Categorías: Opinión

Las correcciones tras el accidente

Tristemente, los seres humanos ignoramos gran parte de lo que no hacemos como debería haber sido hecho hasta que no ocurren sucesos de dramático calado. El accidente del Alvia en la curva de A Grandeira es otro nefasto ejemplo de ello. Lo impresionante no es que el piloto tuviera un supuesto despiste (que está por ver), sino que los sistemas de seguridad requeridos para evitar lapsus humanos hayan lucido por su trágica ausencia. No tenemos que irnos a la desgracia de A Grandeira para reflejar la mala praxis en parte del diseño y adecuación de la red, simplemente con recorrer la línea Algeciras-Madrid, que tenemos cerca, podemos apreciar numerosas barbaridades. Comenzando por el hecho de que, desde hace meses, no sea necesario pasar las maletas por el escáner de la estación algecireña, que hasta hace al menos unas semanas permanecía marginado tras cintas de seguridad. Si está averiado o no lo está no es una cuestión de relieve ante la importancia de asegurar lo que cada pasajero introduce en un tren: si se trata de un elemento esencial del sistema de seguridad se debe arreglar lo antes posible, de la misma manera que a (casi) nadie se le ocurre dejar alcantarillas sin cubrir. Evidentemente el precio no es similar, como tampoco lo es la situación económica de la mayor parte de los ayuntamientos españoles y la de Renfe. Sin irnos más lejos, la línea marítima Algeciras-Ceuta también se encuentra desguarnecida de idéntica manera en cuanto a lo que se refiere a escáner de equipajes. Cuando ocurra una barbaridad nos acordaremos de ello.
Por otro lado, mucho habría que hablar sobre los recorridos de las líneas ya no de alta velocidad sino también de las tradicionales, por momentos terroríficas y abruptas. Atendiendo a las condiciones de algunos tramos cabe pensar que es bastante probable que otro pequeño despiste pueda mandar al traste a un tren entero de pasajeros orografía abajo, con pocas posibilidades de supervivencia. Lo grave es que muchos de los que viajamos a menudo en tren conocíamos y conocemos esta situación, pero nos hemos acostumbrado a ella en lugar de denunciarla amargamente una, dos, tres veces o las que fueran necesarias.
En este país se han desarrollado obsesivamente miles de kilómetros ferroviarios sin atender demasiado a la solidez de los trayectos, ahorrando enormes cantidades en seguridad. Lo sorprendente es que no hayan surgido más accidentes a lo largo de las líneas antiguas (por su endeble trazado) y nuevas (por la escasa aplicación de medidas tecnológicas de seguridad a la altura de trenes que pueden alcanzar velocidades tan espectaculares como mortíferas). Espero que esta debacle propicie la ocasión de revisar el verdadero estado de la red, de eliminar las líneas tradicionales si no se consideran lo suficientemente seguras y establecer alternativas compactas, de multiplicar el número de balizas, advertencias y controles automáticos de los trenes de alta velocidad, haciendo hincapié en los tramos oscuros de la red española, etcétera. En definitiva, el objetivo debe ser robustecer la red existente en lugar de seguir extendiéndola. Cuando se asegure o rectifique lo que el país ostenta, que se expanda, pero no antes; no a costa de los ciudadanos.

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