Las ciudades se convierten durante el verano en zonas dónde las leyes dejan de funcionar de forma adecuada, o bien, se vuelven más tolerantes con los infractores. El tiempo estival entraña una serie de actividades al aire libre que lo hace muy atractivo a los ciudadanos y que incita a ocupar la calle hasta altas horas de la noche. Los barrios agraciados con la terraza al aire libre serán condenados a sufrir olores y estruendos de risotadas, movimientos aparatosos de mobiliario, peleas de borrachos dementes y de niñatos maleducados y desnortados con exceso de euforia veraniega mal encauzada. A estos ruidos estacionales hay que añadir los de siempre, es decir los que nos acompañan durante todo el ciclo anual: el ruido del tráfico nocturno, de los camiones de recogida de basuras y del horripilante compresor de las cubas que riegan nuestras calles a traición y que duran y duran casi hasta la eternidad de un sueño de difícil conciliación. En el litoral y en las playas no están ausentes los ruidos ni tampoco otras molestias variadas como son en definitiva, los chiringuitos, los olores del exceso decadente de comida y los bebedores soleados en los que el alcohol hace de catalizador de los peores humores y proyectan, entre otras beldades, las sesiones de baboseo más nauseabundo sobre las adolescentes.
En definitiva una gran representación de decadencia encadenada que si bien no es exclusiva del verano, da la sensación de que se concentra y exacerba con mayor intensidad durante el estío. Al menos la estética es notablemente más desagradable y molesta tanto a la vista como a los oídos de quienes disfrutamos todo el año del litoral y sus atractivos naturales y culturales. Desde hace unos años se está produciendo un incremento de un nuevo fenómeno de decadencia colectiva a la par que también se están fomentando una actividad más sana y relajante para disfrutar y estar en contacto con el mar. Las actividades sostenibles y placenteras son las derivadas de la práctica del kayak que se practica ya continuamente en Ceuta. Los que solemos salir al litoral vemos con placidez los relajantes paseos en grupo o por separado de los kayakistas deslizándose por las aguas ceutíes y deambulando entre los arrecifes costeros en pos de texturas, olores y visiones que solo se tienen si están en contacto muy estrecho y cercano con la superficie o sumergido en ella. Es sin duda una actividad sostenible, de mentes serenas y de buen gusto que aumenta el nivel cultural y moral de nuestra sociedad y la reconcilia con el entorno ejercitando una propulsión ancestral con diseños y tecnología de vanguardia.
Los artilugios de propulsión marina que alcanzan elevadas velocidades como las motos de agua y las lanchas de velocidad son la otra cara de la moneda, tecno-barbarie en estado puro campando a sus anchas por la bahía sur. Es lo que el comercio pone a servicio del público juvenil sin atender a las consecuencias ambientales ni sociales, al igual que ocurre con los coches, es un símbolo de prestigio que atrae al sexo opuesto y por ello enloquece a los jóvenes. No todos han recibido lo mismo en la cuna ni tenido las mismas oportunidades culturales y por lo tanto las sensibilidades desarrolladas son bien distintas. Ahora bien, las motos de agua y sus actividades recreativas pueden y deben regularse de acuerdo con un nivel mayor de sensibilidad que debe presidir la actuación de la administración española, no podemos olvidar que nuestro país se codea en el concierto de las naciones con mayor desarrollo económico. Aunque quizá sea esta obsesión por el consumo y el crecimiento económico lo que hace olvidar el desarrollo ético. Algunos de los jóvenes y no tan jóvenes que practican esta insensible actividad tienen en la normativa vigente la única posibilidad de elevar su nivel de sensibilidad por more de la obligación de cumplir con la normativa vigente. Estas molestias ocurren porque prácticamente todo va por delante de la administración competente que no se pone en marcha y produce sino se produce clamor popular. Jamás dejara de sorprenderme que personas tan amables y cordiales puedan hacer tanto daño al resto de ciudadanos con su ineficacia o dejación de funciones políticas o burocráticas.
La escritora norteamericana Louise Erdrich, tiene un pensamiento similar en el contexto de los malos tratos a las mujeres indias en las propias reservas ,“lo que me fascina es el encanto, la dulzura, la extraña bondad que posee y cultiva tanta gente que hace el mal”. Llevado esta frase al ámbito de la administración pública, habrá que comenzar a comprender que la dejación de funciones y la ineficacia crónica son amenazas para la sociedad que deben combatirse con especial atención porque se apoderan del tejido dónde se gesta el desarrollo cultural humano y lo desarbola y convierte en la nada. La ineficacia administrativa es tan espantosa a la inteligencia porque representa una visión de la nada insulsa y estéril que es precisamente la aniquilación del aparato cultural que nos hemos dado los seres humanos. Que visión puede haber más horrible para la inteligencia que entrar en un infierno burocrático (como por ejemplo la actual consejería de medioambiente de la Ciudad Autónoma) en el que es como asistir a la mesa con el sombrerero desquiciado de Alicia en el país de las maravillas pero sin la gracia ni la estética desplegada por el diácono anglicano. Esta consejería siempre ha funcionado mal pero en esta legislatura se ha convertido en un submundo abominable del procedimiento infinito donde todo está mucho más descontrolado que de costumbre. Hasta el lacónico Josef K (personaje del proceso de Franz Kafka) saldría corriendo del negociado de medioambiente si tuviera que mantener un minuto de fútil conversación con los funcionarios del área aludida. Hasta la niña de los ojos del presidente, las playas de la bahía sur, estén sin balizar a día de hoy. Justamente este aspecto también está provocando que el acoso de las motos de agua sea aun mayor del esperado.
De todos modos, la ley es poco eficiente y solo se ocupa de la seguridad del bañista en las playas ya que los 50 metros de distancia con respecto al resto del litoral son claramente insuficientes.
Para concluir este artículo nos gustaría hacer un pequeño ejercicio de reflexión y que nos preguntemos que significado encierra la bahía sur, un espacio marino aplacerado (bastante más calmo que la bahía norte) que es algo más que vertedero de aguas residuales, lugar de explotación pesquera tradicional y escenario de actividades de ocio. Aves, cetáceos y tortugas marinas transitan por ella y la elevada velocidad de artilugios como las motos de agua causan sus impactos sobretodo en las tortugas marinas (las fracturas craneales en los ejemplares de Caretta caretta muestran bien este impacto).
Estas mismas son las que mueren enredadas en las almadrabas instaladas en aguas de la bahía sur. La presencia de animales marinos tan especiales es, si se piensa desde un punto de vista transcendental, un enorme regalo para nuestros sentidos y es misión de nuestro intelecto darle sentido humano y continuidad. Hay que aprender a mirar a la bahía sur y al mundo natural en general con otros ojos e iniciar un despertar que provoque el cambio interior que los seres humanos necesitamos para modificar muchos comportamientos. Quizá habrá que invertir más en formación e información para elevar las sensibilidades y que haya menos compradores de motos de agua.
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