En las vacaciones navideñas, entre celebración y celebración, siempre hay tiempo para la lectura. Estos días he aprovechado para leer varias obras voluminosas. Una de ellas es el último volumen de “Las máscaras de Dios”, con el que Joseph Campbell cerró su monumental repaso a la mitología con un estudio de la dimensión creativa de los mitos.
No es un libro sencillo. Requiere voluntad y constancia para absorber toda la sabiduría que contienen las novecientas páginas de este libro. Yo me he convertido en estos tres últimos días en una especie de eremita sentado en el salón y leyendo sin parar esta magnífica obra. Mi principal compañía han sido Tristán e Isolda, Abelardo y Eloísa, Dante y Virgilio, Parzival y Gawain, entre otros. Gracias a ellos he accedido al rico mundo de la imaginación medieval.
Por desgracia, este caudal de agua renovadora se secó hace mucho tiempo y entramos en el periodo de “La tierra Baldía”. La Tierra Baldía fue consecuencia, según narra la leyenda del Grial, de la herida que sufrió el Rey Pescador durante un duelo con un poderoso caballero.
El deseo de aventura del rey tuvo la negativa consecuencia de traer a su reino la sequía y el hambre. Todo permanecería en estas circunstancias hasta que un joven ingenuo, noble y valiente encontrase el castillo del Grial e hiciera la pregunta pertinente: ¿Qué le pasa al rey? Preguntar por el rey era hacerlo con los motivos que llevaron a convertir estas ricas y fértiles tierras en un seco e inerte paramo. Todo vino de la desatención del rey del mundo de adentro. Los nutritivos frutos que daba el árbol de la vida se pudrieron y esto afectó al mundo de afuera.
¿Qué es, entonces, la Tierra Baldía? La repuesta que ofrece J. Campbell a esta cuestión es la siguiente: la tierra baldía es aquella “donde el mito está modelado por la autoridad y no emerge de la vida; donde no hay ojo de poeta que pueda ver, aventura que pueda vivirse, donde todo está definido de una vez para siempre: ¡Utopía!
Es la tierra donde el poeta languidece y florecen los espíritus sacerdotales, cuya misión sólo es repetir, aplicar y elucidar clichés. Y esta enfermedad del espíritu se extiende hoy desde la catedral hasta el campus universitario”.
Pensamos en el mito que hoy domina el mundo. Como supo ver y describir Lewis Mumford, vivimos atrapados en el mito de la máquina. Desde que Descartes se obsesionó con la idea de un funcionamiento mecánico de la naturaleza y el cosmos, no hemos dejado de ignorar y despreciar la dimensión subjetiva del ser humano.
Todo aquello que tiene que ver con los sentimientos, las emociones, la espiritualidad o la intuición ha sido considerado un obstáculo para la consecución de los objetivos de la máquina tecnoburocrática que gobierna el mundo. Si consideramos en su conjunto todos estos atributos humanos, reconoceremos en ellos a la dimensión femenina de nuestro ser.
Su desprecio ha traído, como consecuencia, la consolidación del patriarcado y el consiguiente afán de poder y dominio. Todos y cada uno de nosotros hemos sido convertidos en piezas reemplazables de una megamáquina infernal que consume enormes cantidades de vida para su normal funcionamiento.
Desde la cuna a la tumba nuestra vida está condicionada por un sistema socioecónomico que nos aísla del entorno, de los demás y, lo que es peor, de nosotros mismos. La visión poética y trascendente del paisaje ha quedado reducida a un exiguo grupo de personas. Son más los especuladores y avariciosos que sólo son capaces de ver en la naturaleza oportunidades de negocio. La naturaleza ha aportado a los seres humanos las bases de su sustento para el cuerpo y para el alma. Ahora le damos la espalda y permitimos su profanación.
Ha dejado de ser el escenario para aquellas experiencias que aportan sentido y significado a la vida. Todo sucede, en estos momentos, entre las cuatro paredes de la casa, la escuela, la oficina o el centro comercial. No debe de extrañarnos que ante la falta de experiencias extáticas sanas muchos acudan a las drogas para tener la sensación de estar vivos. Como comentaba Campbell en el párrafo antes citado, “el poeta languidece y florecen los espíritus sacerdotales”.
“La Tierra Baldía fue consecuencia, según narra la leyenda del Grial, de la herida que sufrió el Rey Pescador”
El lenguaje poético ha dejado de ser comprensible para la mayoría de la gente. Pocos entienden el significado de los símbolos que toman la apariencia externa de palabras e imágenes. El león, la serpiente y el águila, según Robert Graves, han pasado a ser una atracción de circo, así como el bosque sagrado ha sido sacrificado al aserradero.
Quienes imponen su opinión son los políticos y la cohorte de opinadores, que desde sus respectivas trincheras disparan sus ideas y se defienden de los ataques del imaginario enemigo. Mientras tanto una parte de la sociedad se alista a su particular ejército y confía en la palabra de su sumo sacerdote. El resto de la ciudadanía, por su parte, escucha el silbido de las balas ideológicas, pero permanece distraída en sus particulares inquietudes y en el singular combate de sobrevivir en esta tierra baldía.
La primera ocasión en la que Parzival visita el castillo del Grial falló en su empresa al no plantear la pregunta que todos esperaban. Y no la hizo porque estaba demasiado atento a cumplir ciertas condiciones que le permitirían ser admitido en el restringido círculo de la Mesa Redonda del rey Arturo. Consciente del error cometido, nuestro héroe abandona sus pretensiones mundanas y se deja conducir por la voz interior que le conduce hasta el sabio Trevrizent, el hermano del rey del Grial, que le ayuda a entender los motivos de su primer fracaso.
En este descubrimiento de las claves de su destino ocupa un lugar destacado su visita al Castillo de las Maravillas. Allí casi pierde la vida en la prueba del “lecho peligroso”, pero logra reconciliarse con su lado femenino. Con su acción ha roto el hechizo que mantenía encerradas a las damas en su castillo. La liberación del poder femenino es la que despeja el camino para que Parzival encuentre de nuevo la senda que conduce al castillo de Grial. Llega a él con otras pretensiones. Ahora es consciente de la trascendencia de su misión y de la superior importancia de los asuntos espirituales sobre los mundanos. La fuente de la vida no reside en una oscura gruta, sino que brota de su corazón.
El mundo de adentro es revitalizado gracias a su noble acción. El rey pescador consigue curar su herida, aunque poco después fallece en paz. La curación del rey se traduce en el regreso de la fertilidad a la hasta entonces tierra baldía.
Parzival logró, -gracias a su constancia, paciencia y valentía-, devolver la vitalidad a un mundo que había caído en la indolencia. El Grial es el símbolo de la renovación de la vida. No tenemos que buscarlo en catacumbas o perdidos castillos. Los tesoros más valiosos aguardan a que los hallemos en los estratos más profundos de nuestra psique. No hay mayor aventura, tal y como ilustran los mitos clásicos y medievales, que llegar a descubrir lo que realmente somos y cumplir con alegría nuestro destino.