Situada en la Plaza de los Reyes, frente a la Iglesia de “San Francisco”, era un espacio común donde nos reuníamos varios amigos y cuando la tarde comenzaba a florecer. Eran tres o cuatro barras verticales de unos veinte metros y de hierro macizo, aderezado por un árbol de considerables dimensiones y que daba una sombra innecesaria. Por delante se ubicaban dos estancos y una floristería en el centro. Justo atrás, unos baños que no se utilizaban, uno para hombres y otro para mujeres. Por detrás, se daba acceso a un pasadizo donde se encontraban “El Nido”, un bar pequeño y unos metros más allá el “Bar Niza”. Al lado de este bar, había un pequeño hostal y una explanada que servía como parada de taxis. La tienda de confección propiedad de Don Guillermo González, Presidente que fue del Atlético de Ceuta durante muchos años, era el final del reseñado pasadizo. Si bajabas la cuesta, nos encontrábamos con el “Bar Córdoba”, lugar de vinos y futbolines. Frente al mismo, la entrada principal al Colegio de “Las Monjas”. La bajada terminaba con la calle Millán Astray y esta daba acceso a la Marina. Todos los días disfrutábamos del momento, donde se juntaban jóvenes de dieciocho años en adelante, todos futbolistas y la mayoría opositores a cualquier Ministerio o Bancos. Algunos ya trabajaban, especialmente en Almacenes Madrid y que disponían de un dinero que muchos no teníamos.

Éramos chicos de buen físico por nuestra debilidad por el fútbol, con zapatos Yanco de última moda, pantalones de campana y melenas al estilo “Beatles” y basada en la influencia de los “hippies. Las risas y los chistes daban paso a un paseo por el “Paseo de las Palmeras”, donde las niñas de entonces nos miraban y nosotros a ellas, todos apasionados por aquella belleza de unos ojos alegres, dialogando con algunas de ellas y que los sentimientos florecían cuando esto sucedía. La subida a nuestro lugar de reunión “las Barras” y de forma habitual, muchas de ellas paseaban por los aledaños de donde nos encontrábamos, iniciándose nuevas conversaciones que terminaban antes de las diez, ya que los padres les exigían estar en casa a esa hora. Como compañeros de viaje, se juntaban con nosotros jugadores del equipo representativo de la ciudad y que jugaban en categoría nacional, como eran Pepe Carbajosa, Agustín, Gabilondo, Riesgo, etc… nuestra vinculación con ellos se fundamentaba en una amistad clara y concisa. Posteriormente, se unió un jugador cedido por el Atlético de Madrid y que se llamaba Justi. A todos nos extrañaba mucho las condiciones de este jugador ya que era pequeño y aparentemente débil, que jugaba de lateral izquierdo y que tuvo un debut muy afortunado en el Campo del San Fernando.

A veces y cuando ligábamos con alguna chica, los paseos se extendían por la bajada al puerto donde, en aquellos tiempos la entrada era libre, era el paseo del deseo, lugar excelente para esconderse y besar con verdadero amor a nuestra acompañante. Pero las cosas no pasaban de ese momento de pasión, de un te quiero que luego no tenía continuidad, de un dolor momentáneo que se olvidaba tristemente a los pocos días. La Plaza de África también era una de las bellezas ceutíes que visitábamos asiduamente, donde si ibas acompañado por alguna chica, llevarla de mano o tomarse ambos por la cintura, era romper con todas las vergüenzas y mucha de la timidez que entonces nos sobrecogía. Si yo quisiera explicar que se sentía en aquellos bellos tiempos, tendría que volver a ser un joven respetuoso, educado y guapo, como así éramos todos lo que formábamos aquel núcleo de chicos de los años setenta. Demasiado buenos para ser hijos de unos padres estrictos.

Recordar ahora a José A. Romero Pérez “El Pele”, Quico Gallardo, Eduardo Barrios, Alberto Álvarez Malavert, Javi P. Blanca, Manolo y Juanjo Silva, Queque, Bascuñín, Paco Silva, Carlos y Rafa Murciano, Paquito F. Huertas, Felipe, Jorge Garrido, Mojktar, Alberto Sobrino, Manolo Prieto, Paco Lesmes, etc… me duele dejarme en el tintero a otros muchos que visitaban no muy asiduamente aquel emblemático lugar como eran “Las Barras”, donde nos unimos en la amistad que aun hoy perdura y que así será para siempre, sin lugar a dudas.

Fue un idílico lugar, que guarda gran parte de la historia personal de todos los citados. Pero también llegamos a vivir un momento trágico y que nos sumió a todos en la tristeza… El 26 de abril de 1974, Javier P. Blanca me decía que el C.D O’Donnell había tenido un accidente de tráfico donde el principal perjudicado era Paco Silva, el cual había perdido masa encefálica y se estaba muriendo. Aquello sumió al grupo en una profunda preocupación de la que fue complicado salir. A pesar de ello, la vida de las Barras, siguió su curso.

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