El pasado domingo se celebraron las esperadas elecciones locales. El resultado debe ser objeto de análisis y valoración. Tiempo habrá de ello. Sólo un primer apunte.
Un pueblo cuya mayoría no muestra ningún interés por quien lo gobierna, está llamado a la extinción. La abstención en Ceuta es un veneno social. Es la expresión del desapego y la desvinculación de toda causa común. Una fatalidad.
Pero hoy quiero hacer una breve reflexión sobre el componente emocional presente en todos los procesos electorales. La identificación con un anhelo colectivo es un sentimiento inigualable. Distinto a cualquier otro. La trascendencia hacia la dimensión social del ser humano adquiere su sentido más pleno. Y ensancha el corazón hasta un éxtasis singular. Por eso los procesos electorales son tan emocionantes para las personas que se implican en ellos. Te embarga esa hermosa intuición de estar haciendo algo grande. Cada pequeña acción tiene la condición de gesta. La ilusión hilvana una complicidad mágica que nos une y eleva por instantes sobre cualquier adversidad. La fatiga y el cansancio se desvanecen ante la esperanza que se yergue con fuerza como una deidad arrebatadora.
Siempre he disfrutado de las campañas electorales. Porque he tenido la suerte de estar junto a gente maravillosa. Personas que me han hecho (y me hacen) creer que merece la pena seguir luchando por una sociedad más justa. A pesar de todos los pesares. En esta ocasión la experiencia ha sido fantástica. Se ha conformado espontáneamente un extraordinario grupo tan heterogéneo como cautivador. Supuraba una química especial insuflada por la infinitud del espíritu joven. Miradas limpias. Brillantes. Gestos fraternos. Comunión vital imperecedera.
Un caudal de energía tan inmenso no se puede contener. Por eso la gente de Caballas lloró cuando supimos que los sueños se esfumaban al abrir las urnas. La lágrima es la imposibilidad de la palabra. Cuando la razón no puede explicar las cosas que te sobrecogen el alma, las lágrimas aparecen como un cordón umbilical que te devuelve a la vida. La sede de Caballas estaba abarrotada. Allí estaban todas las personas que horas antes luchaban pletóricos de ilusión, rebosantes de alegría, por hacer una ciudad mejor. Habíamos visto tanta necesidad, tanta miseria, tanta frustración. No queríamos seguir viviendo sojuzgados por la desigualdad y la injusticia. Creíamos que podíamos. Y no pudimos. Y las lágrimas lo ocuparon todo. Faltó una (la de Paloma); pero esa ya permanece indeleble en lo más profundo de Caballas.
Me hice partícipe de aquellas lágrimas. Dice una bonita canción (de Luis Pastor) que “jamás olvidarás con quien has llorado”. Así lo siento. Me he conjurado conmigo mismo para que ninguna de esas lágrimas que derramamos el pasado domingo se escurra por el sumidero de la indiferencia. Cada una de ellas germinará.
En infinidad de ocasiones me preguntan: “Juan, ¿de dónde sacas fuerzas para seguir durante tantos años en una lucha tan ingrata? En esta campaña he descubierto la respuesta: de las lágrimas de la gente buena que cree en un mundo mejor.
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