Las imprecisas justicias del mundo

La igualdad es una de esas entelequias que revolotean de aquí para allá, admiradas por la mayor parte de los humanos modernos en tanto que buscan un claro beneficio en ella, pero que jamás podrán cuajar a la altura de las expectativas que genera. La imperfección de la justicia es, por tanto, consecuencia de la inalcanzable pureza que se presupone a los valores en los que se cimienta. Tal vez debido a esta razón, por todo lo que esperamos de lo que en teoría significa la justicia, sentimos un incómodo descontento con su funcionamiento, a menudo intentando hacernos creer que en otros países de Occidente existe un sistema netamente superior, cuando en realidad los principales males de la justicia son compartidos endémicamente por cualquier engranaje de esta índole.
A ello debemos sumar las debilidades excesivas del ser humano, entre las que se cuentan tantas y tan oscuras como buenamente conocidas son por todos nosotros, aunque, en ocasiones, los más optimistas intenten arrojar haces de luz que son más productos de un deseo que de una realidad mayoritaria. O en otras palabras: el desequilibrio de la justicia no es un defecto que responda únicamente al hecho de ser un concepto humano y, por lo tanto, inconcluso y siempre mejorable, sino que, además, se trata de una herramienta creada para ser gestionada directamente por los seres humanos, con todos los vaivenes que ello conlleva. La interpretación de un congestionado armazón legislativo abre las puertas incluso a que la justicia se pronuncie en favor de lo que jamás se ha reflejado en aquel para originar todo tipo de dislates, lo cual refleja en buena medida la aleatoriedad producida por la influenciable voluntad humana.
La justicia mostraría mayor dignidad, y tal vez se le reconocería una efectividad más relevante, si abandonara su descripción clásica y se identificara a sí misma como el órgano regulador puro que es, muy lejos de cuestiones relacionadas con lo que es justo o con lo que no es, puesto que no es así como funcionan los sistemas jurídicos en la práctica. ¿Cómo podemos considerar, ya no justo o injusto sino serio y coherente, que un solo día pueda decidir el ser condenado a vivir en prisión durante dos años o ni siquiera pisar una prisión jamás?, ¿de qué manera se puede comprender que a determinadas partes activas de un delito apenas se les condene con pocos meses más que a las partes pasivas, sin que ninguna de las dos den con su espinazo en una celda?, ¿acaso al menos las más mínimas partes activas del delito no merecen ser sometidas al proceso de rehabilitación social del que tanto se jacta el sistema jurídico español?
Cuestiones que a cualquiera se le pueden venir a la cabeza echando un vistazo a trazas superficiales del sistema jurídico español, imaginen si fuéramos más allá. Por supuesto, ello es extrapolable a las diversas justicias que jalonan el resto del mundo, y que mediante densas y difusas explicaciones intentan reivindicar y justificar una esencia que es más producto del devenir histórico que de la propia determinación con la que se arguye su existencia en la actualidad.