La repentina crecida de los ríos y las inundaciones que suelen acompañarla, siempre tienen una causa muy definida. Lejos de la casualidad, son fruto de una fuerte lluvia constante que ha ido descargando agua con persistencia hasta provocar que la tierra ya no pueda asumir más líquido elemento. Como todo tiene un límite, el instante crítico aparece cuando lo inasumible explota para extenderse en ciudades y llanuras. Llegado ese momento, todo es inútil.
Lo que estamos viviendo en estos tiempos se parece mucho a este punto límite en el que, nos guste o no, emerge la deformada imagen devuelta por un viejo espejo de los años 30.
La llegada a la Casa Blanca de un excéntrico y maleducado millonario es sólo la punta de un iceberg de intolerancia que ha ido, poco a poco, sedimentándose en una sociedad cada vez más dispuesta a retornar a los horrores que en nuestras retinas tienen un agrio sabor color sepia.
Si en el país de la estatua de la Libertad se prefiere la peor cara del poder por sus mensajes interesadamente populistas, en este lado del Atlántico no andamos en mejores condiciones.
Que la ultraderechista Marine Le Pen constituya una seria y consistente alternativa de gobierno en Francia o que los partidos fascistas ganen posiciones en la mayoría de los países de Europa, es un claro signo de que se está haciendo todo lo posible para que el vocablo involución se convierta en la línea a seguir.
Evidentemente, si estas individuas han llegado a los centros neurálgicos de decisión es que se las ha votado, y muy votado. Eso no se discute. Lo que sí está en cuestión es cómo y por qué hemos llegado a esta situación de inundación social.
Parece claro que la época de recortes a ultranza y férrea austeridad que nos están imponiendo no es ajena a la subida del populismo y sus recetas facilonas envueltas en mentiras y medias verdades.
Estas recetas económicas, que han provocado el fin del estado del bienestar (¿recuerdan eso de que nos hemos comprado zapatos por encima de nuestras posibilidades?) y el auge de un capitalismo salvaje que arrasa con todo, han surgido del criminal laboratorio de la Escuela Económica de Chicago y han sido puestas en práctica por el Fondo Monetario Internacional.
El neoliberalismo no sólo recorta derechos y libertades sino que facilita que las ricas sean inmensamente más ricas y las pobres se adentren en el universo de la miseria. Resulta curioso que el mismo Fondo Monetario Internacional, creado tras la Segunda Guerra Mundial para evitar situaciones como la llegada de Hitler al poder, sea el que esté empujando el mundo hacia el abismo.
Claro que desde la perspectiva de quienes lo tienen todo, el panorama es el deseado.
La pinza se va cerrando para los países de la Unión Europea (cada vez menos unida) cuya población está viendo en las soflamas henchidas de cruces gamadas ese clavo ardiendo al que se agarra toda la que, irremediablemente, se está ahogando. Con una Rusia cada vez más nacionalista e imperialista, y unos Estados Unidos sumergidos en la incertidumbre (las primeras medidas van a ser las de desmontar todo lo que el presidente saliente logró implantar, por ejemplo en sanidad) la situación en el viejo continente se torna en miedo. Y como en todo horizonte irracional que se precie, frente al miedo siempre se opta por la fuerza. Insisto, ejemplos no nos faltan; otra cosa es que no prefiramos no querer verlos.
Estamos a punto de cruzar la última frontera, esa delgada línea roja que separa la libertad de la esclavitud, unas cadenas que lamentablemente vamos a terminar eligiendo nosotras mismas. La tormenta perfecta hecha sociología.
Lo cierto es que, en poco menos de 8 años, hemos pasado de ilusionarnos por la elección de un presidente negro (fuésemos norteamericanas, o no) a una completa y provocada desmovilización que nos está lanzado directamente a los brazos de la intolerancia. A los resultados de las urnas me remito.
Quizás haya llegado la hora del pensamiento, del análisis y sobre todo del “hasta aquí hemos llegado”. Simple, contundente y eficaz. Todo consiste en que nos creamos la fuerza que realmente tenemos.
¿Cruzar la última frontera y asistir a muchas noches de los cristales rotos o provocar una inversión de máquinas en toda esta locura?
Como siempre, usted sabrá qué es lo mejor.
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