Qué poco nos gusta esperar y, sin embargo, cuánto nos enseña! Siempre, en cualquier edad, aunque muy especialmente en la adolescencia y juventud, la espera abre la puerta de la mente que nos introduce en el gran ámbito del pensamiento. Necesitamos pensar con fundamento, sabiendo de aquello sobre lo que se piensa y reconociendo lo que no se sabe, o se sabe poco de ello. La espera, cuando se es sincero con uno mismo, nos ayuda a conocernos más profundamente. Es muy corriente ir por el mundo haciendo alarde de que se está de vuelta de todo, pero la verdad es que las lagunas del saber, que uno tiene ante sí, son muchas y hasta muy profundas algunas de ellas. Viene muy bien tratar de conocerlas para evitar que nos hagan daño y poder advertir a los demás del posible peligro que pueden encontrar en ellas.
Hay personas - muchas desgraciadamente - que sufren la crueldad de la espera para poder tener un trabajo con el que ganar el sustento para su vida y, en muchos casos, también para sus familias. La espera a la que se ven obligadas esas personas no puede ser ignorada por quienes no la sufren, sino que la han de hacer suya también. En alguna forma no se prepararon para dar respuesta a esa necesidad de tanta otra gente. Tal vez vivieron una adolescencia cómoda, sin pensar que otros no disfrutaban de sus comodidades; se dedicaron a esperar que pasara el tiempo, con el mínimo esfuerzo personal, y así siguieron años y años cumpliendo sólo lo que era necesario para ir pasando sin otras complicaciones personales. ¿Hubo en sus vidas, alguna que otra vez, el peso de la incertidumbre? ¿Cómo reaccionaron en esos tiempos de espera de una solución favorable a sus apetencias?
A veces no nos damos cuenta, o no queremos enterarnos, de que nuestra vida es una espera permanente; una espera que no debe desconocer la que otras personas están manteniendo al mismo tiempo. Tú podrás dar ayuda a otros, sin duda alguna, pero esos otros también te ayudarán a ti a darte cuenta de algo que se llama responsabilidad. Cuando esperes el resultado de unos exámenes no pienses sólo en la alegría que vas a proporcionar a los tuyos: piensa también en la seguridad que proporcionas a otros que necesitan y necesitarán ayuda siempre, porque las condiciones que se le han presentado en la vida - y las que se le presentarán - son verdaderamente difíciles. Tú estás llamado a darles la orientación y ayuda que necesitan; no los ignores nunca. Tu espera, la de cada día y la de siempre, te enseñará muchas cosas que necesitas. ¡Abre las puertas de tu alma y acoge con amor la tristeza de los que sufren!
Hace bastantes años un joven esperaba que amaneciera para poder ver toda la belleza de una población costera, de la que le habían hecho referencia otras personas mayores. Toda la noche estuvo pensando en ello y fue acompañando, con su vista, el lento caminar de las estrellas en el cielo, mientras su barco se mantenía frente a la costa, dando bordadas, a poca velocidad. Se le hizo eterna esa espera y mientras tanto pensaba en su vida, muy joven todavía, especialmente en su futuro. ¿Qué podría hacer más adelante? ¿Con qué gente tendría que convivir? ¿Estaba en condiciones de hacer algo que no fuera un disparate? El tiempo fue pasando y la amanecida aclaró el panorama de la costa y también el de la mente de aquél joven. Lo que se presentaba ante la vista era una verdadera ruina material y una pena inmensa llenó el alma de aquél joven al darse cuenta de lo que la malicia humana puede llegar a hacer.
Hay mucho tiempo de espera en nuestras vidas. No lo desaprovechemos. Da cabida en él a las necesidades de los demás, de quienes sean. Trabaja para ellos, para su bienestar material y espiritual. Tus esperas, así, te enseñarán a amar a la gente. Es algo que embellece la vida.
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