Devuélveme la libertad; devuélveme su aire, su luz, su incendio. Acércame el mar; acércame su tamaño, su rumor, su genio. Busqué por los secos caminos, y dormí bajo la noche con el corazón latiendo en el frío. Encontré al paso flores que llenaban de favores, y desperté como lo hacen el viejo y el vagabundo: saludando a la mañana y al sol que calienta las entrañas.
Es así que hinqué mis rodillas en suelo fértil, y dirigí mis palabras al astro amanecido: “Estrella que mueves al mundo al compás de lo infinito, hazme un gesto de amistad e ilumina mi destino”.
Un haz de luz intervino. Entonces comprendí que era hora de enseñar lo aprendido, de airear mi experiencia, que es difícil errar si se vive en la montaña, que la ciudad castiga los oídos, que en ella la gente enmudece por la soledad y por el olvido. Si bien la moneda tiene dos caras: en la ciudad hay bibliotecas, como aquella del primer Egipto.
Para ser caminante hay que leer mil libros, libros de anchas letras y de antiguos oficios. Sólo si nos hacemos una imagen de la Historia podremos esgrimir razones, pues somos hijos de Ella, tanto de las victorias como de las derrotas. Lejos de la lectura el alma se impacienta, y las manos temblorosas nos recuerdan que es hora de la lectura, de sentir las escrituras.
Preguntado por su oficio, aquel hombre dijo sin dudar ser administrativo, pues no hay trabajo tan puntual, ni tarea tan principal como administrar el tiempo concedido. Todo alrededor nos recuerda que la vida está en marcha, que todo es movimiento, desde el caminante que suda antes de llegar, como el monje que bosqueja letras y proverbios.
Tranquilas las aguas, el corazón se aposenta, y el festín de la imaginación hace germinar lo vivido. Ya no hay dolor, ya no hay verdad ni mentira, todo es del color del sol, del sabor de las endrinas.
El camino se hace largo, y el cuerpo enflaquece. Aunque la vida es experta en menesteres, y al borde de la inanición siempre encontrarás un amigo, que compartirá contigo viandas y pareceres.
Y al abrigo de la inmensa fortuna, musitar un recuerdo, una nota, una risa, pues no es más rico el que más tiene sino el que menos solicita.
Administrar el tiempo, para que no sea perdido, es orden desde el cielo. Pero…y si te preguntas “¿qué es administrar bien el tiempo?” Ese será el comienzo de tu filosofía, tu única salida, tu punto de partida.