En mi opinión -querido amigo Agustín-, teniendo en cuenta la extrema gravedad sanitaria, económica y social de la situación actual, sería necesario o al menos deseable que los partidos políticos aparcaran algunas de sus ideas extremas y, sobre todo, que controlaran esas emociones negativas que ni los unos ni los otros saben gestionar. Tienes toda la razón al afirmar que es inevitable que los partidos políticos lleguen a “acuerdos”, pero yo albergo serias dudas de que alcancen un “consenso imprescindible”. Con esta distinción pretendo explicarte mi convicción de que, efectivamente, tras largas discusiones, todos los grupos aceptarán algunas decisiones pero también opino que, al final, todos ellos se sentirán desilusionados por no haber logrado persuadir a los demás e imponerles sus propuestas. Hemos de tener en cuenta que la condición indispensable para dialogar es que los unos y los otros acudan dispuestos a ceder y a cambiar de posición partiendo del supuesto de que ninguno posee toda la verdad ni tiene toda la razón. ¿Cuántos crees tú que asumen que sus principios ideológicos no son sagrados ni absolutos?
Tras escuchar con atención sus discursos y fijarme en el tono de sus voces, en las expresiones de sus rostros y en los movimientos de sus brazos, he llegado a la conclusión de que, salvo contadas excepciones, todos hablan “ex catedra” y, lo que es peor, todos subestiman y desprecian a los adversarios. Qué bien estaría que, antes de empezar las discusiones, todos aceptaran explícitamente que, en cierta medida, cada uno de nosotros -y de ellos- somos “bipolares”, paradójicos e incoherentes. Es posible que, si previamente reconocieran que sus ideas, sus palabras y sus comportamientos son ambiguos, cambiantes y contradictorios, sus afirmaciones serían menos dogmáticas.
Tengo la impresión de que ignoran que nuestros equilibrios -físico, psíquico y moral- son los resultados de las contradictorias fuerzas que nos empujan hacia fuera y hacia adentro, hacia arriba y hacia abajo, hacia el pasado y hacia el futuro, hacia nosotros mismos y hacia los demás. La experiencia personal de cada uno de nosotros nos dice que todos -también tú y yo que presumimos de coherentes- estamos partidos en dos, divididos por unas fuerzas que nos tiran a uno y a otro lado. Se me ocurre aconsejar a los políticos de uno y de otro bando que lean El Quijote, ese otro libro que nos narra cómo, para transformar los modelos de conducta de los seres humanos necesitamos armonizar el idealismo y el realismo, los valores de la libertad, de la seguridad y de la tradición con los de la igualdad, la solidaridad e, incluso, el reformismo. Quizás ellos no tengan en cuenta que la política -o sea, la gestión de la salud, del bienestar, de la economía, de la enseñanza, de la cultura y del derecho- consiste, sobre todo, en una adecuada combinación de presiones opuestas, de impulsos y de resistencias, de deseos y de temores, de afirmaciones y de negaciones: es una cuestión de dosis y de proporción. ¿Recuerdas cuando nos decían que la virtud estaba en el medio?
Resulta incomprensible que, al menos en estas situaciones de emergencia, los líderes prefieran los posibles réditos electorales a la solución de los problemas de los ciudadanos. En estos momentos nos duele mucho la facilidad con la que políticos, periodistas y muchos ciudadanos consideran que el papel de la oposición consiste en deteriorar y en hacer daño al gobierno. En mi opinión no es aceptable que, en los debates y en las declaraciones, gobierno y oposición confundan la crítica -el análisis riguroso de los aciertos y de los desaciertos- con el descrédito y con el insulto.
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