Categorías: Sucesos y Seguridad

Las entradas en ocho días, 112, casi igualan a las de todo junio

Las fuerzas de seguridad ya advertían, hace un par de semanas, del auténtico efecto llamada que se avecinaba. Advertencia a la que añadían una petición: hace falta una solución política que pasa por la implicación de Marruecos en la vía marítima, clave para colaborar en que el colador del Tarajal deje de serlo. La llamada de atención se ha quedado en eso, ya que la presión migratoria marítima no es que siga siendo la misma, es que va a más. La pasada madrugada, la de mayor presión reconocida por la Guardia Civil, hasta 47 subsaharianos consiguieron entrar en Ceuta. De ellos 19 entraron repartidos en tres balsas playeras (cinco en una, y catorce repartidos a partes iguales en las otras dos). El resto, 28, entró a nado bordeando el espigón del Tarajal. “El verano va a ser muy caliente”, apunta un efectivo de la Benemérita. “Han encontrado un chollo, se meten en el agua y entran casi andando porque prácticamente no tienen que nadar. Están viendo que todos los que hacen esto consiguen entrar”, añade.
Esa percepción que sobre el efecto llamada tienen los agentes de base, aquellos que tienen que intervenir sobre el terreno, es la que parece no tener el Gobierno central que por boca de su secretaria de Estado de Inmigración, Anna Terrón, llegó a negar, a preguntas de este medio, que dicho efecto existiera.
Las estadísticas son claras en este campo. Si el pasado junio se cerró con 123 inmigrantes rescatados, en los ocho días de julio ya son 112 los subsaharianos que han engordado la estadística. “Como sigamos así nos vamos a encontrar con un agosto en el que no se pueda más”, señala la propia Policía Nacional.
¿Y en el CETI? Tal y como se temía se han superado las plazas alcanzándose un total de 631 internos. La capacidad se ha superado y los inmigrantes están siendo acogidos haciéndoles huecos en los módulos, ocupando espacios comunes y teniendo en cartera la posibilidad de colocar tiendas de campaña. De seguir este ritmo, Delegación del Gobierno podría solicitar a la Vicaría que le permitiera entrar en el centro de San Antonio que ésta gestiona. Algo que sólo se llevó a cabo con motivo de unas lluvias torrenciales, hace cuatro años.
Pero la administración central quiere evitar recurrir a esta vía, y apuesta por buscar huecos donde prácticamente no los hay y facilitar la salida de los inmigrantes por dos vías: la oficial, gestionando la marcha de los llamados vulnerables, y la expulsión. Se prepara de hecho la marcha de unos 40 inmigrantes que pertenecerían al primero de los grupos, y ya está semana se ha procedido a los traslados a CIEs de la península de súbditos cameruneses y gambianos. Esto es lo que ha hecho evitar que hoy por hoy el centro del Jaral esté colapsado.
Ayer sus instalaciones recogían a los 47 subsaharianos interceptados. Primero fueron reseñados en el puerto deportivo por los agentes de la Guardia Civil, que tuvieron que habilitar hasta una ‘oficina provisional’ de atención al inmigrante. ¿Cómo? Colocando una mesa y dos sillas para que una pareja de efectivos del Servicio Marítimo pasara revista a todos y cada uno de los recién llegados.
Nombre, identidades de los padres y procedencia. Esa era la reseña inicial tomada por los guardias que luego se pasó a la Policía Nacional, encargada de dar traslado de los sin papeles hasta el campamento. Algunos de los 47 rescatados decía ser menor de edad. Dato que no tenía mucha credibilidad para los agentes pero que, no obstante, deberá comprobarse con la realización de las pruebas osométricas.
Las últimas llegadas han dejado a varios menores subsaharianos repartidos en los centros de la ciudad que atienden ya a unos 40, según datos oficiales.
Peter, Aceti, Yousef, Rachid o Malal eran algunos de los subsaharianos que hacían cola para dar su identidad a los guardias. Y también ‘cantaban’ sus nacionalidades: Guinea Conakry, Gambia, Ruanda, Liberia, Mali, Costa de Marfil, Burkina Fasso... “Di algún país que seguro que acertarás. Esta vez han venido de muy variados lugares”, ironizaba un miembro de la Salvamar ‘Gadir’, que fue la encargada de trasladar a los subsaharianos hasta la sede del puerto deportivo tras recogerlos de las embarcaciones de la Benemérita.

Nada más ser trasladados al puerto los inmigrantes dejaban escenas curiosas. Por ejemplo, la de dos subsaharianos que se fundían en un abrazo después de abandonar, cada uno, una balsa diferente. Arrastraban una historia común de amistad en los campamentos pero habían utilizado medios distintos para llegar al destino pretendido. Al final sus travesías tuvieron un punto común: el puerto deportivo.
A su lado otros inmigrantes se afanaban en la búsqueda de los teléfonos móviles con los que habían emprendido la travesía. Los traían ocultos entre sus prendas, bien envueltos en plásticos. Y había quien, también, se traía hasta el cargador de móvil en su poder.
Imágenes curiosas y repetidas: las de los subsaharianos llamando nada más pisar puerto a, quién sabe, quizá sus compañeros del CETI o quizá quienes esperan todavía el momento oportuno para llegar hasta Ceuta.
¿Cuántos pueden estar esperando al otro lado? Las fuerzas de seguridad no se aventuran a dar una cifra. Al menos en relación a los que están asentados en la zona norte. La primavera árabe también tiene sus consecuencias en el ámbito migratorio y eso se traduce en las escapadas hacia las ciudades de Ceuta y Melilla, además de las salidas en grandes barcazas en dirección a Europa. Más cercanas a la realidad son las estimaciones sobre la población que puede haber asentada en los campos cercanos, tanto de Beliones como de Castillejos. Según los informes llevados a cabo por la Guardia Civil, se  estima que pueda haber una población itinerante, de entre 200 y 300 personas. Conforme van saliendo de los asentamientos distribuidos por nacionalidades, van llegando nuevos ocupantes, manteniendo una cifra más o menos estable.
La vida allí es complicada. Lo cuentan los propios subsaharianos que van llegando. Unos dicen haber estado tres meses. Son los más afortunados, ya que hay quien lleva más tiempo intentando su entrada. El acecho de los agentes marroquíes es constante, por eso evitan salir de la zona y se organizan distribuyendo los papeles y cometidos de cada uno. Hay quien, entre esas misiones, tiene la de buscar alimento.
Las salidas se van sucediendo en grupos que aprovechan noches concretas para emprender un camino hacia la costa de varias horas y arrojarse al mar. Todo ello sin ser vistos por los marroquíes. Saben que se si arrojan al agua éstos no les detendrán, por eso tocarla es sinónimo de libertad.
Las historias se iban conociendo en una madrugada mezclada de inmigrantes, periodistas, guardias civiles, policías y voluntarios de Cruz Roja. Éstos eran los primeros en calmar a los subsaharianos, curándole las heridas producidas por el roce con las rocas. Otros sufrían calambres y contracturas, y fueron atendidos en las ambulancias desplazadas por Cruz Roja.
Si la noche era movida en Ceuta, dejaba un respiro en la hermana Melilla. Sólo dos inmigrantes conseguían su entrada a nado tras unas semanas de presión, de salidas de balsas playeras y de intentonas de grupos mayores. Al igual que en Ceuta, la hermana norteafricana sufre una presión similar de inmigrantes y repite los mismos parámetros que se dan aquí: un CETI colapsado, mayor presión en el Servicio Marítimo, fronteras permeables y un no hacer los deberes por parte de Marruecos. Los resultados, por tanto, son iguales en ambos lados: a los delegados del Gobierno no les queda más que buscar salidas. Golpear en las puertas de Madrid, denunciar en petit comité lo que está pasando mientras mantienen, de cara a la galería, el mismo discurso: Marruecos colabora.
Las fuerzas de seguridad, las que trabajan a pie de calle o a pie de patrullera, hablan abiertamente de una presión e incluso de un desvío de la población subsahariana hacia las dos ciudades hermanas. ¿Hay tanta presión como se denuncia? Evidentemente la secretaria de Estado, Anna Terrón, no mentía al hablar de un descenso del 71% en entradas correspondientes al periodo 2001/2005. Pero se dejaba en el tintero las características de esa época, en la que faltaba valla, los inmigrantes aprovechaban esa situación para lanzar incluso a bebés envueltos en mantas, y comenzaban a verse las primeras balsas y los llamados motores humanos: magrebíes que se dedicaban a empujar a nado a los subsaharianos que no sabían nadar.
Tras la crisis de 2005 se reforzó el vallado, se impermeabilizó el Estrecho y llegó mucho dinero europeo precisamente para que Marruecos hiciera que las fronteras no fueran tan permeables. Los escenarios de aquellas épocas no pueden compararse con los de ahora, en los que han cambiado hasta las directrices que debe seguir la Benemérita. Si tradicionalmente su Servicio Marítimo ha podido acercarse a aguas marroquíes para rechazar la salida de inmigrantes, ésto no puede llevarse a cabo desde la crisis hispanomarroquí vivida el pasado verano, con las agresiones mediáticas y políticas sobre las fuerzas de seguridad españolas ejercidas por Marruecos y difundidas por su agencia oficial MAP.
“Ahora parecemos taxistas”, ironiza un agente de la Guardia Civil. Y lo hace con fundamento ya que los propios inmigrantes saben que si entran en el agua no tendrán persecución marroquí. Esto se ha visionado perfectamente a través de las cámaras del COS: Marruecos actúa con los inmigrantes que intercepta en la arena, pero una vez que éstos llegan al mar nada hace. Así ocurrió esta misma semana: los agentes vecinos interceptaron a 20 subsaharianos cuando pretendían entrar en Ceuta, pero dejaron al resto: 18, en el mar, sin oponerles resistencia alguna.
Para los subsaharianos se ha convertido en una escapada a la desesperada. Lanzarse al mar es conseguir el pase y, también, evitar las palizas de los agentes marroquíes antes de detenerlos y deportarlos a la frontera con Argelia.Entender este objetivo es quizá entender qué significan los rostros de los varones que están llegando cada día a la ciudad. Dejan atrás una cadena de presiones aunque no exista la garantía de alcanzar la península. ¿O sí? Dependerá de si encuentran el camión adecuado para alcanzar el otro lado. Según datos oficiales, el pasado año fueron más los que consiguieron abandonar la ciudad por esta vía que de manera programada.

Las primeras balsas, a las cinco de la mañana
Las dos primeras balsas con siete subsaharianos cada una eran localizadas a las cinco de la mañana en la bahía sur. Las detectaban las cámaras térmicas a través del COS y las rescataban los agentes de la Benemérita a los que acompañaban los efectivos de la ‘Gadir’ de Salvamar. Horas antes, a las doce y media de la noche, se había interceptado una balsa con cinco inmigrantes. Nada hacía pensar que la presión iba a aumentar. Y lo hizo. Así que poco hubo que esperar para que las fuerzas de seguridad tuvieran que acudir hasta la frontera del Tarajal para rescatar a 28 subsaharianos que habían conseguido entrar a nado. Balsas como la de la imagen se quedan almacenadas en el puerto deportivo en donde son destrozadas para evitar que puedan utilizarse de nuevo tras ser robadas, por ejemplo.
Con el flotador amarrado a su cuerpo
Así se lanzan al agua los inmigrantes. Algunos con una cámara neumática amarrada al cuerpo para, si caen al agua, poder mantenerse a flote. Otros añaden a la cámara un chaleco salvavidas. Las cámaras, a modo de flotadores, los compran por 30 dirhams, mientras que los chalecos puedan alcanzar los 90. Los inmigrantes las adquieren más baratas en Uxda.

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