Leonor fue el gran amor de Antonio Machado. Una jovencita, de Soria, casi una niña, con la cual el poeta se casó, cuando ella tenía quince años y él le doblaba en edad. El escritor llegó a decir que con este matrimonio ponía fin a un erotismo insatisfecho, algo así como “morir sin haber vivido”. Lamento reiterado en sus primeros versos, (“una juventud sin amor”), bien lejos de lograr esa intriga amorosa, como fue la que compartiría con ella.
A Soria llegó Antonio en los comienzos de mayo de 1907. En la modesta pensión donde se alojó, el dueño lo recordaba como un hombre poco hablador, algo Aniñado, exquisito en modales. Eso sí, desaliñado en el vestir, pues de este modo sería habitual verlo. Lo testimonia, también, Juan Ramón Jimenez: “Iba vestido con un gabán descolorido, viejísimo, que solo conservaba uno de los botones de una fila, abrochados equivocadamente, y debajo, unos pantalones sujetos por una cuerda”.
El cierre de la pensión donde estuvo hospedado le obligó a trasladarse a otra que regentaba un sargento de la Guardia Civil, jubilado, con mujer y tres hijos: Antoñito, de pocos meses; Sinforiano, de diez años; y Leonor, de trece, que desde el principio no pasó desapercibida para el sevillano. Sin duda, de Leonor debió atraerle su alegría, los brillantes ojos oscuros y una sonrisa un tanto tímida, que enamoraba a cualquiera. Fue lo que le sucedió a Machado, aunque las malas lenguas han hablado que en él debió despertarse algo de pedofilia. Lo ciero es que la seriedad del catedrático resultó un impedimento para unas relaciones que, al fin, se vieron colmadas, satisfactoriamente, con la boda que tuvo lugar el 30 de julio de 1919, sin olvidar que para una ciudad como Soria, que no llegaba a diez mil almas y que hacían de la murmuración un modo de combatir al aburrimiento, aquel matrimonio que escandalizó al levítico pueblo, tuvo que ser el tema de múltples comidillas, incómodo para el escritor sobre todo cuando la misma noche que inician el viaje de novios en la estación un grupo de gamberretes les faltaron el respeto, con un tradicional concierto de cencerros, claros augurios para un posible cornudo.
A Soria regresó la pareja, tras visitar Barcelona, pues allí se encuentran con su hermano Manuel, coincidiendo también con los sucesos de la llamada ‘Semana tragica’. Fue algo imprevisto que les obligó a desviar la ruta hasta Fuenterrabia, donde pasan el resto del verano. Y de allí, a Madrid para concocer al resto de la familia. Todo el año 1910 permanecen Leonor y Antonio en Soria. En 1911 le concederán a él una beca de ampliación de estudios, en Francia, para asistir a un ciclo de conferencias impartidas por Bergson. Regresar a París le entusiasma al poeta. Ahora es diferente, pues le acompaña su esposa. , Antes de partir, el escritor deja depositado en la editorial Renacimiento, el texto original de “Campos de Castilla”.
Fue como un segundo viaje de bodas. Los enamorados tienen intenciones de conocer la Bretaña, pero el 13 de julio, víspera de la fiesta nacional, ella sufre un vómito de sangre que le obliga a ser internada en un sanatorio. Los médicos aconsejan el regreso a España y Machado tiene que recurrir al poeta Rubén Darío para que le adelante el dinero y poder volver a Soria.
Una leve mejoría les hace creer el milagro de una pronta recuperación. Sucede todo lo contrario. Leonor empeora. Desde Madrid llega a Soria doña Ana, madre de Antonio, para acompañar a su hijo en las dolorosas horas que le esperan. Leonor muere el 1 de agosto de 1912. Había vivido nada más que tres años de casada. Tenía dieciocho. Dos días más tarde fue enterrada en el cemeterio del Espino. Su tumba quedaría más tarde inmortalizada en el bello poema, con estructura de carta, que Machado dedicó a su buen amigo, José María Palacio:
“Palacio, buen amigo
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de
los chopos del río y los caminos...?
Y un ruego;
“En una tarde azul, sube al Espino, al alto Espino, donde está su tierra”
El desgarro de esa muerte le llevó a Antonio hasta los límites de la desesperación, como le dijo a Unamuno; incluso hasta pensó en el suicidio, confidencia que le hizo a Juan Ramón.
De Soria a la monumental Baeza. En Machado se abre una nueva etapa en su expresión lírica. El pasado soriano se trasnforma en referencia estética, como un palimpsesto, es decir, no se borra del todo: “Adiós, tierra de Soria, en la desgracia y en la melancolía de tu recuerdo...”. Leonor y las vivencias, que ambos compartieron, ya serán materia poética, pues otra mujer le vuelve a hacer sentir lo que pensó que jamás podría recuperar: la pasión. Se trataba de Guiomar, que se oculta bajo un seudónimo de reminiscencia medievales, y que ha dado pie a capitulaciones de todo tipo. Se ha escrito que fue una mera invención del propio Machado, sin que obedeciera a ninguna realidad. No obstante algunos críticos se han lanzado a darle nombre propio a esta enigmática fémina. ¿Se trataba de la novelista Concha Espina? o, como opina Gibson, es Pilar de Valderrama, también poeta y comediógrafa. Hija de un abogado de prestigio
¿Por que tanta intriga? ¿Quizá lo impusiera el que fuese una mujer casada? Pero esto será tema para otra ocasión.
(*) Del libro de M. Abad, Manuel y Antonio Machado. Dos biografías paralelas. Arguval. Málaga 2011
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