Colaboraciones

El laberinto de América Latina frenado con la violencia de Estado

Como si se tratase de un efecto dominó, recientemente hemos contemplado el rechinar de diversos descontentos emanados de economías en recesión, o escándalos con presidentes imputados, desempleo debilitado, decadencia de los servicios públicos y elevadas cotas de inflación, radicalización política y violencia agitada, gobiernos querellados de atentar contra los derechos humanos y de encubrir relaciones con grupos mafiosos, fraude electoral e injerencia de actores no deseados, configuran una larga lista de daños que se baten en el ser o no ser de América Latina.

Vislumbrada la chispa que induce a estas manifestaciones multitudinarias que por doquier, no tienen un denominador común entre las regiones que la sufren, numerosos analistas se han aplicado en fundamentar las causas generales, pero la tarea resulta casi inalcanzable.

Luego, cabría interpelarse: ¿Nos atinamos ante el preámbulo de una ‘primavera latinoamericana’ o, más bien, al panorama de un nuevo tiempo de revolución global? Para los entendidos en la materia, se trataría de un resentimiento social fraguado en metástasis y como colofón a las nefastas políticas públicas de los gobiernos, con riesgo irremisible de saldarse en episodios detonantes.

Sin embargo, a nadie se le escapa que estas protestas comparten un componente característico: la juventud, hoy, enfrascada en las calles con caceroladas, enfrentamientos múltiples, destrucción de infraestructuras y empleo descomedido de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado.

La bifurcación en la insatisfacción que barre a este continente, esconde sus raíces en el hartazgo correspondido con la divergencia económica, el desempleo y la fluctuación de toda una generación ante un elenco de insinuaciones.

Del mismo modo, no se puede omitir que los reproches crecen en un entorno de desaceleración económica. Más aún, la Organización Internacional del Trabajo, por sus siglas, ILO, advierte que en la aldea global, al menos, 136 millones de jóvenes están en situación de pobreza, de los cuales, 59 millones padecen el paro. Esto implica una estimación de desempleo tres veces superior a los adultos.

Ante este entresijo político y social de importantes dimensiones que zarandea a diversas estructuras de poder, era cuestión de tiempo, para que en último lugar, acabase explosionando. Si bien, durante semanas los altercados de Hong Kong han destacado en los titulares de la prensa, no han sido los únicos respaldados por un profundo sentimiento antigubernamental.

Aunque, estas circunstancias no conllevan una lectura ideológica común a la ausencia de sintonía de la clase política con las juventudes, continúa estando detrás de las expresiones masivas tanto en América Latina, como Oriente Medio y África.

La globalización y democratización de la información por medio de internet y las redes sociales, precipitan un enfado sistémico que los imperativos de las nuevas generaciones no hacen dar marcha atrás.

Y esto, es algo que no se puede desdeñar.

Centrándome en los hechos que se constatan en Latinoamérica, es sabido que está pasando por coyunturas de intensa servidumbres políticas, con indicadores de primerísimo orden que van desde las dificultades de los regímenes de izquierda como Venezuela y Bolivia, hasta las desaprobaciones que vapulean a Colombia, Chile, Haití, Argentina o Ecuador, pasando por el vuelco de la ultraderecha en la política brasileña.

Algunos coinciden en percibir un hilo conductor en cada uno de estos sucesos, tanto, que lo encaminan a una ‘primavera latinoamericana’, en similitud a la ‘primavera árabe’ de 2010-2012, que arrastró a Oriente Medio y el Norte de África con clamores en defensa de la democracia y los derechos sociales.

Pese a que las críticas que confluyen son de diferente calibre: Tómese como ejemplo el caso de Chile o Colombia, cuyos gobiernos que confrontan pertenecen a un corte liberal o conservador; al contrario que ocurre en Bolivia y Venezuela, donde se subvierte el signo. Significándose el desajuste de economías divergentes que conviven con otros fenómenos políticos igual de contrapuestos, como la ascensión de la derecha en Uruguay, calificada como un modelo para la izquierda.

A ello hay que añadir las políticas económicas de Chile o Ecuador; la corrupción en Colombia o Perú; la democratización en Venezuela o la presumible defraudación electoral en Bolivia.

Con estos mimbres, la terminología ‘primavera’ hace referencia a la dirección que toman los cambios, aplicándose como analogía de la ‘primavera árabe’ en la que los reproches transitan en un mismo sentido. En América Latina estas condenas adquieren distinto signos y otras peculiaridades, encuadrándose en el empeño colectivo aunado por una espiral de contagio. Aquí, los participantes al incorporarse a las protestas en calidad de manifestantes, valoran su aportación como determinantes y decisiva.

Sin soslayarse, la intervención de los militares como actores y árbitros, así como los límites de contención y choque que no provienen exclusivamente del Estado.

Ya, en algunos países como Nicaragua y Venezuela, las disyuntivas sociales están enquistadas y se suceden esencialmente por la obcecación de regímenes de predisposición autoritaria, incapaces de contraer los cuestionamientos sociales. Mismamente, se encontraría Haití, pero, su tesis es excepcional por la inexistencia de una administración fuerte que dirija el aparato estatal.

Con los argumentos anteriores, se hace notar una serie de patrones redundantes: el partido dirigente que se retrata como progresista, acumula unos cuantos años desplegando su dominio y las propuestas tienen a la democratización como el lema cardinal. Igualmente, se ha desencadenado un rechazo agresivo por parte de otros sectores afines al partido gobernante.

Aun así, se tiene la opinión, que concurren oligarquías que sostienen su influencia calcando una fórmula colonial y que en definitiva, serían las promotoras de los muchos agravios; porque, en el fondo, se han visto con el agua al cuello por políticas como las de Venezuela que inciden en el petróleo, o la nacionalización de los bienes naturales de Bolivia.

Hay otras voces que afirman, que con la irrupción de gobiernos de corte más progresista, consideran que las oligarquías se están diluyendo.


El escenario es totalmente cambiante en países como Ecuador, Chile o Argentina, porque con un sistema de garantías democráticas, las censuras se hilvanan en una población desengañada ante gestiones negadas a tirar de un sistema económico y sector privado, apenas eficiente; o en Chile, que ve como se comprimen sus ingresos.

Así, las muestras de oposición activadas en los últimos años y que han tenido un impacto contradictorio en la vida de los ciudadanos, apuntan a políticas de carácter liberal. Véase como en Chile, la base de su laberinto se halla en la discriminación que ha derivado en un desasosiego progresivo por las disminuciones de los salarios, hasta provocar rigideces económicas, con la consecuente subida del importe del metro, que ha sido la gota que ha colmado el vaso.

Toda vez, que estados como Colombia, Bolivia o Perú, advierten el aborrecimiento hacia unas élites que no aceptan el sistema democrático, porque los grupos dominantes se oponen a ponerlo en práctica, promoviendo un estado de derecho disfuncional con un sistema nulo que no afronta los apremios sociales.

Con todo y en su conjunto, el mayor de los inconvenientes que, hoy por hoy, desafía Latinoamérica, subyace en el narcotráfico, una herida abierta que pone en jaque a tierras como México, que ha languidecido ante la fortaleza armada del Cártel de Sinaloa, también conocido como Cártel del Pacífico, una organización criminal dedicada al comercio o tráfico ilegal de sustancias tóxicas en grandes cantidades.

En otras zonas geográficas como Honduras o Venezuela, los señores de la droga sepultan sus raíces en las más altas esferas de la política, adquiriendo inmenso influjo en las estructuras estatales y en los círculos de corrupción.

En su acervo, estamos refiriéndonos a evidencias que hacen caer la balanza en la generalidad de la sociedad hispanoamericana, concatenada a un rompecabezas de cuestiones como la seguridad o la diplomacia, la economía o la política, profundamente asociadas con la protuberancia estructural en el corazón de los conflictos.

De hecho, no es de extrañar que medios progresistas como Bolivia o Venezuela, hayan inculpado a Estados Unidos, que no olvidemos, mantiene sanciones contra Nicaragua, Venezuela y Cuba, conceptuadas por el presidente estadounidense Donald Trump (1946-73 años) como la ‘troika de la tiranía’.

No siendo el único que ha desplegado estas fuertes presiones, porque China, pero a la inversa con Venezuela, ha tomado cartas en el asunto favoreciendo al régimen de Nicolás Maduro (1962-57 años).

No reduciéndose tan solo su acción sobre este país, porque el gigante asiático es consignatario de alrededor a un cuarto del total de las exportaciones extractivas sudamericanas, y con ello, colabora de manera paulatina en la propiedad de las minas de litio y otras posesiones emplazadas en Argentina, Bolivia y Chile.

Por lo que China, es algo así, como la piedra angular y por añadidura, el estímulo en la economía de estos estados.

No dejando en el tintero de este tablero a la Federación de Rusia, que cuenta con significativos intereses sobre el terreno: conjuntamente, a las estrechas alianzas con la ya citada ‘troika de la tiranía’, desde el año 2016, los rusos se han proyectado en la tarea de fraguar lazos productivos y conservar músculo en el salida comercial, fundamentalmente, con Ecuador, México y Brasil.

En cada eventualidad que se circunscribe, merece la pena interrogarse por el epílogo definitivo de cuántos conflictos están en tránsito, como el desenlace que a corto plazo auspiciará este momento político e histórico en la demarcación americana.

Actualmente, en algunos de estos países las desavenencias han originado consecuencias perceptibles: en Chile, el Gobierno de Miguel Sebastián Piñera Echenique (1949-70 años), ha comunicado el inicio de un proceso constituyente que definitivamente los aleje del texto obtenido de la dictadura; en Bolivia, ha desembocado en un Golpe de Estado contra Juan Evo Morales Ayma (1959-60 años), que finalmente se ha exiliado en México.

En Argentina, Mauricio Macri (1959-60 años) ha sufrido un descalabro en las elecciones generales en favor de Alberto Ángel Fernández (1959-60 años), de corriente peronista. En otros, como Perú, Ecuador o Colombia, los representantes rechazan anunciar alguna diversificación relevante, en réplica a los clamores de la ciudadanía, que, en paralelo, no parece que vaya a reducirse esta tendencia.

Un caso singular es el de Venezuela, que a pesar del nombramiento de Juan Guaidó Márquez (1983-36 años) como presidente legítimo, no ha causado ninguna alteración en el contexto político, porque en contraposición, las manifestaciones se han apagado con el castigo represivo impuesto por Maduro. Una coyuntura volátil, en la que los expertos consideran que se producirá una variación en la dirección de los acontecimientos, en el instante que concurra una disensión interna en la coalición dominante. Un camino semejante al de otros entornos, como Nicaragua o Haití.

En todos, sin distinción, se aguardan importantes mutaciones, pero, en el horizonte regional, las incógnitas de Latinoamérica siguen estando latentes en la descomposición política, la desigualdad popular, la segmentación de la sociedad o el narcotráfico, que no tienen visos de tomar otros derroteros. En síntesis, sociedades en plena ebullición reprimidas por la intimidación del Estado.

Entretanto, las sacudidas que están vadeando la humanidad y que amenazan seriamente con extenderse en tiempo e intensidad en la lucha de las gentes, tienen su localización máxima en América Latina; un territorio ambicionado por su imponente riqueza natural, pero, idénticamente, agitado por las enormes desproporciones sociales y la irrefutable putrefacción política.

El análisis macropolítico de estas dos décadas transcurridas del siglo XXI, prosigue siendo dicotómico, porque, si la disputa es de clases, ello no entraña que haya que inadvertir variables intervinientes.

En el polo internacional, persisten la preferencia de gobiernos derechistas sucesores de un pasado autoritario y reminiscentes de antiguas dictaduras imputadas con puños de hierro implacables. Y, por otro, se atisban gobiernos liberales que emprenden su senda hipnotizando a corrientes sociales izquierdistas, hasta moldearlas como elementos atemperados de las revoluciones neoliberales.

Con lo cual, algunos de estos estados reservan experiencias de gobiernos de este formato como bien lo aparejan: Lula Da Silva, expresidente de Brasil; López Obrador, presidente en México; Evo Morales, expresidente de Bolivia; o Rafael Correa, expresidente de Ecuador, que se han convertido en un poderoso desactivador de la oposición desde abajo y a la izquierda. Tal vez, debería añadirse un ingrediente nada renunciable: las perspectivas ideales de emancipación colisionan a bocajarro con una entelequia que las supera en sí mismas; pero, esto no les confiere a dichos gobiernos progresistas, la legalidad para cualquier ejercicio sin el debido juicio popular.

Es así, como se han conformado ecuanimidades divididas e individualizadas que asientan un tejido socio-político fraccionado y susceptible de modular.

En la inmensa mayoría de las ocasiones, se despliegan dispositivos y maniobras de entumecimiento y pacificación de la hasta ahora insuficiente estrategia de resistencia popular. La normalización de las protestas ha entrañado el menosprecio y conformismo con respecto a las probabilidades de la organización social; las cuáles, paulatinamente se han sofocado con envites represivos policiacos y militares, guardianes de la propiedad privada y valedores de la dictadura pura y dura.

Queda claro, que los pueblos americanos han empezado a reivindicarse y estos requerimientos forman parte de las garantías sociales. Es más, éstas garantías, valga la redundancia, esconden interpelaciones de más democracia.

Precisamente, esto es lo que las multitudes de América Latina demandan en los trechos presentes. Sociedades muchísimo más abiertas y accesibles, preparadas, comedidas y con más información y capacidad de recomponerse.

Como no podía ser de otro modo, al no llegar respuestas, por momentos la agitación se impacienta hasta coronarse con la crispación. Postulándose en los valores democráticos; porque, a groso modo, los partidos políticos no operan con el ritmo acompasado que se requiere.

Concluyentemente, existe una crisis de representación, poca solidez en las instituciones y como ya se ha mencionado, un elevado índice de corrupción. Téngase en cuenta, que la ‘primavera árabe’ derivó en el resurgir de las movilizaciones que empezaron en Túnez, hasta encarnar la aparición de paradigmas de los derechos humanos, desarrollo humano y bienestar social; aunque, acabaron siendo explotados por Estados Unidos y sus socios occidentalizados, para estimular a toda la región. Por supuesto, no lo encauzaría a la primavera más próspera, sino al invierno más inclemente de la desestabilización.

Consecuentemente, en Latinoamérica se divisan las hojas caducas del neoliberalismo, donde el fascismo y el racismo han retornado justificados por esta orquestación.

Si a las citaciones de las grandes masas y a las extenuaciones de los estados administrados por presidentes neoliberales se le añaden las tiranteces históricas, la percepción más que de ‘primavera’, es de un polvorín apunto de dinamitar. Intensificándose un espectro de pericias y argucias que nos traslada a otras tendencias, esta vez con carácter anticolonial y descolonizador, concretadas en presumibles instrumentos para demoler y derrocar al poder.

De lo que se desprende, que América Latina se halla en una etapa caracterizada de revueltas, en las que se pronuncian componentes de raza, etnia, género y clase que pueden ser entendidos como un entramado del que se desenvuelven, entroncan y refuerzan diversos sistemas y, por ende, formas de abuso inoculadas por movimientos plurales que desbordan las políticas neoliberales.

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