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Las atípicas relaciones España-Marruecos

Dice el gran intelectual marroquí de origen andalusí, Mohamed Ibn Azzuz Hakín (autor nada menos que de 227 libros, de ellos 175 en español), que “España y Marruecos están condenados a entenderse, porque nada puede cambiar la historia ni la geografía”. Y ese es el tópico que más suele utilizarse en las relaciones entre ambos países. Es más, según asevera este prestigioso erudito, los naturales de ambas naciones “somos de la misma raza”. Y, se esté o no de acuerdo con tales afirmaciones, lo que sí es cierto que los marroquíes y los españoles, de una o de otra manera, llevamos ya más de mil años teniendo bastantes cosas en común, como la vecindad impuesta por la geografía, la historia muchas veces conjunta, la mutua influencia de ambas culturas, la convivencia durante tantos siglos de la que el más fiel exponente se tiene aquí en Ceuta, etc. Y eso quizá haya sido lo que ha hecho que a lo largo de la historia los dos pueblos hayamos tenido toda clase de encuentros y desencuentros, de entendidos y desentendidos, unas veces hemos estado bien avenidos y otras veces enzarzados por causas que nos son comunes, algo así como aquello de “ni contigo ni sin ti…”; pero, eso sí, está claro que siempre nos hemos necesitado ambos pueblos.
Y llama la atención el hecho de que casi siempre hemos mantenido unas relaciones algo atípicas, en el sentido de que, a veces, mientras que por un lado estábamos peleando, por el otro, se estaba negociando o cooperando a la vez, y viceversa, lo que no es propio de las típicas relaciones entre países. Así, el rey marroquí Mulay Abd al-Malik, vencedor de la célebre batalla ganada a los portugueses, llamada “de los tres reyes”, a la que ya me referí en su día, después entró en guerra contra España, y a la vez que los marroquíes se estaban enfrentando con las armas en el campo de combate, luego mantenían relaciones secretas con el rey español Felipe II, a través del secretario de éste, el padre Franciscano Sandoval, a fin de concluir una alianza hispano-marroquí, unas veces contra la amenaza de los turcos y otras veces contra los ingleses. Igualmente, su sucesor Muley Ahmad al-Mansur, aun estando en guerra con el mismo monarca español, prefirió hacerle entrega a él del cadáver del rey portugués D. Sebastián (muerto en la batalla citada), en lugar de hacerlo a los portugueses; consiguiendo así del rey español que le devolviera Arcila.
Reinando ya la actual dinastía alauita, el monarca Muley Ismail, a pesar de haberle declarado la guerra a España y de haber tenido sitiada a Ceuta unos 33 años, estando en plenas hostilidades envió a Madrid al primer embajador marroquí ante la Corte española, Al Gassani. Y, por su parte, el rey español Carlos II le correspondió con el envío de una embajada presidida por el padre Diego de los Ángeles, que precisamente estaba llegando a Mequinez cuando más virulentos eran el asedio y los incesantes bombardeos sobre Ceuta. Paralelamente, la reina consorte española, Mariana de Austria, envió como presente a la esposa del monarca marroquí, Lal-lal Jenata, unos paquetes de regalo para sus hijos, a los que esta última le correspondió dejando en libertad, para que regresaran a España con sus familiares más cercanos, a los hijos de los cautivos españoles nacidos durante el cautiverio, ya que ese era el deseo de sus padres presos, antes de tenerlos con ellos y con tal de que los niños no conocieran los horrores del cautiverio.
El rey marroquí Sidi Mohamed ben Abd Al-lah, cuando atacó Melilla, no observó con el rey español Carlos III el secretismo ni el necesario factor sorpresa en caso de guerra, que sí utilizó contra el rey portugués cuando le atacó y reconquistó Mazagán. Con España se permitió la rara “generosidad” de avisarle con tres meses de antelación; es más, hasta se atrevió a pedir al  rey español que, para poder atacar a Melilla, le facilitara barcos españoles con los que transportar por mar el material bélico marroquí que le era difícil llevar por tierra. Se trataba, pues, de un caso no sólo atípico, sino burlesco y de todo punto carente de la más mínima seriedad y decoro entre Estados, a modo de como organizaba sus chistosas guerras por radio y televisión nuestro humorista Gila. Y el rey español, pues hizo otra “gilada”, porque si bien en principio también él declaró la guerra al marroquí y le envió material que no podía utilizar y así Melilla no pudo ser conquistada por los marroquíes, luego el rey español le hizo el regalo de liberar por dos veces un millar de prisioneros de guerra para que se incorporaran a la contienda, permitió que los barcos marroquíes fueran reparados en Cádiz, y al final – como siempre han hecho los españoles – se le regaló un buque de guerra a Marruecos, aunque esta vez de los “buenos”, como los nuevos vehículos “todo terreno” que hace unos años le regaló España , y que el vecino país exigió que le fueran entregados no por Ceuta, sino por Tánger.
Cuando Carlos III intentó recuperar el Peñón de Gibraltar tras que le fuera arrebatado por Inglaterra, Marruecos y España estaban en guerra, por un nuevo sitio impuesto a Ceuta y, no obstante, ese mismo rey marroquí, no sólo ayudó después al español facilitándole toda clase de mantenimientos, sino que Marruecos hizo entonces públicas manifestaciones de que Gibraltar tenía que ser restituido a su verdadero propietario soberano: España; rompió relaciones con los ingleses y expulsó al cónsul general y a toda la colonia inglesa, y rechazó una propuesta de alianza para que Marruecos ayudara al Peñón y los ingleses a cambio ayudarían a los marroquíes a mantener el sitio contra Ceuta. Pero, además, en el tratado que en aquella ocasión restableció oficialmente las relaciones hispano-marroquíes tras haberse declarado éstos incapaces de ocupar Ceuta, rotas desde hacía seis años, el sultán volvió expresamente a reconocer que Gibraltar es español y que la presencia inglesa en el mismo era una auténtica usurpación.
Dicho hispanista marroquí, Mohamed Ibn Azzuz Hakín, manifiesta que la historia y los hechos demuestran que los españoles y los marroquíes han sido siempre capaces de afrontar y superar todas las dificultades surgidas entre ambos pueblos, de resolver sus diferencias, no sólo en tiempos de paz, sino también en épocas de guerra. Y, al final, termina por relacionar algunos de los muchos aspectos positivos con los que Marruecos resultó favorecido por España, y resalta los siguientes: La influencia del idioma español en el haber marroquí es algo que salta a la vista, tanto que los marroquíes (dice) no sabríamos distinguir entre las distintas especies de peces si no conociéramos sus nombres en español; fue el idioma español durante siglos el segundo utilizado oficialmente en la cancillería marroquí y, como consecuencia de ello, es el vocabulario de origen español el que se ha utilizado en dicha cancillería en árabe hasta la implantación del Protectorado. El único idioma extranjero que llegaron a dominar los sultanes marroquíes fue el español. El número de embajadas intercambiadas entre España y Marruecos supera el de todas las demás intercambiadas por este último país en el resto del mundo. La primera y única embajada enviada por los marroquíes a la Santa Sede lo fue por indicación y ayuda de España. Los únicos intérpretes y secretarios de relaciones exteriores extranjeros que tuvieron los sultanes marroquíes fueron españoles.
Los únicos extranjeros utilizados como embajadores por Marruecos fueron también españoles. Cuando algún sultán marroquí fue derrocado o estuvo amenazado por alguna revolución, acudió en petición de ayuda a España y fue a refugiarse en territorio español, y no a Argelia, por ejemplo. La única vez que la corona española estuvo en prenda en el extranjero lo fue en Marruecos. Las dos únicas conferencias internacionales que han tenido lugar sobre Marruecos, se celebraron en territorio español, la de 1880 y la de 1906. Los primeros tratados que firmó Marruecos con los Estados Unidos de Norteamérica, con Malta y Nápoles, lo fueron por mediación de España. Cuando Marruecos tuvo que indagar el paradero de la carta de Mahoma a Heráclito se fue en su busca a España. La primera moneda marroquí acuñada en el extranjero lo fue en España. Las únicas milicias cristianas que estuvieron al servicio de los sultanes marroquíes fueron españolas. Las primeras armas modernas que tuvo Marruecos las recibió, junto con sus instructores, de España. La primera marcha real marroquí fue española. El primer jefe extranjero de la artillería marroquí fue el español Joaquín Gatell, llamado entre los marroquíes “caid Ismail”. Las primeras manifestaciones de la civilización moderna las recibió Marruecos de España, por citar alguna, hospitales, teléfonos, alumbrado público, prensa, etc. Dicho historiador marroquí omite otros numerosísimos casos, entre los que cabe destacar por su importancia la gran obra de España durante dicho Protectorado y el hecho de que el único país que se opuso e impidió que el sultán de Marruecos Mohamed V (abuelo del actual rey Mohamed VI) fuera sustituido por otro, como quisieron a toda costa los franceses durante el Protectorado, fue España.
Mohamed Ibn Azzuz Hakín aboga, en fin, por el mantenimiento y desarrollo de las buenas relaciones hispano-marroquíes dentro del marco de los estrechos lazos de vecindad y fraternidad que nos unen, porque de ello sólo beneficios mutuos se pueden obtener y porque estamos llamados a emprender empresas conjuntas y a ser capaces de forjar una cultura que enseñamos a los demás. Pero para eso – sigue diciendo – los marroquíes tienen que erradicar sus ideas del “nasarani cafer” y de “Al-Andalus paraíso perdido” como sinónimo del “Yihad” o de “enemigo de Dios y del Profeta”, y que España como gran potencia, como nación, no tiene nada bueno que ofrecer a los marroquíes. Y los españoles, por su parte, también tienen que desterrar de su mente la idea de que viene el “moro”, como sinónimo de barbarie, de cruzada y de infieles enemigos de la Santa Fe. Pues, ojalá que así sea, para bien de ambos pueblos.

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