Categorías: Colaboraciones

Las aventuras invisibles de Pedro Javier Cabrera

Aunque ya conocido por sus vídeos y videoteatros en You Tube –sobre todo por “Novia del aire”-, Pedro Javier Cabrera acaba de lanzar su primer disco: Las aventuras invisibles del poeta que canta. Grabado en Ceuta, en los estudios Deboca Nboka, producido por David León y Daniel Cortés, recoge once de las originales canciones del cantante cordobés, aunque, para los que conocemos su producción inédita, resulta inexplicable que haya excluido una de las mejores: “La mariposa gris”, dedicada a Hafida, una vieja mujer de la vida marroquí, ya fallecida, a la que le regalaba ropa de su madre.
Se inicia el disco con “Casi”, dedicada a sus vecinos de las Huertas del Río (Archidona), con motivo de las inundaciones causadas este año por el desbordamiento del Guadalhorce. Le siguen: “Un son maldito”; “Bajo estos vendavales”, el primero de sus vídeos subido a la red, ante un fondo espléndido del monte Hacho; “Que ni un trago de aguardiente”; la onanística “Gimiéndole a la luz de la luna”; “Perejil”, la más cañera, rosendiana composición, que contrasta vivamente con el general tono melódico del disco; “Fatima Zhora”, fruto directo de uno de sus mayores encontronazos amorosos y, como se dirá más adelante, episodio determinante en su orientación artística; “Aula 12”, inspirada en su experiencia docente en el colegio San Antonio, en la que se acompaña por la magnífica voz de su antigua alumna Estefanía Pérez Martos; “Sin plaza y sin amor” objeto de su segundo y celebrado videoteatro, con claras reminiscencias argentinas: hace años se recorrió el país austral de norte a sur, donde se aficionó al mate, que tan pamperamente prepara y ofrece siempre - como está mandado, con bombilla- en su casa  a los amigos; años antes –esta vez de oeste a este: desde Pinar del Río hasta Santiago-, también errabundeó por Cuba, periplo que igualmente influyó en algunas de las composiciones que guarda en la recámara: durante este, por cierto -en una boda-, pudo conocer y trabar amistad con Mariela Castro, la sobrina de Fidel. El disco se remata con   “Crisálida” y la hipercrítica “Danone sin cuchara”. Son, casi todas, canciones nacidas de sus vivencias en nuestra ciudad y el país vecino, de su atenta y solidaria observación de la cruda realidad que en ellos se da, como, por ejemplo,  la tan sangrante de las porteadoras marroquíes, que tan directamente conoció.
Algunas de sus letras –como se dice en el folleto que acompaña al disco y que las recoge todas ellas- son verdaderamente anonadantes: para algunos puede suponer un reto, un ejercicio masoquista –tal vez infructuoso- el intentar desentrañarlas. Se evidencia en algunas de ellas claramente –como en la inédita (en disco) “La llave”- la militancia espírita del artista: gran estudioso y conocedor, además de experto astrólogo, de la obra de Allan Kardec y Amalia Domingo Soler; autores de los que, curiosamente, dicho sea de paso, ha distribuido por Ceuta decenas de ejemplares depositándolos a los pies de la estatua de nuestro santo laico: el alcalde Sánchez  Prados.
Patente es, igualmente, la influencia de su malogrado paisano Juan Antonio Canta (“su muso del cielo”) y, más lejanamente, de Albert Pla.
Cordobés, oriundo de Pozoblanco –corazón de los Pedroches-, Pedro Javier Cabrera  vino al mundo el mismo año que feneció Pablo Neruda. Tras cursar estudios de Magisterio en su ciudad (especialidad: Pedagogía Terapéutica) trabajó durante diez años en el cortijo Aguirre de Antequera, centro educativo dirigido por los salesianos: su ámbito vital durante este tiempo fue, pues, el mismo que describió magistralmente José Antonio Muñoz Rojas en Las cosas del campo.
Una dolorosa ruptura sentimental, cuando estaba próximo a cumplir la edad de Cristo –además de su espíritu aventurero-, lo trajo, en parte, a África. Residente en Marruecos, diariamente había de cruzar  -en automóvil, en bicicleta o a pie- la frontera varias veces para venir a Ceuta a trabajar: las porteadoras, los  guardacoches, los taxistas, los buscavidas e incluso bastantes agentes de la autoridad de ambos países, por su gran simpatía, clase y generosidad lo adoraban; por idénticos motivos, generalmente, igual le pasaba en la ciudad. Su informal indumentaria, su inconfundible cabellera crespirrubia de maestro de peluche, su semibohemia figura, en las calles de la plaza norteafricana, Castillejos, Rincón de M´diq y Tetuán no tardaron en hacerse populares. Por otra parte, apareciera donde apareciera, por sus zarcos ojos, esa arcangélica melena y enternecedora planta de príncipe proletario, indefectiblemente, era la admiración del mujerío: En verdad, casi nadie que lo haya tratado logró salir indemne de su encanto, subyugado por su personalidad cordial y carismática.
Su compromiso y generosidad no tienen límite: A su vuelta de vacaciones de la Península, su automóvil llegaba atestado hasta más no poder de las más diversas ropas y calzado, que repartía entre los mendigos de Castillejos y Rincón; a veces, igualmente cargado de material escolar y de juguetes, en compañía de un amigo saharaui, incursionaba para repartirlos en  oasis y aduares próximos a la frontera mauritana. Recorrer con él, sobre todo, mercadillos y medinas marroquíes es verlo dar una continua lección de socorro material y afectivo hacia tullidos, ancianos indigentes e individuos marginales allí emplazados.
Aunque con antecedentes artísticos –su abuelo materno Antonio Rodríguez, cajero de Banesto, compatibilizó durante años su trabajo con esporádicas actuaciones como cantante, en especial de boleros y tangos, en Madrid y otras ciudades-, fue en el continente africano donde se le reveló ya más  rotundamente su estro poético. (Su gran sensibilidad y cualidades líricas –pese a sus desastrosos resultados académicos: solo aprobaba Lengua y Literatura y Religión- ya las descubrió, cuando cursaba Bachillerato, su recordado profesor Juan Ruano León). Su entrega a la creación, a partir de estos años, fue total: al principio, poemas a secas; después, canciones. Sin duda, en esta última faceta, hubo un elemento desencadenante, una indiscutible musa: Fatima Zohra, “sultana del viento”. A partir de ahí su críptica, surrealista, anonadante producción poeticomusical brotó incontenible, al tiempo que realizaba actuaciones (bolos) en recintos más  o menos íntimos o marginales y en actos solidarios por Ceuta y localidades aledañas. Sus temas, de lo más variado: el amor, el desamor, las pasiones humanas, el sufrimiento, la reencarnación y la expiación, la injusticia social, la discapacidad, la violencia contra la mujer, el onanismo, la prostitución, la coexistencia y fraternidad entre las culturas, la transformación interior, el Más Allá, las catástrofes naturales… Con respecto a la interculturalidad, próxima a la casa de campo que posee en Archidona está la peña de los Enamorados: esta le inspiró la canción   “Inmolación de mi pobre corazón”, basada en la leyenda que cuenta los trágicos amores entre un cristiano y una mora que, por la no aceptación social de su relación, se acabaron despeñando por aquella: famoso episodio que, en su día,  recogió  Washington Irving .
El teatro infantil, por otro lado –dentro del ámbito escolar-, en su triple faceta de autor, director y actor, ha sido desde hace años otra de sus dedicaciones más caras.
Y, tras siete años en África, llegó la hora de partir: Fuengirola, donde tenía su residencia oficial,  fue su nuevo destino. Su partida, como era de suponer, fue muy sentida en general por quienes en estos años lo trataron. Un tipo como él, para aquellos que lo conocieron superficialmente, dejará sin duda una huella más o menos perdurable; para sus amigos, imperecedera: tanta bonhomía, tanto talento, tanta chispa, tanto derroche de humanidad será, en verdad, de imposible reemplazo.
El disco comentado –el primero esperamos de una larga lista- agavilla una buena muestra de las peculiares composiciones de Pedro Javier Cabrera, aunque, como dije, para quienes conocemos todo su repertorio no todas las mejores: Esperemos que a no mucho tardar vaya dando a conocer a la afición aquellas que, junto con otras de más reciente composición, guarda en la barjuleta: “Rumba de pasión”, la ya citada “Inmolación de mi pobre corazón”, “Qué sé yo de na”…
Quedamos, pues, a la espera de una próxima entrega.
La recaudación obtenida por la venta del disco –bueno será decirlo- va destinada a varias organizaciones no gubernamentales.

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