Categorías: Opinión

La vaga oposición al libre aborto

Afortunadamente son pocas las voces que en todo el mundo apoyan la nueva Ley del Aborto propugnada por el Gobierno español, procediendo de hombres la inmensa mayoría de ellas, lo que les hace perder un peso considerable. Incluso en el propio partido que gobierna el país las divisiones no han tardado en aparecer, pese al fanatismo de aquel, lo cual refleja, en buena parte, el poco convencimiento interno ante una medida de este calibre.
El debate sobre la libertad del aborto es francamente aburrido a estas alturas. En primer lugar, se da una constante confusión entre el hecho de apoyar el aborto o no hacerlo, y de respaldar la libertad de que las mujeres que lo deseen puedan llevarlo a cabo. Poco tienen que ver entre sí ambos conceptos. En segundo lugar, podemos encontrar una gran imprecisión y tergiversación de las circunstancias. En ocasiones, parece que la libertad de abortar significa que la mujer puede interrumpir su embarazo en cualquier momento cuando, en realidad, se encuentra sometida a unos plazos que, de sobrepasarse, anulan dicha posibilidad en casos normales. En tercer lugar, se utilizan argumentos tremendamente crudos sin base alguna, como los que afirman que se abusa del aborto cual método anticonceptivo común, una conclusión que no tiene base sociológica alguna. En cuarto lugar, se esgrime el manido derecho a la vida. Y digo manido, porque en la mayor parte de las veces se utiliza de manera superflua, sin ahondar en su esencia ni explicitar cómo ha de ser su aplicación. En esta línea, me gustaría saber por qué ese derecho a la vida, que se defiende con tanto ahínco mientras el cigoto se desarrolla, perece cuando el bebé ve la luz. Es entonces cuando, de repente, uno ha de hacerse cargo del niño íntegramente sin que ese Estado, que con sobresaliente determinación clamaba la defensa del derecho a la vida del feto, se acuerde del que recala en la sociedad. Por ende, ello establece un esquema harto complicado de asimilar, en el que una persona es libre a la hora de concebir y encargarse de su hijo cuando este nace, pero no del periodo del embarazo, que pasa a ser de custodia estatal.  
Esta situación desagradable provoca que me decante por renegar del derecho a la vida a secas y defender, firmemente, el derecho a la vida digna. Una vida en la que los padres deseen al hijo que van a tener y posean la estabilidad necesaria para un crecimiento adecuado.
Abogar por la adopción en caso de no poder mantener a un descendiente, aún en un proceso muy temprano de gestación, me parece una auténtica barbaridad.
¿Por qué una mujer, por un problema propio de los anticonceptivos, ha de ser obligada a que tanto ella como su hijo malvivan o a darlo en adopción cuando en unos años, con su vida ya establecida, puede concebirlo y criarlo en condiciones dignas?
Por otro lado, siempre insistiré en que me resulta curioso cómo ideologías que han abogado por los conflictos bélicos en los últimos tiempos (a veces ignorando los dictámenes internacionales) continúan vendiéndonos que simplemente se limitan a defender la vida de quienes no pueden hacerlo por sí mismos. ¿Por qué las muertes de civiles que ocurren inevitablemente en las guerras no están sometidas a ese derecho a la vida tan glorificado por ellos mismos?, ¿por qué tampoco se incluye en este derecho la salvaguarda de las poblaciones que están siendo aniquiladas por sus dictadores? No hablemos ya de la tiranía permanente a la que los hombres someten al resto de seres vivos, hasta el punto de que, a diario, son capaces de liquidarlos por trivialidades como haberles molestado durante la siesta; las moscas podrían dar buena cuenta de ello. Por supuesto, esto último es un claro eufemismo para no tener que recordar las atrocidades que se cometen sobre seres vivos para obtener, de ellos, recursos innecesarios para la vida humana.
Finalmente, ni siquiera considero respuesta alguna para los que consideran que la existencia de un cigoto está por encima de los derechos sobre el cuerpo de la mujer que lo alberga. Ante esto, lo primero que se me viene a la cabeza quizá sea el pensamiento de que si en lugar de una cuestión femenina estuviéramos hablando de exactamente lo mismo pero en la carne del varón, nada de esto que nos estamos planteando estaría, aún, en duda.

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