Bomberos volvió a sofocar en el día de ayer varias quemas provocadas de rastrojos causadas en distintos puntos de la ciudad. Son los habituales, aquellos en donde todos los veranos se repiten las mismas prácticas, los que están marcados como zonas negras para el SEIS porque siempre se ven obligados a acudir al mismo lugar.
Detrás de estos sucesos hay mucho de gamberrismo sin fundamento. Sus protagonistas son menores que regresan de la playa y se dedican, casi siempre en la misma franja horaria, a causar incendios por diversión. Les da igual las consecuencias de sus actuaciones. O que los Bomberos estén desbordados, como sucedió el domingo cuando se provocó un incendio en el Sarchal a la misma hora en la que volvía a arder la zona de García Aldave.
“Más allá de poder exigir una mayor acción policial cabe una debida reflexión por la repetición de casos”
Más allá de que se pueda exigir una mayor acción policial para dar con estas personas, cabe la debida reflexión sobre qué lleva a la adopción de este tipo de comportamientos. A que un día a determinadas personas les dé por causar incendios y otro se dediquen a lanzar piedras a vehículos de las fuerzas de seguridad. No son gamberradas o niñatadas como algunos progenitores han llegado a decir cuando se les comunica las acciones de sus hijos. En el fondo subyace una reacción contraria hacia determinadas fuerzas de seguridad y vinculada al puro deseo de causar daño pudiendo llegar a desestabilizar a todo un Servicio de Extinción. ¿En qué pensaban quienes causaron una quema de matorrales en plena crisis en García Aldave?, ¿eran conscientes de lo que podían haber comprobado? Sus acciones son tan graves que no entra en cabeza buscar una particular explicación encuadrando estas prácticas en meros juegos.
Si estas acciones fueran puntuales o casuales podríamos considerar que se trata de algo denunciable pero que no nos debe preocupar en exceso. Pero lo grave es que se ha convertido en algo rutinario, en el día a día, en unas acciones delictivas que pueden dar pie a males mayores y que se han asentado como prácticas habituales y cada vez más extendidas. Y eso es lo que nos debería preocupar.