Mientras ha durado la polémica suscitada entre las Hermandades y Cofradías de Ceuta por la iniciativa del Obispo de la Diócesis de Cádiz y Ceuta, Monseñor Rafael Zornoza, que, según los medios de comunicación, pretendía retirar su autonomía al Consejo de Hermandades ceutí para hacerlo depender del Consejo diocesano de Hermandades de la provincia de Cádiz, pues me ha parecido prudente permanecer en silencio para no alimentar más la polémica, porque pienso que los temas de la Iglesia deben abordarse con la máxima cordura y sin acaloramientos, sino con serena reflexión. Pero ahora que el problema surgido parece ser que ha entrado en otra vía distinta de solución, según se ha dado a conocer en El Faro de Ceuta, pues el primer sentimiento que por ello debe surgirle a un cristiano, como yo soy, es el de la inmensa alegría de ver resuelto un litigio entre el Obispo y el pueblo cristiano de Ceuta por la cuestión controvertida que se palpaba en el ambiente y que estaba siendo objeto de cierto malestar en círculos cristianos de la ciudad.
En segundo lugar, es muy digna de encomio la reconsideración del asunto de cara a su posible solución definitiva por parte del Señor Obispo, quien con un sereno estudio del problema, con bondadosa predisposición y capacidad comprensiva en bien de las almas cristianas, no ha dudado en sopesar su primera decisión en prueba de su buena voluntad para con los fieles. Con ello se cree que presta un buen servicio a Ceuta, muy digno de gratitud y de tener en cuenta; como también la moderada actitud y ponderación de juicio que, según El Faro, ha tenido el Presidente de las Cofradías y Hermandades, D. Juan Carlos Aznar. Pero, al hilo de la anterior polémica, creo merece la pena hacer un repaso – porque es bueno que por todos se conozca - al hondo raigambre que en Ceuta tienen su Diócesis y las tradiciones religiosas sólidamente asentadas, ahora que esta cuestión parece ya resuelta.
Ceuta y los cristianos ceutíes son, por propia naturaleza, de profundas convicciones religiosas y de muy buenas costumbres morales desde que fueran introducidas en la ciudad por los portugueses desde su conquista en 1415. Nada más ser tomada la ciudad, lo primero que Don Juan I de Portugal y los suyos hicieron el día siguiente a la conquista fue oír la santa misa en la Iglesia del Valle, en acción de gracias por la suerte corrida. Después, hacia el 1421, fue el Infante Don Enrique El Navegante, benefactor de la ciudad, el que desde Portugal trajera a Ceuta una imagen para que se le rindieran culto: Nuestra Sra. de África, que desde entonces hasta ahora ha sido el centro espiritual de los cristianos, a la que profesan profunda fe y fervorosa devoción. Ya para venir a conquistar Ceuta, la mayoría de los historiadores de la ciudad coinciden en señalar que el Papa concedió a Don Juan I de Portugal y sus tropas una bula, cuyo nombre se desconoce, pero que se le dio, habida cuenta del amplio componente religioso que en aquella época tenían las guerras que se libraban a favor de la Cristiandad, y las que hacían los cristianos debían de estar autorizadas por el Papa, que era la autoridad que por aquellas fechas las legitimaba. Pero lo que sí se sabe con certeza es que, por la bula “Rey regum”, dada el 4-04-1418 por el Papa Martín V en Constanza, se reconoció para Portugal la ciudad de Ceuta y las demás ciudades y fieles cristianos que vinieran a luchar contra los sarracenos, concediéndoles a los combatientes y a quienes los costearan la indulgencia plenaria y las garantías de los cruzados de Tierra Santa.
Y por esta bula fue por la que se consagró y reconoció de forma expresa la soberanía de Portugal sobre Ceuta, ordenándose a las autoridades eclesiásticas del orbe cristiano que así lo proclamaran y lo difundieran por todas partes; cuya bula fue acogida y aceptada por todos los Estados europeos y demás potencias mundiales con capacidad decisoria.
Luego, en virtud de la bula “Romanus Pontifex”, del mismo Papa Martín V, dirigida a los arzobispos de Braga, don Fernando Guerra, y de Lisboa, don Diego Álvarez de Brito, se encomendó a los mismos que se informaran, a través de la incoación de un expediente de averiguación de motivos, a fin de venir en conocimiento de si Ceuta merecía ser elevada a la categoría de “ciudad”, y su Iglesia promocionada a Catedral. Así consta en el Archivo Secreto Vaticano, volumen 195, folio 289, documento 144, página 287. Y, con fecha 6-09-1420, ambos arzobispos emitieron sentencia ejecutoria favorable, siendo por ello designada dicha Iglesia Catedral como cabecera de una nueva diócesis, en la que se marcaron como términos el reino de Fez y los territorios del reino de Granada más próximos al mar, por entonces todavía en poder de los árabes. Así, el primer obispo de Ceuta fue fray Aimaro de Aurillac, de la Orden de San Francisco. Y por bula “Romani Pontificis”, dada en Roma el 5-03-1421 por Martín V, dirigida a fray Amaro, entonces obispo de Marrakéx, se le destina a las ya nuevas ciudad y diócesis de Ceuta, produciéndose su nombramiento como primer obispo de esta ciudad. Dicho nombramiento fue también ratificado y comunicado por Martín V al rey don Juan I el 5-03-1421. Este obispo simultaneó su dignidad como obispo de Ceuta con la de capellán mayor de los reyes portugueses don Juan I, don Duarte y don Alfonso V. Es decir, que Ceuta adquirió el rango de “Ciudad” y de “Obispado” desde hace ya casi seis siglos, antigüedad bastante mayor que muchas otras importantes ciudades y Diócesis españolas. Es por ello, que la antigüedad e importancia de Ceuta como Diócesis resulta de todo punto indiscutible e indiscutida, como es seguro que también lo es para Moseñor Zornoza.
Y, mediante la bula “Propugnatoribus fidei”, dada por el Papa Eugenio IV, el 3-12-1442, se concedieron gracias espirituales a los que visitaran la iglesia de Santa María de África de Ceuta por la fiesta de la Asunción y durante su octava, con la condición de ayudar personalmente en la defensa de la ciudad, o de contribuir a la misma mediante un soldado pagado a su costa durante tres meses. Esta bula se cree que estuvo destinada a establecer un abono o pago a los transeúntes o forasteros que quisieran contribuir a la defensa de la ciudad sin exponerse físicamente; pero como se consideró que tal ayuda resultaría insuficiente para hacer frente a los numerosos gastos que la defensa de la ciudad originaba, pues sólo unos días después, el 29-12-1442, se dio, de motu propio, (sin previa petición) la bula “Et si Cuntos”, declarando a Ceuta “Única ciudad que confiesa el nombre de Cristo en África, tercera parte del mundo”, siendo la ciudad colocada en el aspecto religioso bajo la protección directa de San Pedro y de la Sede Apostólica, a la vez que se declaraba la excomunión fulminante a quienes osaren inquietar a la ciudad y a sus habitantes. Y por bula dada en 1444, su Obispado fue elevado a la categoría de Primado de África, habiendo contando con varias diócesis sufragáneas incluso de los territorios eclesiásticos de Portugal, Badajoz, Galicia y Granada, más bien con la finalidad de allegar mayores recursos a la de Ceuta. Dichas bulas se hallan en el Archivo Secreto Vaticano y en el Nacional de la Torre do Pombo, en Portugal.
Después, la caída de Constantinopla en poder de los turcos el año 1453 causó profunda consternación en toda la Cristiandad, y tal pérdida vino a revalorizar el papel de Ceuta en el extremo Occidente, porque, a partir de entonces se convirtió en el único bastión que quedó a los cristianos fuera del territorio europeo. Y ello explica también el hecho inusual de que la Diócesis de Ceuta se colocara por entonces bajo la protección directa de la Santa Sede, sin depender de ninguna Archidiócesis, y que recibiera, como elocuente testimonio de su importancia, la atención y el celo con que diversos Papas la distinguieron. Las bulas citadas se hallan en el Archivo secreto Vaticano y en Archivo Nacional de la Torre do Pombo, en Portugal.
Hasta el año 1846 Ceuta tuvo Obispo propio, el último fue el extremeño D. Juan Sánchez-Barragán y Vera, un extremeño que fue muy querido por el pueblo ceutí por su gran obra pastoral y de ayuda a las clases más necesitadas. Luego, estuvo regida por Administradores Apostólicos y fue cuando comenzó a ser eclesiásticamente ingobernable, hasta que por el artículo 5 del Concordato de 1851 pasó a agregarse al Obispado de Cádiz, por el criterio integrador que en aquel Concilio marcó de que cada Diócesis se integrara en su respectiva región civil. “Se unirá …la diócesis de Ceuta, a la de Cádiz…En Ceuta y Tenerife se establecerán desde luego Obispos Auxiliares”, se disponía. Y como Ceuta entonces dependía administrativamente de Cádiz, pues se dispuso la integración. Pero nunca Ceuta dejó de ser Obispado, y nunca tampoco fue Diócesis sufragánea de Cádiz, sino que son dos Diócesis unidas. Más, en este momento en que el propio Papa Francisco en su «Evangelii Gaudium» tanto empeño pone, tanto ejemplo nos da y tanto nos exhorta a vivir la “alegría del Evangelio”, diciéndonos que: “No es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios.
En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una saludable ‘descentralización’», y que: «Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables», pues ¿qué temor puede haber a que Ceuta conserve la autonomía de su Consejo de Cofradías y Hermandades, como fiel exponente de su condición de Diócesis con tanto arraigo?.
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