Opinión

La lealtad y la traición

Con demasiada frecuencia oímos, sobre todo a aquellos que ocupan un cargo de dirección política, que la fidelidad contribuye esencialmente al respeto y armonía de la organización que él representa y para ello, es esencial la fe que debemos tener en él, sin necesidad de poseer evidencias que demuestren que dice la verdad. Esto es algo muy difícil de aceptar por un fijo discontinuo como yo respecto a la fe en Cristo, imagínense con respecto a un político.

Esta fidelidad exige un arraigado concepto de “cooperación” entre dos personas y cuando a esta relación y reglas de comportamiento que exigen las normas de fidelidad, añadimos normas de ética y moral, alcanzamos lo que la RAE define como LEALTAD, que entendemos como el cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien. Tal vez, este concepto nos queda mucho más claro si añadimos otras virtudes como “compañerismo, respeto y confianza”. A su antónimo deslealtad, la llamaremos TRAICIÓN, que definimos como aquella que no guarda la fidelidad debida, no cumple su palabra o defrauda al grupo al que pertenece.

La primera prioridad de una persona leal, comienza por el respeto a sus propios principios. Son estos principios los que nos hacen establecer un compromiso respetuoso con el otro. Si no existiera sintonía entre los valores este código de lealtad no se produciría, no olvidemos que la lealtad se debe a los valores y no a la persona que los representa. Pongamos un ejemplo; confrontemos la lealtad de Marco Junio Bruto a la Republica  de  Roma,  con  su  traición  a  Julio  César.  Por una parte, Plutarco reconoció los servicios prestados a la República por Bruto, al formar parte activa contra Julio César en la guerra Civil Romana, llamándolo “portador de un carácter puro e integro”. Esta lealtad se convirtió rápidamente en traición cuando Marco Antonio el lugarteniente de Julio César y por tanto, pretendiente a la sucesión, tras el elogio fúnebre llama criminales a los “conspiradores”. Roma deja de percibir a los participantes como salvadores leales a la República y comienza a llamarles traidores hasta que son acusados de alta traición. He aquí el delgado filo que separa una de la otra, pero la permanencia de los principios no  depende nunca de las necesidades del momento ni de quién las plantea interesadamente. Los principios nunca han sido, son, ni serán una herramienta del poder. Se debe lealtad a la Ley y no a quién la incumple. La lealtad no deja de ser un pacto voluntario convenido por los ciudadanos que llevan aparejados unos derechos y obligaciones que persiguen lograr uno o varios objetivos. La lealtad que se deben las partes debe ser reciproca, nunca debe exigirse de manera unilateral, ambas partes la deben cumplir.

Es importante no confundir la lealtad con el vasallaje, algo que no termina de entender esta nueva clase política a pesar de encontrarnos en el siglo XXI, pero siguen pensando que como vasallos, nacemos, vivimos y morimos por la causa, la suya y no otra, y con esa creencia es muy difícil hacerles ver que son ellos los traidores y no los que tiran como un clínex que se arroja inservible al suelo una vez utilizados.

Esto nos debería hacer recapacitar sobre a quién llamar leal o traidor. Son los principios los que nos califica y nos pone en el lugar que merecemos. Con demasiada frecuencia, el político considera que él nunca es el traidor a las convicciones que le ha dado el cargo que ostenta, justificando la falta de credibilidad y el incumplimiento de sus promesas, como la lógica evolución que provoca el conocimiento a fondo de la política real que los demás desconocemos, y que normalmente va asociada al mantenimiento del poder (el suyo). Personalmente llamo “hipócrita” a quien emplea este tipo de excusa, sin embargo, quién lo hace lo llama pomposamente “hacer política”, como la que hemos escuchado recientemente a un alto cargo, cuando manifestaba totalmente convencido, no he mentido a los españoles, solo he cambiado de opinión. Seguramente esta frase pasará a los anales de la historia junto a “Éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”.

Consideran algunos políticos que el lugar que ocupan, les avala para tomar las decisiones que creen más convenientes, simplemente por haber sido el más votado, sin reparar en las personas que no los ha elegido y tampoco el porcentaje mucho mayor de ciudadanos que ya piensan que es inútil votar. ¿De verdad piensan que ellos representan la voluntad de los todos los ceutíes? Así lo han manifestado cuando han presentado con toda la pompa y boato a sus candidatos del 23J. Son los más votados y eso les otorga legalidad jurídica, pero tengo la impresión que les faltan muchos votos para arrogarse legitimidad moral y seguir ejerciendo el poder de la forma que lo han practicado en la anterior legislatura de la que aún ignoramos lo que han hecho con más de 1600 M€, prometiendo para esta lo que tenían que haber hecho en la anterior.

«Pocas veces el destino de una ciudad ha dependido de un modo tan claro de la capacidad, imaginación, trabajo y desinterés de los políticos”. Desgraciadamente no percibo en este gobierno ni un mínimo atisbo de estas cualidades, y si, un hartazgo y conformismo general en la ciudadanía ante la falta de alguien que plantee un objetivo ilusionante para el futuro de Ceuta. Para muestra un botón, mientras se publican o no las listas de los nuevos Directores Generales, las navieras vuelven a subir impunemente las tarifas, entretanto, el gobierno permanece impasible preocupado por el reparto de cargos y a pesar de las muchas promesas, la aduana comercial sigue aún cerrada. Los dos pilares fundamentales de la ciudad, el turismo y el comercio, están dañados, pero en esta ciudad nadie del gobierno habla de ellos. De la poca industria que nos queda hablaremos otro día.

Quien pierde sus principios ya no se respeta ni a sí mismo, pero no olvidemos que el ejercicio continuado del poder impregna al político de la indiferencia que necesita para olvidarlos sin remordimiento.

Los hechos y no las palabras ponen a cada uno en su sitio, a unos como traidores y a otros como leales compañeros de viaje.

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