Categorías: Tribunales y justicia

“La vida me cambió un 200%”

La Audiencia Provincial aborda el suceso, ocurrido en septiembre de 2012 en las cabañas de ‘Miguel de Luque’, fue uno de los de mayor impacto mediático. Su víctima, un agente del CNP, casi muere.

La vida del policía nacional Juan Ferrer dio un giro radical la noche del 15 de septiembre de 2012, tras ser violentamente agredido en las cabañas ‘Miguel de Luque’ en donde se alojaba. Un guardaespaldas que había estado destinado en la embajada suiza de Argelia, Yassni Z., se le cruzó en su camino. Las puñaladas que éste le asestó en el pecho, en la mano y, sobre todo, en el cuello, a punto estuvieron de “dejarme frito”, recordaba ayer, durante su testifical en el juicio que se desarrollará en la Audiencia durante esta semana a lo largo de, al menos, tres sesiones. La fortuna, sin embargo, estuvo de su lado y Juan consiguió salir adelante, tras una operación a vida o muerte en el Hospital Universitario.
Después de aquel episodio el agente Ferrer no es ni por asomo la persona que patrullaba con su moto oficial por el Paseo del Revellín cuando estaba de servicio, o el que gustaba de dar paseos con la suya propia en sus ratos libres. “La vida me ha cambiado un 200%”, narró emocionado ante el tribunal de la Sección VI de la Audiencia, presidido por el magistrado Fernando Tesón. “Llevaba 40 años en la Policía Nacional y me tuvieron que dar de baja... era mi vida... yo estaba aquí, en Ceuta, muy a gusto y esto me ha cambiado todo... el día a día... Bueno, tampoco te vas a quejar todos los días porque mi mujer bastante tiene, pero sigo teniendo pesadillas, recuerdo lo que pasó...”, explicó. El relato del agente Ferrer fue clave en esta primera jornada de juicio oral, y lo fue porque se pudo saber  en qué estado, tres años después, se quedó la víctima de uno de los sucesos que mayor impactó causó en la ciudad dada la violencia de las puñaladas recibidas y el dato concreto de que una de ellas le alcanzara incluso la yugular, recibiendo por ello varios puntos.
Su agresor, para el que el Ministerio Fiscal pide 9 años y medio de cárcel por tentativa de homicidio y robo con fuerza mientras que la Acusación Particular eleva la pena hasta los 15 años, escuchaba el testimonio de Ferrer sentado en el banquillo, esposado y custodiado por varios agentes de la UPR del Cuerpo Nacional de Policía.
“Tengo dificultades para comer, para cortar la carne por ejemplo, no puedo abrocharme los botones de la camisa”, expuso Ferrer. Estas han sido las consecuencias físicas de una agresión a las que se suman las psicológicas, las que se llevan por dentro y resulta más complicado exteriorizar. De aquel momento Ferrer recuerda que intervino porque le llamó la dueña de las cabañas ya que se había producido un robo dentro del bar. Ferrer acudió, fuera de servicio, pero antes advirtió a la Sala del 091 para que acudieran. “Vi a un individuo detrás”, recordó, en alusión al acusado. “Le dije que qué hacía ahí, que no tocara nada... al girarme noté que había dado un corte, me toqué el cuello... los dedos me los podía meter hasta dentro”, explicó gesticulando la manera en la que a punto habían estado de degollarle. “Le grité, ¡me has pinchado!”, narró emocionado. Detrás de ese primer corte, que fue el más grave, vinieron otros: “Me iba a pinchar en el corazón pero me dio en la costilla... me defendí como pude, me dio varios pinchazos... lo hizo con la idea de dejarme frito”, contó.
Herido de extrema gravedad, Ferrer acudió hacia el lugar en donde estaba la dueña de las cabañas, su madre de más de 80 años y su hija, embarazada de 6 meses, para advertirles de que no salieran de allí. “Tenía miedo de que atacara a las tres mujeres”, dijo. Después se desmayó, tras sufrir un ataque “que no me esperaba” y que se produjo en “décimas de segundo, me pinchaba una y otra vez, me daba patadas... cuando me zafé de él, me perseguía”.
Al duro testimonio del agente del CNP le acompañó el de su mujer, que fue quien le taponó la herida antes de que llegara la ambulancia. “Cuando se quitó la mano del cuello, aquello era una catarata. Le puse una toalla, como una bola, pero no tenía manos para taparle... se quedó blanco, me dijo ‘dame un beso que me voy”, recordó emocionada. La situación de tensión vivida no fue obstáculo para que viera perfectamente al agresor, Yassni, todavía con el cuchillo jamonero en su mano, antes de escapar en dirección al monte.
El relato de la mujer sirvió para que la Sala se hiciera una idea de lo que ha sufrido esta pareja. “Yo llevo tres años de tratamiento, estamos noches sin dormir, mi marido se levanta empapado de sudor por las pesadillas, lo revive prácticamente todos los días. Él era muy activo, con su gimnasio, su moto... ahora tiene que llevar las camisas de corchete porque no puede atarse los botones, le tengo que atar los zapatos, cortarle la carne... tiene muchos dolores, no le gusta tomar la medicación y los calmantes... se desespera... Esta no es la vida que teníamos, éramos muy felices”, explicó.
La vida del matrimonio Ferrer se hace ahora al otro lado del Estrecho, lejos del CNP, lejos de un día a día que venía enmarcado en una cierta normalidad. La Sala pudo conocerla porque se contó con las declaraciones del matrimonio. Más difícil fue saber qué ocurrió esa noche a ojos del acusado. La respuesta que ofreció ante más de una decena de preguntas formulada por la Acusación o su Defensa fue siempre la misma: “No recuerdo”.
Al tribunal de la Sección VI le resultó difícil ir más allá del muro en el que se encerró Yassni Z., que si bien era capaz de recordar detalles del antes y del después del momento del crimen (que es precisamente por lo que se le juzga) nada sabía o decía saber de los momentos en los que, haciendo uso de un cuchillo, le cortó el cuello a su víctima.
El acusado dijo haber venido a Ceuta de vacaciones y haber sufrido un robo de bastante dinero. Antes del suceso, permaneció varios días en la ciudad, primero hospedado en un hotel, después en las cabañas, siempre bajo medicación porque sufría un trastorno tras el fallecimiento de un amigo del que se había tratado en Suiza y que le llevó incluso a estar interno en un centro. Desde que vino a la ciudad, “casi todos los días” tomaba droga y bebía. Llegó habiendo perdido su trabajo, con una discapacidad del 20% y dejando mujer y cuatro hijos. Es decir, una vida atrás que cambió  a raíz de lo ocurrido.
La madrugada de los hechos sí que recordó haber tomado alcohol y cocaína, aunque ni la víctima ni los policías que intervinieron declararon que les hubiera parecido que así fuera. Hasta ahí permitió abrir su confesión el acusado, encerrándose después en el “no recuerdo” expuesto de forma continuada y en una hilera de datos inconcretos. No supo decir ni qué cuchillos portaba ni de dónde los habría sacado, tampoco qué hizo o si apuñaló a Ferrer. De esa noche solo recuerda haber tomado alcohol y cocaína y haber tenido problemas con el dueño de un bar teniendo que salir de allí, sintiendo “vértigo” y hasta ahí, poco más, ya cerró su mundo de recuerdos.

Un escenario del suceso “terrorífico”

Tres agentes de la Policía Nacional que intervinieron en el momento de producirse el suceso prestaron ayer declaración en calidad de testigos. Coincidieron en calificar el escenario con el que se toparon de “terrorífico”, calificativo que se asemejaba al espacio ocupado por su compañero tendido en el suelo, el pasillo repleto de charcos de sangre y la esposa de Ferrer intentando tapar las heridas para que éste se mantuviera con vida.
La Policía acudía a las cabañas porque habían recibido el aviso de la Sala del robo; ésa era la información inicial que había aportado Ferrer, una información que a los pocos minutos tomó otro cariz al advertirse de que el agente había resultado gravemente herido.
Uno de los policías apreció que, a su juicio, era improbable que Yassni Z. estuviera bebido o hubiera consumido droga, ya que en el lugar en el que fue encontrado resultaba difícil de llegar en esas condiciones. “A mí me costó trabajo llegar”, explicó, deduciendo que de haber consumido cualquiera de estas sustancias hubiera resultado imposible llegar allí. Cuando se le detuvo fue cuando se le descubrió el cuchillo de grandes dimensiones que portaba a la cintura.
Otro de los policías que intervino sí que aportó más detalles sobre la forma en que se encontraba el acusado. “Mostraba gran agresividad”, narró. Si no pudo hacer frente a los policías que le arrestaron fue porque se vio reducido y no tuvo opción de seguir luchando.
Este agente, al igual que el resto, aclaró que cuando se le detuvo “no olía a alcohol, nada me hizo pensar en eso”, dijo. Sí recordó que estaba alterado, agresivo y nervioso, “al detenerlo ya se calmó”.
En aquella intervención tuvo que efectuarse disparos intimidatorios al aire para, después, al proceder al arresto terminar llevando al detenido al ambulatorio ya que presentaba bastantes heridas producto de los cortes que se había hecho con las zarzas entre las que se ocultó. “Estaba desafiante”, recordó, algo que dedujo por la mirada que mostraba, por su forma de expresión.
En la cabaña que ocupaba el detenido en el complejo rural ‘Miguel de Luque’ se hizo un registro policial, encontrándose, además de la música en alto volumen y las luces encendidas, gran cantidad de pastillas. Según uno de los policías que prestó declaración, se trataba de anabolizantes, en concreto testosterona, repartidos en cajas.
También se supo que antes de los sucesos, el acusado había estado de fiesta en el Poblado Marinero y que en su exterior fue recogido por una patrulla de la Policía Local en muy malas condiciones. Después de aquel episodio inicial, tras el cual no fue detenido, volvería a los locales del Poblado y terminaría provocando la agresión.
La sesión de ayer terminó con estas declaraciones y se prevé que continúe a lo largo del día de hoy y, previsiblemente, mañana.

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