El cierre permanente de las nuevas puertas de San Francisco y la preocupación de algunos por la continua protesta pública de un grupo de feligreses me recuerda la actitud de Jesús que reprende a los apóstoles que impiden a la gente acercarse a él, o cuando en Jericó trataron de hacer callar al ciego que, advertido de la presencia de Jesús, gritaba para atraer su atención y hacerse salvar. Nosotros también gritamos para que Jesús nos oiga, pero ¿nuestras súplicas llegan a él? Parece como si las demandas sobre este tema fueran incómodas, como si antes de ser públicas tuvieran que pasar por un filtro a modo de una aduana llena de protocolos, que de alguna manera, nos impide llegar a Jesús, donde para poder preguntar y ser informado adecuadamente hubiera que tener una especie de pasaporte eclesiástico. Esto me hace pensar en algunos cristianos, que con su actitud, se comportan como auténticos fiscales y controladores de la fe, en lugar de ser facilitadores de ella, parecen comprometidos con la iglesia sólo en su Aduana Pastoral.
Los cristianos no deben nunca encontrar las puertas cerradas de la casa de Dios. Las iglesias todavía no son oficinas donde presentar documentos y papeles, ni los responsables de la Iglesia son funcionarios por oposición, a los que hay que pedir permiso para saber lo que se cuece en la casa de Dios, y a los que nunca hay que pedir explicaciones de ningún tipo, y menos sobre cuestiones “privadas o íntimas de la Iglesia”, porque te pueden decir, como mínimo, la famosa frase de la puerta o la ventanilla del pasado: “Vuelva usted mañana”, o como en el caso de la iglesia de San Francisco, “vuelva usted el año que viene”, que con suerte puede encontrarla abierta al culto. Todo el entramado que rodea a la obra de San Francisco me recuerda la preocupación del nuevo pontífice por la aparición en los últimos años de un nuevo sacramento en algunas iglesias, y el llamado por el Papa Francisco el “octavo sacramento de la Aduana Pastoral”.
Para explicar mejor este nuevo sacramento que practican algunos, el pontífice puso varios ejemplos en su homilía. Es una pena que el papa no conociera nuestro problema, pues sería un buen ejemplo didáctico y académico para entenderlo. Los Padres Agustinos, desde hace años no pueden celebrar ningún sacramento en la iglesia de San Francisco, a pesar de que ellos dicen siempre, con buena fe, a ver si al año que viene puede ser, y nunca sucede. Por ejemplo, si los actuales regentes de la iglesia franciscana propusieran a la Diócesis celebrar las Primeras Comuniones en el próximo mayo de 2014, en vez de encontrar su apoyo, volverían a oír de nuevo todos los posibles inconvenientes de anunciar con tanta premura la celebración del 3º sacramento, pues no disponen aún de los documentos que aseguren su apertura y funcionalidad para tan precipitada fecha. De esta forma, los sacerdotes agustinos, los padres e hijos, alumnos del colegio “encuentran de nuevo las puertas cerradas cada primavera”. De este modo quien tendría la posibilidad y la potestad de abrir las puertas dando gracias a Dios por estos catecúmenos, no lo hace, al contrario las cierra. ¿Cuántas veces somos controladores en lugar de ser facilitadores de la fe de nuestros feligreses?
Parece como si algunos por sus cargos de responsabilidad quisieran adueñarse, apropiarse, o lo que es peor, hipotecar la voluntad del Señor. ¿Cuántas veces los feligreses de San Francisco han preguntado por activa y por pasiva sobre la marcha de las obras, mostrando su preocupación por su excesiva tardanza, y se han extrañado de la falta de una fecha concreta de probable apertura? ¿Y qué han encontrado hasta ahora? Caras desencajadas, adornadas con una cínica sonrisa forzada como la de la esfinge de Tebas, una salida por la tangente, o lo que es peor, el silencio administrativo que tanto les gustaba a los funcionarios del antiguo régimen. Todo ello hace sospechar al menos, de impotencia y/o incompetencia, porque al final del camino los feligreses encuentran de nuevo, una gran puerta cerrada. Y así sucede reiteradas veces desde hace demasiado tiempo. Este pasado reciente no ha brillado por celo pastoral, sino un comportamiento que nos aleja a todos de Dios. Esta actitud de falsa o falta de información que ronda la ignorancia, de inercia, e indiferencia, no abre las puertas de San Francisco, y menos las del cielo. Y lo que es peor, si seguimos por este camino sin retorno, con esta ambigua actitud, de alguna manera también cerramos las puertas de la verdadera Iglesia Católica, que es el pueblo de Dios. Los feligreses de la Iglesia de San Francisco sólo pedimos una respuesta pública comprometida en fecha y forma antes de que termine la primavera.
Pero recordemos que Jesús ha instituido solo siete Sacramentos, y nosotros con nuestra prepotencia administrativa y fiscalizadora, nuestra desidia, ocultismo o ignorancia instituimos el octavo, el “sacramento de la aduana pastoral”, caracterizado por sus interminables mecanismos burocráticos tan increíbles como impredecibles, y tan llenos de errores como, a veces de ignorancia. Sólo espero, al igual que el papa Francisco, que este “nuevo sacramento” nunca otorgue la gracia cuando el alma del que lo instruye no tiene gracia alguna o, en otras palabras, cuando puede estar en pecado por acción, por omisión o por desinformación. El Padre Gabriel Amorth decía sarcásticamente que había ocho sacramentos, el octavo era la “santa ignorancia”. Este nuevo sacramento, tan involuble, temporal como vacío, lo comenten aquellos que no tienen conocimiento del error en el que incurren. Por tanto puede salvar tantas almas como los otros siete, profunda reflexión de Amorth sobre la ignorancia que encierra mucha sabiduría.
Dios se indigna cuándo ve estos nuevos sacramentos, la Aduana Pastoral o su sinónimo la santa ignorancia, porque ¿quién sufre con ellos? Su pueblo fiel, sus feligreses que le aman tanto. Jesús quiere que se abran de una vez y para siempre las puertas de la Iglesia de San francisco, para que sus feligreses puedan estar más cerca de él siguiendo el camino de la verdad y la vida que conduce a las puertas del cielo. A pesar de todo ello, todavía tenemos o hemos tenido personas con responsabilidad en la Diócesis que comenten o han cometido errores por acción u omisión, y en vez de facilitar su apertura, con su actitud aquilatadora, parecen colocar más cerrojos oxidados en los bornes bronceados de sus nuevas puertas. Pidamos todos juntos al Señor que aquellos que se acercan a la Iglesia de San Francisco encuentren pronto las puertas abiertas y sólo siete Sacramentos en su altar. Porque los Sacramentos es una cuestión de fe, no de papeles, documentos y trámites indefinidos en el tiempo y en el espacio, y nuestra Iglesia actual no puede permitirse errores en cuestiones de fe, en el año de la fe.
Las nuevas puertas de la iglesia de San Francisco, cerradas por el octavo sacramento, representa el marco de la perfección que todos quisiéramos alcanzar, la línea alba, pura y limpia, la claridad, el espacio abierto para la entrada del Espíritu Santo con los rayos del sol y con el frescor de la fuente de la plaza de los Reyes impregnado con la alegría de los niños jugando en ella, pero su legendario cierre permanente por retorcidas, lóbregas, oscuras e imperfectas razones, nos vuelve a recordar que todos somos humanos, que erramos, y nos dice lo que somos de verdad, frutos sufrientes e inmaduros de árboles de hojas caducas, que quieren con sus ramas, tocar el cielo, sin alcanzarlo jamás.
Dios Mío, a veces quisiera estar en otro lugar, quizás en otra piel, y averiguar con empatía si esas otras entrañas sienten lo mismo que yo, mirar por las puertas de otros ojos, para ver la magnitud de mi perseverante actitud. Me gustaría saber si el efecto abrasivo de mis palabras modifica la inercia del tiempo en otros órganos del poder, comprobar si el zumo ocre del pasado ha impregnado en demasía los tejidos blandos que envuelven la vida, si algunos de mis recuerdos en todas las memorias desprenden este olor a fruta mustia y a jazmín manido. Desearía mirarme con las pupilas mióticas de aquel que me desprecia, para que así mi destierro acabe con las miserias que nunca enterrará el olvido.
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