Uno de los hechos más sorprendentes y vergonzosos de lo que llevamos de siglo XXI es el comportamiento bovino y lanar del ciudadano español (y europeo) ante la inmigración masiva que ha asaltado nuestro país desde hace unos quince años acá. Esta ciudadanía lanar se ha dejado engañar por esos enloquecidos y afiebrados apóstoles de esa venenosa ideología llamada multiculturalismo. Esta pérfida ideología fue, es, un experimento socio-antropológico puesto en marcha para tratar de integrar en el tejido social europeo a las ingentes cantidades de inmigrantes que iban llegando a Europa procedentes de países arabo-islámicos y de la negritud. La perfidia de esta ideología consiste “en explotar precisamente la falta de acuerdos comunes y de un ideal moral y social común”. Es ocioso repetir una vez más que el multiculturalismo se fundamenta sobre un “esencialismo cultural que mina, obviamente, los fundamentos de todo orden político”. En otras palabra, el multiculturalismo equivale “a transformar el derecho a la diferencia en un deber de pertenencia a una identidad de origen supuesta o impuesta”.
Esos apóstoles apelan a un mundo de viscosa fraternidad, a una supuesta y delicuescente conciencia universal, a un lastimoso igualitarismo, a una caridad y tolerancia universales, a un mestizaje global y a la sacrosanta solidaridad. Estos luciferinos apóstoles multiculturalistas enseñan a los europeos a odiarse a sí mismos, y a celebrar la propia extinción a manos de esa inmigración masiva. Asimismo, han inoculado en los cerebros de los españoles (y europeos) el germen del odio hacia la propia herencia europea y al europeo autóctono. Estos servidores de la causa multiculturalista son emponzoñadores de mentes y cerebros drogados por esa perversa ideología, por consiguiente, la corriente antimulticulturalista no despierta ninguna reacción, no produce ningún efecto en contra. A esa masa aborregada le ha sido castrado, pues, el sentido de conservación. La perversión de esos misioneros de la sociedad multicultural llega a tal punto que hacen que los europeos se abochornen de ser europeos, de ser blancos. Esta sociedad no es reformable, se desgañitan los misioneros de la sociedad multicultural y, por tanto, se la debe destruir para edificar una sociedad nueva y equitativa sin excepciones. Esos propagadores del cancerígeno multiculturalismo nos predican que preservar nuestros pueblos europeos tal y como los hemos heredado de nuestros antepasados es la cumbre del racismo. De lo que se trataría es de laminar la singularidad de los pueblos europeos, de inyectar en nuestras mentes drogadas de ideología multiculturalista la idea de que si no existen nuestros pueblos, entonces, no tendremos demasiadas razones para defenderlos. Un razonamiento perfecto, que esas mentes enfermas de ideología aceptan a pies juntillas sin oponer la más mínima resistencia. Así, de esta manera, los apóstoles multiculturalistas juegan a caballo ganador. Así es como fabrican hombres y mujeres hoy día. Esa masa amorfa y sin voluntad ni opinión traga glotonamente cada día su dosis de droga multiculturalista sin dificultad alguna. La degluten sin hacerse preguntas. Así triunfan esos servidores de la ideología multiculturalista sin encontrar oposición. Esto es así hasta el extremo de que cada europeo ha aprendido a interiorizar lo malo que es respecto de esa masa inmigrante que le ha caído encima sin llamarla ni desearla. Y pobre de aquel que esboce un mínimo enfrentamiento con la bestia multiculturalista y sus apóstoles, será fulminado sin reparo alguno apelando al racismo, a la xenofobia, y se le aplicarán las leyes-mordaza que esa traidora casta política se ha sacado de la manga para detener cualquier intento de defensa contra esa ideología cancerígena llamada multiculturalismo. Negar a estas alturas la perversidad de la ideología multiculturalista, equivaldría a negar la luz del día cerrando los ojos para no verla.
Toda causa necesita de adláteres y de tontos útiles para conseguir sus fines, y, cómo no, esta ideología, aunque fracasada en Europa (en Francia, Gran Bretaña, Alemania, Holanda, Italia, Bélgica y, supongo, en España), tiene sus secuaces para captar adeptos y diseminar la semilla. En primer lugar, está la traidora y corrompida casta política española y europea. En nuestro país, aún resuenan en nuestros oídos aquel criminal eslogan de “Papeles para todos”, eslogan que condimentaba todas las salsas políticas, sindicales, onegistas, religiosas y humanitarias. A este respecto, he aquí un ejemplo de traición a las raíces de Europa: el líder comunista francés Jean-Luc Mélenchon dice que se alegra de la desaparición de los franceses autóctonos; este traidor celebra la inmigración masiva tercermundista y musulmana y considera las culturas árabe y berebere parte de Francia. Este tipo es claramente un ideólogo republicano negacionista, un adversario furioso de la identidad francesa, ‘odiador’ de todo cuanto representa Europa y el hombre blanco, un asesino de la memoria y de pensamiento ideológico anticristiano. Pero a este comunista necio no se le oculta que cualquier buen musulmán, en el mundo musulmán, se opondría a la inmigración masiva de cristianos europeos en sus propias naciones. Este es un gusano de la ideología multicultural y como buen gusano gusta cebarse de la estúpida y aborregada sociedad autóctona europea. Este sinvergüenza no sabe que será el primero en caer en las fauces de la bestia multicultural. Esta ruin casta política se ha hecho fuerte propiciando leyes que ellos llaman antiodio para quien albergue veleidades de rebelión contra el estado de la cuestión reciba un castigo que sirva de ejemplo a todos los demás. Como muestra de ello, el Parlamento Europeo retira la inmunidad a la eurodiputada francesa Marine Le Pen por criticar los rezos de los musulmanes en la vía pública. La eurodiputada francesa fue objeto de una investigación judicial en Francia por un presunto delito de “incitación al odio”. Marine Le Pen afirmó que los musulmanes protagonizan en algunas partes del país una “ocupación” mediante sus oraciones en la calle. ¡Ese es su delito! Así estamos en esta Europa vendida a la venenosa ideología multicultural: en el continente-cuna de la libertad de expresión y de opinión está prohibido hacer la mínima crítica sobre el islam, te aplican inmediatamente las leyes antiodio. El islam, pues, tiene patente de corso, no así la iglesia ni sus ministros ni sus dogmas. ¡Ah!, pero, eso sí. No crea el amable lector que hay una sola clase de racismo. No, hombre, no. De ningún modo. Hay dos formas de racismo, el de los blancos, inexcusable y aborrecible cualesquiera sean los motivos, y el de los negros, totalmente justificado cualesquiera sean los excesos porque expresa un desquite justo, y, además, después de todo, se nos exige que sean los blancos quienes deban comprender este último racismo, escribe, J. Raspail.
Por otro lado, esa fatigada caridad desenfrenada propalada por un cristianismo asimismo fatigado y ¿enfermo? anima a acoger sin límites a esa inmigración masiva sin reparar en las consecuencias para el tejido social de los países europeos. Pero, eso sí, ese cristianismo fatigado olvida vergonzosamente a sus cristianos masacrados y humillados en los países de donde vienen muchos de esos a los que debemos acoger con caridad cristiana.
Y qué decir de la prensa, ya sea escrita, radiada o televisada. Está en su inmensa mayoría corrompida, controlada, prostituida o vendida a la causa multiculturalista. Así, esos medios informativos se han constituido en instrumentos creados para la comunicación de masas, manipulados por quienes, a so capa de la libertad, practican el terrorismo intelectivo. Estos medios de masas predican vilmente la diversidad para las naciones europeas-blancas, en modo alguno para las africanas o asiáticas, negras o arabo-islámicas, en las cuales su identidad descansa ineluctablemente en su homogeneidad racial, étnica y religiosa. Esas tertulias de las ondas en las que el comentario falaz disfraza siempre el conocimiento, según el principio de que un oyente que cree reflexionar escuchando a un maestro del pensamiento, se torna más maleable, a la larga, que aquel a quien se deja reflexionar a su antojo, como nos lo recuerda J. Raspail.
En este festín multiculturalista no es posible olvidar a los sionistas y a sus compinches los masones –(la masonería es hija legítima del judaísmo, Protocolo XI, nº 273)– para quienes la Europa multicultural es el primer paso hacia la dictadura de un único estado mundial. Es el Nuevo Orden Mundial, ¿le suena? Así, la diversidad es un arma supremacista sionista para dividir a los pueblos. Con la diversidad y el multiculturalismo dentro de las naciones a menudo llevan a la división y al conflicto. Así, el antropólogo sionista Jared Diamond manifiesta que las razas no existen (“Races don´t exist”), que son una construcción social, pero, eso sí, la suya, la judía, esa sí existe y hay que preservarla. ¡Hasta donde puede llegar el sionismo!
Con una opinión pública manipulada, sin opinión, ciega, pasiva, entregada, lanar, bovina, conquistada por el mito de la fraternidad universal, aleccionada hasta la náusea, hasta el punto de desear el desquite contra sí misma; con una casta política corrupta y traidora, colaboracionista con la bestia multicultural, que ha abierto las puertas de sus países a la inmigración masiva, metiendo caballos de Troya dentro de las murallas de nuestras ciudades, para así laminar todo lo que singulariza a nuestros países; con la ceguera de la iglesia católica colaboracionista, con una actitud cobarde en aras de la caridad universal; con organismos internacionales de todo pelo y condición, vendidos a la ideología multiculturalista, en los que nadie puede hacer carrera defendiendo la verdad; con una prensa actuando como brazo armado de esa pérfida ideología, pues bien, todos ellos han colaborado directa o indirectamente a abrir de par en par las puertas a la inmigración masiva. Pero esos mentecatos han soslayado que actuando de tal modo, abriendo las puertas a la inmigración masiva, evidenciamos nuestras flaquezas, pues a unos siguen otros y así ad infinitum.
Todo ello ha conducido al genocidio de Europa ante la mirada enternecida de la prensa, la baba de los humanitarios, la traición de la casta política y la sonrisa maquiavélica de los sionistas y grupúsculos masones (axioma masón: la masonería debe hacerse sentir en todas partes y no dejarse ver en ninguna). Cierto es que las civilizaciones no mueren cuando decae su poderío económico, sino cuando pierden su alma. Así, Europa y EEUU se han rendido al multiculturalismo, según el cual cualquier cultura es tan válida como cualquier otra, y, peor aún, que cualquier cultura es mejor que la nuestra. Decididamente, hemos perdido nuestra alma. Pero no olvidemos que mirado así, el mito de la sociedad multicultural adquiere el aspecto de una voluntad política, un plan preconcebido y concienzudo en el que cada actor se compromete con absoluto conocimiento de causa. Otra vez, en este punto, J. Raspail nos lo recuerda.
Y después qué. ¿Y los tiempos futuros? Pues en el futuro la vida no se asemejará en absoluto a la de los tiempos pasados. Y en el curso de los años por venir podremos comprobar que, como siempre sucede, la bestia fagocitará a quienes la ayudaron a subirse a su pedestal. Así, esos idealistas a la violeta, los activistas de todo pelo y condición, los masoquistas odiadores de Occidente y de su estirpe, los fanáticos de la hermandad universal, los proclamadores de la otra mejilla, los lacayos de la fraternidad global, aquellos a quienes les dijeron con voz engolada y mirada turbia “sea un hombre de su tiempo, compre su mala conciencia”, los que fueron prisioneros de las modas, los tontos útiles, todos ellos serán los primeros en caer. Cuando la bestia multicultural no los necesite para sus fines se deshará de todos ellos sin agradecerles los servicios prestados. Entonces, en ese futuro hipotético, los Estados se derrumbarán ante el empuje barbárico de los golpes de pueblos cuyos esquemas son ante todo étnicos y tribales. Pueblos que no saben nada de nosotros. No saben nada de lo que somos ni representamos. Nuestro universo no tiene ningún significado para ellos. No tratarán de comprender ni de comprendernos. Y todo este cataclismo será posible porque en la apatía de las ideas repetidas machaconamente, se perdieron el sentido de lo real y de las responsabilidades. Ideas multiculturalistas, por supuesto. Esa ciudadanía aborregada fue muy dueña de cerrar los ojos ante la realidad y doblegarse ante la bestia y sus adoradores, pero ¿qué ocurrirá cuando al abrirlos se encuentre con una masa extranjera y tercermundista que ha desvirtuado todo lo que la caracterizaba como europea? ¿Qué hará cuando al abrir los ojos se encuentre con los cimientos de su país socavados por la ideología asesina multicultural? El precio a pagar habrá sido exorbitante, sin duda.
¡Ah, si lo hubiera sabido! ¡Qué loco he sido! ¡Cuán diferente es hablar de multiculturalismo con palabras henchidas de pasión y vehemencia y otra muy distinta experimentar la apretada contigüidad del gueto! ¡Si lo hubiera sabido! ¡Cuánta ceguera! ¡Qué obstinados hemos sido! Entonces se podrá calibrar con meridiana claridad que el tiempo pasado adquiere fisonomía, y la felicidad perdida, identidad, como escribió en su momento, J. Raspail. Entonces, en ese futuro, no pocos de esos furibundos multiculturalistas, apóstoles de una ideología venenosa, los masoquistas odiadores de Occidente y su estirpe, los idealistas a la violeta, los activistas de todo pelo y condición, los fanáticos de la hermandad universal, los proclamadores de la otra mejilla, los lacayos de la fraternidad global, aquellos a quienes les dijeron con voz engolada y mirada turbia “sea un hombre de su tiempo, compre su mala conciencia”, los que fueron prisioneros de las modas, los tontos útiles, todos ellos recobrarían, entonces, como por arte de magia, “el amor y la añoranza por el Occidente que un día conocieron”.
Ya tan sólo quedaría la oportunidad de “hacer cursillos de remordimiento”. Pero me temo que para entonces ya no habrá absolución para nadie. Si ahora ya es tarde, era ya tarde muchos años atrás. Le ofrecimos a la bestia “las llaves de Occidente”, y lo sacrificamos para que así naciera un mundo nuevo y feliz. ¿Feliz? ¿Con la sharia? Sería el comienzo de los tiempos bárbaros.{jcomments lock}
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