En la Legión Extranjera francesa siempre se han enrolado españoles: hombres de acción, individuos de pasado turbulento, fracasados, mercenarios, idealistas románticos, desheredados... Pero entre sus filas, siempre (y únicamente) eran legionarios. Los hubo famosos, como Antonio Críspulo Martínez, que tras luchar en la Guerra Carlista bajo las órdenes del general Cabrera, se enroló en las filas legionarias llegando al empleo de coronel siendo distinguido con la condecoración de la Legión de Honor (creada por Napoleón Bonaparte el diecinueve de mayo de 1802) en 1847.
Entre 1857 y 1860, México se sumió en una guerra civil entre los partidarios del conservador Félix Zuloaga y los del liberal Benito Juárez, llevando las de ganar éste último, pero quedando la capital en manos de Zuloaga. Tras un grave revés que le expulsó de su capital provisional (Guadalajara), Juárez hubo de refugiarse en Panamá, de donde regresó en 1858 apoyado por Estados Unidos, quien reconoció oficialmente el gobierno establecido en Veracruz el seis de abril de 1859. La guerra continuó hasta la victoria de Capulcapán, el veintidós de diciembre de 1860. El conflicto recién terminado había dejado tan exhausto a México que Juárez confiscó los bienes eclesiásticos y suspendió el pago de la deuda externa al año siguiente, fijando una moratoria de pago de dos años.
En consecuencia, los tres principales acreedores enviaron un cuerpo expedicionario (700 soldados británicos, mandados por sir Charles Wicke, 6.000 españoles al mando del general Prim y 2.500 franceses a las órdenes del general Dubois de Saligny) reclamando lo debido, desembarcando en Veracruz el trece de enero de 1862.
Con el fin de evitar la guerra, Juárez ordenó a su ejército no oponer resistencia, entablando casi de inmediato un diálogo con los comandantes de los tres contingentes (contingentes seriamente mermados por el denominado “vómito negro”, la fiebre amarilla).
El diecinueve de febrero de ese año se firmaban los tratados preliminares de La Soledad, siendo ratificados más tarde y comprometiéndose México a cancelar su deuda externa a través de la emisión de bonos de garantía, solución admitida por Madrid y por Londres (que retiraban sus tropas en abril), pero no por París, que deseaba aprovechar la sangría en la que se hallaba sumida los Estados Unidos –en plena guerra de Secesión- para expandir su imperio en México, Napoleón III enviaba 4.000 soldados –al mando del general Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez - para reforzar al contingente ya allí desplegado y ofreciendo la corona al príncipe Maximiliano, hermano del káiser austriaco Francisco José, en 1863...
Pero también los hay que, siendo héroes, su historia es menos conocida, al igual que su nombre. Ésta es la historia de uno de esos hombres que, si bien le tocó defender la bandera tricolor, no hubiese desmerecido integrarse en las filas de nuestras Fuerzas Armadas.

Y he aquí donde aparece en escena nuestro protagonista hispano:
Alonso Bernardo era un joven español que le llevó a enrolarse en la Legión Extranjera, asturiano de origen, estaba aprendiendo el oficio de albañil, aunque anteriormente había sido pastor, cargador en el puerto de San Sebastián y mozo de hospedaje en Bayona...
Enrolado en la Legión Extranjera, se encuentra en 1.863 en la 3a Compañía del 1er Batallón del Regimiento Extranjero, asediado dentro del corral de una hacienda mexicana ubicada en el camino entre Puebla y Veracruz. Se podían haber rendido incluso con respeto de sus vidas y de su propia honra militar, pero deciden luchar hasta el final y morir matando.
El ejército francés del general Forey estaba sitiando Puebla. Temiendo un corte de los suministros, por parte del ejército mejicano, envió un convoy con 3 millones de francos y munición para el ataque siendo escoltado por la 3a Compañía, pero la unidad carecía de oficiales por lo que el capitán Jean Danjou, Ayudante Mayor del Regimiento, asumió el mando acompañado por los ubtenientes Maudet y Vilain. De este modo, el 30 de abril de 1863, la compañía partía.
A las 7 de la mañana, Danjou ordenó un alto y mandó preparar café, descanso que se vio interrumpido por la arremetida de 800 jinetes mexicanos. El oficial francés ordena formar en cuadro y se retira, no sin antes causar numerosas bajas a la Caballería atacante.
Buscando una posición más defendible que el campo abierto, Danjou ocupa la Hacienda Camarón, un grupo de naves rodeadas de un muro de tres metros de altura, aprestándose para la defensa.
Para narrar lo allí sucedido, se transcribe el relato oficial de Camerone, leído cada año, el 30 de abril, delante de las tropas de la Legión Extranjera, en cualquier parte del mundo en el que se encuentren desplegadas:
El ejército francés sitia Puebla.
La Legión tiene por misión asegurar, en 120 kilómetros, la circulación y la seguridad de los convoyes.
El coronel Jeannigros, que es quien está al mando, se entera, el 29 de abril de 1863, de que un gran convoy, que lleva 3 millones en efectivo, material de sitio y municiones, está en camino hacia Puebla. El capitán Danjou, su Adjunto Mayor, le convence para enviar una compañía por delante del convoy. Se designa la 3a Compañía del Regimiento Extranjero, pero no tiene oficiales disponibles. El propio Danjou toma el mando y los suboficiales Maudet, portabandera, y Vilain, pagador, se unen a él voluntariamente.
El 30 de abril, a la una de la madrugada, la 3a Compañía, con una fuerza de tres oficiales y sesenta y dos hombres, se pone en camino. Ha recorrido alrededor de 20 kilómetros cuando a las siete de la madrugada se para en Palo Verde para hacer un descanso y tomar café. En ese momento, el ejército mexicano se despliega y se inicia el combate inmediatamente.
El capitán Danjou hace cerrar cuadro y, batiéndose en retirada, rechaza victoriosamente varias cargas de caballería, infligiéndole unas primeras pérdidas graves.
Al llegar a la altura de la posada de Camerone, amplio edificio que contiene un patio rodeado de un muro de tres metros de alto, decide atrincherarse allí para inmovilizar a las fuerzas desplegadas y retrasar de esta forma durante el mayor tiempo posible el momento en que éste pudiese atacar el convoy.
Mientras sus hombres organizan con celeridad la defensa de esta posada, un oficial mexicano, haciendo valer la enorme superioridad numérica, intima al capitán Danjou para que se rinda. Éste hace contestar: “Tenemos cartuchos y no nos rendiremos”. Luego, levantando la mano, jura defenderse hasta la muerte y hace prestar a sus hombres el mismo juramento. Son las diez. Hasta las seis de la tarde, esos sesenta hombres, que no han comido ni bebido desde la víspera, a pesar del sofocante calor, el hambre y la sed, resisten a dos mil mexicanos: Ochocientos jinetes y mil doscientos infantes.
A mediodía, el capitán Danjou muere a causa de una bala en medio del pecho. A las dos, el subteniente Vilain cae, alcanzado por una bala en la frente. En ese momento, el coronel mexicano consigue prender fuego a la posada.
A pesar del calor y el humo que vienen a aumentar sus sufrimientos, los legionarios siguen aguantando, pero muchos resultan heridos. A las cinco, alrededor del subteniente Maudet solamente quedan doce hombres en estado de combatir.
En ese momento, el coronel mexicano reúne a sus hombres y les dice que se van a cubrir de vergüenza si no consiguen abatir a ese puñado de valientes (un legionario que comprende el español va traduciendo mientras habla). Los mexicanos se disponen a dar el asalto general por las brechas que han conseguido abrir, pero, anteriormente, el coronel Milán dirige un nuevo requerimiento al subteniente; éste lo rechaza.
Ya se ha dado el asalto final. Pronto ya no quedan alrededor de Maudet más que cinco hombres: El cabo Maine, los legionarios Cattau, Wenzel, Constantin y Leonhart. Cada uno de ellos conserva todavía un cartucho, tienen la bayoneta a punto y, refugiados en una esquina del patio, plantan cara; a una señal descargan sus fusiles a bocajarro sobre el enemigo y se precipitan sobre él a la bayoneta. El subteniente Maudet y dos legionarios caen mortalmente heridos. Maine y sus dos camaradas están a punto de ser masacrados cuando un oficial mexicano se precipita hacia ellos y los salva; les grita: “Ríndanse”. “No nos rendiremos si no nos prometen acoger y cuidar a nuestros heridos y si no nos dejan las armas”; sus bayonetas siguen amenazadoras. “¡No se les niega nada a unos hombres como ustedes!”, contesta el oficial.
Los sesenta hombres del capitán Danjou han mantenido su juramento hasta el final: Durante once horas han resistido a dos mil soldados, han matado a trescientos y herido a otros tantos. Con su sacrificio, salvando el convoy, han cumplido la misión que les había sido confiada.
El emperador Napoleón III decidió que fuese inscrito el nombre de Camerone sobre la Bandera del Regimiento Extranjero y que, además, los nombres de Danjou, Vilain y Maudet fuesen grabados con letras de oro sobre Los Inválidos de París.
Aparte de eso, en 1892 se erigió un monumento en el lugar del combate.
Desde entonces, cuando las tropas mexicanas pasan por delante del monumento, presentan armas”.
El primero en caer fue Danjou, que había perdido su mano izquierda en Argelia, en el 1853 (durante unos ejercicios topográficos, en la campaña de Kabyia)-, alcanzado en el pecho.
A partir de ese momento, tras 11 horas de duro combate, de ataques y contraataques, de combates cuerpo a cuerpo, hasta la extenuación y el último cartucho... Bernardo fue de los últimos en caer.
Eran las diecisiete horas y cuarenta minutos y quedaban unos 16 legionarios en pie alrededor del subteniente Maudet...” Agotados y prácticamente sin munición, los últimos hombres de Danjou cargaron a la bayoneta, saliendo al encuentro de una certera muerte. Dos hombres cayeron en ese avance suicida. El legionario Catteau trató de cubrir a Maudet... Pero todo fue en vano: ambos también fueron alcanzados.
El coronel Francisco de Paula Milán –comandante de las fuerzas mexicanas-, entonces, les instó a rendirse, asegurándoles un trato benévolo, pero los legionarios rehusaron toda rendición al menos que les garantizasen asistir a sus heridos y mantener con ellos sus armas.

En un caballeroso gesto, que dice mucho de la honorabilidad mexicana, Milán repuso:
“¿Cómo puedo negarme? Nada se les puede negar a estos hombres. No son humanos, son demonios”. En aquel instante, únicamente el Cabo Maine y dos legionarios quedaban en pie...
En total, 31 legionarios muertos en el combate (más otros 9 a consecuencia de las heridas), 24 prisioneros –de los que 17 se encontraban heridos- y un superviviente (el tambor Laï, con siete heridas de lanza y dos balas) que logró alcanzar a las fuerzas propias.
Milán sorprendido por las bajas propias: ¡¡300!! Calculando: Si cada soldado francés portaba de dotación para su fusil Minié de avancarga modelo 1857 sesenta cartuchos, por 65 hombres, hacían un total de 3.700 cartuchos, lo que significaba una baja por cada doce disparos, la mayoría de los caídos habían sido alcanzados en la cabeza o en el pecho.
La Legión es nuestra patria, reza su lema... Estos soldados no eran franceses; no era su ejército, no era su guerra... Entre ellos había herreros, empleados de banco, leñadores, un encuadernador, un guarnicionero, un mozo de hotel, un tejedor, un pañero... Entre ellos había 16 de origen alemán, quince franceses, trece belgas, ocho suizos, un austriaco, un danés, un holandés, un italiano y un español... TODOS ELLOS ERAN, SIMPLEMENTE, LEGIONARIOS.
Un legionario es un hombre de acción que busca sueños... Un legionario es un soñador que encuentra acción. Da igual que se trate de la granada flamígera o del arcabuz cruzado con la ballesta y la alabarda, los hombres bajo estos emblemas luchan siempre como uno solo, con un único credo, con un único espíritu.
Camerone se celebra en todos los lugares del mundo donde han estado desplegadas unidades de la Legión Extranjera, en la jungla indochina, en las guarniciones argelinas, en los desiertos iraquíes, en las montañas afganas; en Rwanda, en Mali....
Como manifestaba el mariscal Soult, comandante en jefe de la Legión en Argelia, “Este Cuerpo es simplemente un asilo para la desgracia”.
Las fuerzas mexicanas estaban compuestas por los siguientes Batallones de la Guardia Nacional: Veracruz (coronel Rafael Estrada), Jalapa (coronel Terán) y Córdoba (coronel Talavera), además de las milicias de Corcomatopec y los Lanceros de Orizaba, la unidad de caballería liderada por Joaquín Jiménez.
Por suscripción popular a iniciativa del cónsul de Francia en Veracruz, Edouard Sempé, el 3 de mayo de 1863, el coronel Jeannigros había erigido una cruz de madera con la inscripción.
“Aquí mora la 3a Compañía del 1er Batallón de la Legión Extranjera”, monumento que fue reemplazado por una columna antes de que acabara la campaña de México.
El completo abandono del monumento realizado en 1892 motivó que en 1.948 el coronel Penette, antiguo oficial de la Legión, ordenase la construcción de un nuevo monumento, inaugurado en 1963 y en el que se puede leer: “Eran menos de sesenta, contra todo un ejército, su masa los aplastó, batallaron hasta la extenuación, y que la vida antes que el valor. abandonara a estos soldados franceses el 30 de abril de 1863.
En memoria, su patria erigió este monumento en el año de 1892”.
La mano de madera de Danjou -pintada como si fuera enguantada- fue hallada por un granjero anglo-francés apellidado Langlais, quien la vendería dos años después al Cuartel General de la Legión Extranjera en Sidi Bel Abbés (Argelia). Cuando la unidad se trasladó a Francia, la mano fue llevada a Aubagne, donde aún permanece expuesta en el Museo de la Legión.
Dicha prótesis simboliza todo aquello que la Legión representa: Honor, Deber... Y es designado portador de ella durante una parada supone un gran honor para aquel legionario elegido.
Cada 30 de Abril, los oficiales preparan y sirven el denominado “Café Legionario”, para celebrar “el café que nuestros camaradas de Camerone nunca tuvieron”.
N.A.: Este artículo se basa en la obra El Mito de Camerone, del Sr. D. Joaquín Mañes Postigo, quien amablemente me proporcionó la información necesaria para su elaboración.