Categorías: Opinión

La visita

No basta con que te lo cuenten, has de ir a verlo. Y al origen si es posible. Ese podría ser el adagio que ha guiado a los profesores de tres colegios jesuitas de Barcelona para viajar desde Cataluña a Ceuta al objeto de que un grupo de sus alumnos lleve a cabo una jornada de convivencia con los inmigrantes acogidos en el CETI y que conozca ‘in situ’ la realidad del inmigrante. En momentos así las emociones y los sentimientos suelen nublar el raciocinio y la reflexión. Y más cuando se tienen tan pocos años como sucede en el caso de estos estudiantes catalanes. El lugar y el momento son obviamente un estorbo para la meditación, para pensar sobre el porqué, el cómo y el qué de todo aquello. En ese momento, el ambiente festivo es muy poderoso y los jóvenes, de alguna manera, suelen dejarse arrastrar por él, y por las opiniones de los mayores que les rodean, como podrían ser, en este caso, sus profesores y los que les sirven de guía en su recorrido por el CETI. El ambiente del momento anima al menor a darse cuenta de su propia realidad y a compararla con la que viven aquellos que están en el CETI. Y lo fácil que le es la vida y lo difícil que es, y ha sido, para aquellos inmigrantes. La dicotomía ‘buenos y malos’ toma, entonces, cuerpo en su joven mente. La tensión del momento haría nacer, en aquellos jóvenes, deseos de poner mano a la obra para remediar, en la medida de sus posibilidades, las desgracias de esos acogidos allí. Son momentos en los que uno desea ser mejor de lo que es. Suele suceder en ambientes así. Pero, ¡cuidado!, aquí como en cualquier otro asunto pudiera existir un cierta manipulación, voluntaria o no, de las conciencias. A la verdad no se llega aceptando lo comúnmente aceptado. Hace años, en cierta ocasión pregunté a un conferenciante, profesor de secundaria, que estaba haciendo una encendida defensa de la inmigración masiva irregular, si a sus alumnos les mostraba tan sólo esa cara de la inmigración o si también les enseñaba su cara perversa. “No”, fue su seca respuesta. Cuando quise saber por qué no lo hacía, él insistió en que no quería, y ahí se acabó todo. Estaban siendo manipulados.
Por otro lado, lo que no deja de llamar la atención sobre esta visita, es que estos alumnos vienen de una Comunidad en donde el número de inmigrantes, procedentes de los cuatro puntos cardinales, es elevadísimo. En Cataluña hay 1.186.779 inmigrantes, de los cuales el 27,2% viene de África y el 12%, de Asia. Hay zonas cuyo porcentaje de inmigrantes, como Vic, Sabadell, L’Hospitalet, Badalona, Gerona y la misma Barcelona y su cinturón ‘rojo’, entre otros, es abrumador. Y dentro de esas poblaciones hay barrios de donde los autóctonos han salido por piernas, y el que aún sigue allí es porque no se puede permitir irse a otro sitio. Pues bien, ¿por qué no los han llevado, por ejemplo, al barrio del Raval, en el distrito de Ciutat Vella? Es un barrio en donde la inmigración es palpable y notoria, no hay que ir a buscarla, como en el CETI ceutí, sale a tu encuentro, y, además, se puede observar al inmigrante, digamos, en ‘libertad’ de obrar y de ir a donde desee, sin estar mediatizado por los horarios y por las normas de un CETI. Es decir, en ‘estado puro’. Allí no les dirían que no les dejan salir de Ceuta y que es una ‘dulce cárcel’, y en ese plan. Y, asimismo, se podrían ver con meridiana claridad las ‘andanzas’ y trapicheos y comportamientos de muchos de ellos no demasiado ajustados a normas de convivencia, y, a veces, rozando la ilegalidad.
Al hilo de todo esto, surge la pregunta, ¿a cuántos de estos alumnos les permite la familia adentrarse en el Raval y pulular por sus calles? Allí sí se puede ver en todo su esplendor, sin mediatizaciones que valgan, a los inmigrantes como ciudadanos libres y responsables de sus actos. Sean estos conformes o no a la legalidad vigente. Pero me temo que la clase social a la que pertenecen estos alumnos dista mucho de mezclarse con inmigrantes, es más, vivirán en la zona noble de Barcelona y ni se les pasa por la cabeza pasearse por el Raval o por zonas tomadas por los inmigrantes. Si acaso los ven a lo lejos en las calles si se tercia. Salvando las distancias, venir al CETI es como ir al zoo a ver a los animales en cautividad, en donde sus comportamientos están limitados por los barrotes de las jaulas, comportamientos que distan mucho de los que adoptan en plena sabana africana, en la que se muestran en todo su esplendor sin barreras que los detengan. (No se quiera ver con este símil algo más que una mera, en modo alguno peyorativa, comparación).
Es cierto y sorprendente, como se destaca en el editorial de este periódico del día 26, “que ningún centro escolar de nuestra ciudad, y de ningún tipo, jamás haya solicitado a la Dirección del CETI la realización de unas jornadas” como las que llevaron a cabo los alumnos catalanes. Es tan sorprendente que merecería una reflexión. Tal vez los llamados a darla sean los propios centros educativos. Acaso sea porque al ser Ceuta una ciudad pequeñísima los inmigrantes ‘conviven’ en cierto modo con los ciudadanos en las mismas calles, comercios y demás lugares. El roce con ellos es mucho mayor que el que puedan tener esos jóvenes catalanes. Y además, los ceutíes puede que ya den muestras de cansancio de toda esta inmigración ilegal que no cesa y que se nos cuela de rondón a nuestro pesar. Ceuta es el Raval catalán.

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