La vuelta al embudo

El caos asentado en el Tarajal lleva meses bloqueando la normal relación entre ambos lados de la frontera. No se trata solo de las consecuencias negativas que impactan en la economía de uno y otro lado, sino en la incidencia que tiene en el día a día de las familias, que también, porque existe, debe ser contada.

La generación de colas y retenciones provoca una especie de psicosis generalizada hasta el punto de que hay familias que llevan meses sin cruzar al otro lado para pasar un día de descanso por miedo a quedarse atrapadas en las colas. La puerta de acceso al otro lado se cierra, impidiéndose el libre tránsito que ya de por sí está mermado en una Ceuta cuya única salida posible es coger el barco y pasar por caja. Es inaudito que un bloqueo se convierta en algo normal, que las colas no se cesen de forma permanente, que ayer se pongan encima de la mesa unas excusas para hoy poner otras, que se siga frenando un derecho que afecta a residentes de uno y otro lado.
Mientras las fuerzas políticas convierten en un asunto de Estado las colas de Gibraltar, llegando a trasladar sus quejas a instancias europeas, Ceuta queda arrinconada bajo la etiqueta de ‘caso aparte’ sin que se le pueda dar al ciudadano una solución real y efectiva a lo que ya desgraciadamente se ha vuelto normal.
Ya no se trata de soportar retenciones, colas y bloqueos de manera cíclica; ahora recuperar un tránsito normalizado forma parte de la suerte.
Hemos perdido la cuenta del número de cumbres, citas y encuentros que se han organizado para hallar la solución al problema. Quienes dicen saber de esto nos venden en cada intervención una moto distinta o ponen por delante un culpable que varía según el prisma desde el que se analice el problema: hoy lo achacamos a que el grupo policial de control es nuevo, mañana a los empresarios, pasado a Marruecos... pero el hecho es que hemos perdido el camino de una relación sobre la que, curiosamente, decían nuestros mandamases que debíamos asentarnos porque ahí estaba la clave de nuestro desarrollo. La torpeza no tiene límites.