepción. En Turquía, por ejemplo, nos encontramos a miles de periodistas encarceladas por atreverse a criticar al régimen totalitario de Erdogan, el amigo de Bruselas. Así, a las pocas profesionales de los medios que aún osan seguir de pie ya les resultará imposible criticar, por ejemplo, la gestión de Mevlüt Uysal, el nuevo alcalde de Estambul, el abogado que en 1993 defendió a los islamistas que asesinaron a 33 escritores de izquierda.

Pero si aún tiene dudas en torno a la utilidad de la Libertad de expresión, recuerde que gracias a ella supimos, entre otros millones, de los casos Filesa, Gürtel o Watergate, del 23F, de las cloacas de Bush en el 11S o de cómo el FMI y la Troika aplican la Doctrina del Shock de la Escuela Económica de Chicago de Milton Friedman. Aunque da la impresión de que todo esto ya nos importa muy poco. No obstante, si no reaccionamos pronto, si nos negamos a defender la libertad de contar cosas –bajo cualquier formato- nos encaminaremos fatal e irremediablemente hacia un modelo de sociedad orweliana tan bien descrita en la obra 1984. Nos dictactarán cuándo, cómo y a quién aplaudir y, sobre todo, pensarán por nosotras demostrándonos que la libertad no sirve para nada, siendo la única expresión válida la que viene impresa en bandos y proclamas oficiales.

En realidad, y aunque pocas lo adviertan, esta ofensiva contra la Libertad de expresión no es otra cosa que una guerra en toda regla contra el acérrimo enemigo de los sistemas autoritarios: el Librepensamiento.

Usted sabrá lo que más le conviene, pero al desatar su ira desmedida contra quienes intentan poner, negro sobre blanco, las miserias a las que nos vemos sometidas, no hacemos otra cosa que cambiar la Libertad de expresión por una implacable Libertad de presión, una asfixiante y represora presión contra toda voz discordante que se atreva a pensar, o a hacer pensar.

Pero mientras cae en la cuenta de que, usted solita, se está fabricando el candado que pegará el cerrozajo definitivo a su capacidad de opinar, siga a lo suyo, apedreando de forma inmisericorde a quienes pensamos que la Libertad de expresión es la única vía de salvación de la Democracia. Eso sí, recuerde que si bien las palabras, las imágenes y los dibujos pueden liberar, las cadenas sólo conducen a las mazmorras.

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