Categorías: Opinión

Las mil vidas de Contador

Alberto Contador es de esas personas que no lo tienen fácil en la vida, pese a que hoy en día sea la más brillante de las leyendas vivas del ciclismo mundial en activo. Después de unos cuantos baches a lo largo de su vida, en especial la dureza del cavernoma que sufrió hace no tanto, llegó la sanción de máxima duración (dos años) de la UCI, que le despojaba del Tour de Francia 2010 y el Giro de Italia 2011, a pesar de que el propio dictamen reconocía no haber probado el dopaje, y de que no hubo positivo en aquel Giro, pidiendo el propio Contador que se le tomaran pruebas a diario para demostrar su limpieza. Por supuesto, una sanción de este tipo no quiere decir, en absoluto, que el corredor no vuelva a conquistar grandes logros, no obstante sí que supone ralentizar su carrera dada la readaptación que el corredor debe llevar a cabo para recuperar el ritmo de competición. Aunque este esfuerzo, el de las piernas y el físico en general, tal vez no sea el más doloroso ni el más costoso, y sí el restañar el daño anímico que un proceso de estas dimensiones e injusticia provocaría en casi cualquier persona. Pero el pequeño cuerpo de Alberto Contador está fraguado a niveles de incandescencia inauditos, así como su mente, clave en la victoria de esta recién terminada Vuelta a España 2012. El pinteño era el máximo favorito pero no por su estado físico, débil tras meses sin competir, sino por su condición de superclase, un estatus logrado tras años de sufrimiento y exhibiciones. Ser un superclase no es solo una cuestión física, sino también mental, punto esencial que ha servido a Contador para alzar su séptima gran vuelta, o quinta si nos ceñimos a lo oficial.
La sorpresa de la etapa de Fuente Dé, protagonizada por Alberto y la indecisión de “Purito”, refleja la diferencia entre ser un gran corredor en el mejor momento de tu carrera y un superclase. Contador tiene una capacidad para leer la carrera en milésimas de segundo que no es equiparable a ningún corredor de la actualidad, y que, históricamente, solo tiene lugar entre los grandes del ciclismo. El madrileño es capaz de resolver incógnitas de profunda resonancia en el resto de la competición en un flash, casi siempre con acierto. Fuente Dé fue una demostración más de que Contador no necesita una condición física pletórica para hacer saltar una gran vuelta: él posee una chispa más que el resto, un deslizante y revoltoso don que recorre su cabeza y agita sus ideas cuando debe hacerlo, ni antes ni después. Un danzante e incontrolable frenetismo, trazado con genialidad, que le hace recordar a figuras legendarias como Jacques Anquetil, Felice Gimondi, Eddy Merckx, Bernard Hinault, Miguel Induráin o Lance Armstrong.
Es difícil dar crédito a lo que Alberto Contador ha conseguido, y a lo que seguirá logrando, porque está fuera de toda lógica alguna, más aún teniendo en cuenta todas las complicaciones a las que ha tenido que hacer frente, muchas más de las que son normales. Pero ese es Alberto, un corredor que siente gran motivación cuanto más difícil es; estoy convencido de que victorias más sencillas y menos épicas no serían de su agrado tanto como lo ha sido esta Vuelta, o el infame Tour 2009 que sufrió cuando el Astana decidió apostar por Lance Armstrong y tuvo, incluso, que comprar ruedas para su bici él mismo, con su dinero. ¿Cuántos habrían podido correr y ganar un Tour con la terrible sensación de no poder ni siquiera pinchar? Ese es Alberto Contador, el de las siete grandes.
Por último, me veo casi obligado a comentar la desafortunada intervención de uno de los conductores de la Vuelta en RTVE, cuando un espectador preguntó si finalmente se podría ver el paso clave de La Hoz, perteneciente a la espectacular etapa de Fuente Dé. Con sorna, mala educación y desagrado hacia el espectador, cuyo nombre y apellidos fueron exhibidos para después ser ridiculizado, se le aconsejó irónicamente el pago de la transmisión si quería verla, puesto que no estaba dentro de los planes de RTVE emitirla. Paradójicamente, un día después de Fuente Dé se emitió la insignificante etapa de La Lastrilla, en la que la llegada de los corredores se retrasó con respecto a lo estimado, y pese a ello no hubo corte de la retransmisión en ningún momento. Quizá con menos chulería y una mejor organización se podría dar prioridad a los momentos calientes de la carrera y no a los superfluos.

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