La Justicia ha empezado contundente. Una tarde de hace años esperábamos, en casa, la hora de cenar. Había comentarios de unos y silencio de otros mientras leían algo o intentaban resolver uno de aquellos "damerogramas" de aquella época. La radio, a la que no todos atendían por igual, nos ofrecía un programa musical. De buenas a primeras la voz de Monserrat Caballé apareció en la radio y poco a poco se hizo un silencio profundo en nuestro cuarto de estar, al tiempo que cada cual dejó lo que estaba haciendo o diciendo para prestar atención a aquella voz maravillosa, limpia, serena, sin el más mínimo fallo y que resultaba dulce, armoniosa, delicada y bellísima.
Cuando terminó, nos mantuvimos en silencio como si estuviéramos hechizados. Aquello que habíamos oído era algo de gran calidad y que, además, venía bien a todos. Poco después se reanudó la conversación, que tuvo como eje la maravillosa interpretación lírica que habíamos tenido la suerte de oír. Han pasado los años y ya sólo yo mantengo en mi memoria, y en todo mi ser, esa escena y sigo viviendo - de alguna forma - la dulzura y calidad de aquella voz ¡Cuánto puede lo que se hace de esa forma y cuánto se necesita a lo largo de la vida! Pienso que muchas otras personas tuvieron la oportunidad de oír esa voz, tan pura y melodiosa, tan llena de encanto y dulzura que proporcionaba paz.
Hoy día no se vive un ambiente que pudiéramos calificar como cómodo y seguro. Es mucho el ruido que nos rodea. Muchas las voces que tratan de dominar a otras no por la calidad que aportan sino por el tono que emplean, que muchas veces es despreciativo y hasta, alguna vez, insultante. Cuando termina el día el espíritu está agobiado y cansado por ese acoso oral que, en el fondo, es una agresión a la paz y a la lógica del entendimiento. Es más una imposición que un convencimiento; más el ofrecimiento de una llama incendiaria que un argumento sencillo y puro de paz. No se guarda el recuerdo de esos días como unas reliquias de bienestar, sino de inquietud y hasta de temor.
¡Cuánto se agradece alguna voz que habla de otra forma, sin rencor y con afán de unión para lograr el bienestar de todos! Necesitamos todos vivir sin odios y ni siquiera roces molestos que, a veces, vienen impuestos por unos sistemas de ideas en los que abunda la negación de cualquier otro pensamiento, otra forma de entender la vida, otra forma de ser que tiende a mejorar la calidad de la persona en todos los órdenes y muy especialmente en el espiritual. ¿Por qué se ha de negar que el ser humano tiene un alma a la que debe atender y también hacer respetar?
El ser humano sólo puede gozar de la sinceridad de la felicidad cuando su alma está limpia de rencor, después de haber luchado lealmente y con verdadero amor por el bien, por todo aquello que está limpio de cualquier impureza, o de odio hacia alguien. Todo ello puede y debe lograrse en el ambiente que vivimos; en ese en el que nuestra contribución personal ha de tener actividad propia. Nuestro quehacer no debe ser egoísta sino totalmente generoso y abierto a todo el horizonte, sin límite alguno y con la pureza de intención sin la más mínima imperfección.
Ese campo de acción está plenamente abierto a toda persona y a él se debe acudir con nobleza de espíritu y con exquisita y profunda preparación, como lo hizo Monserrat Caballé en aquella ocasión en la que regaló a todo el mundo el prodigio de su voz, limpia y generosa a la poar que dulce y armoniosa. No la he olvidado nunca; la mantengo viva en mi alma y la vuelvo a recrear en mi mente con delicada ilusión.
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