La telebasura

Me desespero. He pasado por todos los canales a través del mando a distancia del televisor, lo he hecho una y otra vez y abandono el intento, una vez más, desesperado. Creo que, indudablemente, con la profusión de canales de televisión que tenemos hoy día, tanto “gratuitos” como de pago, hemos ganado en cantidad, pero no en calidad.
Sin dejarme  llevar por esa errónea idea de que todo tiempo pasado fue mejor, sí que recuerdo con añoranza aquella vieja televisión española, muy escasa de medios, en blanco y negro, con un solo canal (o a lo sumo dos en algunos lugares de España) que emitía un reducido número de horas al día, pero que superaba en creatividad e imaginación a muchos de los canales de hoy que hacen un alarde de medios y tecnología que no les sirve para nada porque están huérfanos de contenidos.
Yo no tengo canales de pago. Dicen que en estos canales se encuentran programas que merecen la pena pero me sigo resistiendo a la idea de pagar por ver programas de televisión. Se me pasan días y días en los que ni siquiera enciendo el televisor, mis amigos me hablan de series que están de moda, con las que te ríes mucho, de monólogos desternillantes e ingeniosos. Pero a mí, unos y otros, me parecen estúpidos, una forma absurda, como otras muchas de perder el tiempo, y no estoy como para perder el tiempo, siempre lo he considerado demasiado valioso.
El poco tiempo que yo paso frente al televisor contrasta con los datos del último informe de la EGEDA (Entidad de Gestión de Derechos de los Productos Audiovisuales) según el cual los españoles pasan una media de casi cuatro horas diarias sentados frente al televisor y en el caso de los mayores de sesenta y cinco años, superan las cinco horas.
Hay rumores de que la desmedida voracidad recaudatoria del Gobierno (no sé si del estatal o del local) pronto instaurará un nuevo impuesto por ver la televisión. No sé si realmente será por VER (entonces yo pagaré muy poco, casi nada) o por TENER un televisor (entonces prácticamente todos tendremos que pagar). Me imagino que será por lo segundo porque así recaudarán mucho más, que es de lo que se trata.
Hoy ha sido uno de esos pocos días en los que he intentado ver la televisión y, como en otras tantas ocasiones, he intentado encontrar algo que mereciera la pena, y de nuevo he fracasado. La “telebasura” nos ha invadido, se ha instalado en todas partes y amenaza con impedir que nos sentemos frente al televisor, porque esta actividad, lo vuelvo a repetir, se ha convertido en una mísera forma de perder el tiempo, al menos para mí.
Ya he dicho que he llegado a la situación en la que literalmente se me pasan días y días sin llegar a encender el televisor, porque ya sé lo que me voy a encontrar y no estoy dispuesto a perder el tiempo de esa forma. No presumo de listo, pero sí de emplear bien el tiempo y gracias a ello he podido hacer bastantes cosas en la vida. Dicen que el tiempo es oro y yo estoy absolutamente de acuerdo con esa afirmación. Creo que el refranero español es un compendio de sabiduría popular concentrado en pequeños y valiosos frascos. No conozco ningún refrán erróneo.
La “telebasura” está compuesta por esa serie de programas cuyo contenido principal consiste en hablar de la vida que acontece a determinadas personas “famosas”, cuyo único mérito es haber tenido alguna relación o lío amoroso con algún futbolista, cantante, torero, actor o actriz, político, deportista o similar.
En torno a esta estúpida cuestión, se montan sesudos debates o coloquios en los que “periodistas” expertos en la materia se disputan ser los primeros en dar la última noticia o exclusiva en torno a estas personas. Se empeñan en que circunstancias intrascendentes, vacías, sin ningún interés puedan parecer algo interesante. Es patético ver cómo se afanan en revestir de importancia cuestiones que son absolutamente baladíes e incluso de mal gusto
La mayoría de las veces, en estas tertulias o debates se entablan encendidas discusiones en las que todos hablan a la vez y no se entiende nada de lo que dicen, al menos yo no me entero de nada. A veces dudo sobre si los que se ponen enfrente del televisor son capaces de enterarse de algo o soy yo uno de los pocos que no se enteran de nada porque, quizás ya por razones de la edad, mi oído funciona cada vez peor. Sin embargo, en estas ocasiones, no culpo sino agradezco a mi oído el favor de evitarme oír semejantes estupideces.
También con mucha frecuencia se montan enfrentamientos directos entre los protagonistas de las noticias y los “expertos” comentaristas. En ellos, se intercambian toda clase de insultos, improperios y amenazas, llegando incluso al intento de agresión física que a veces llega a consumarse para mayor regocijo e interés de los espectadores.
El espectáculo es realmente lamentable, pero a la gente le gusta mayoritariamente. A veces me he dicho a mí mismo:
“Debo ser un bicho raro porque no soy capaz de aguantar un minuto contemplando programas de este tipo mientras que la mayoría de la gente pasa horas y horas ante ellos cada semana”.
Todas las cadenas de televisión generalistas tienen este tipo de programas y, a veces, en horario de máxima audiencia. ¿Cómo es esto posible?. La explicación es muy sencilla: a la gente le gusta, la audiencia es alta y resulta rentable para la empresa que lo que pretende es, simplemente, ganar dinero.
Pero la conclusión de todo esto es bastante triste pues el éxito de este tipo de programas refleja el bajísimo nivel cultural de nuestro país y los pobres intereses y expectativas que manejamos. Como consecuencia, somos un pueblo fácil de manipular y engañar. No sabemos construir una opinión propia, bien estructurada y fundamentada y nos dejamos engañar por cualquiera, sin saber distinguir cuándo se nos ofrece algo interesante que se merece que le dediquemos una parte de nuestro tiempo.
Afortunadamente, en todo esto empiezo a ver un rayo de esperanza, un poco de luz al final del túnel. No hace mucho leí un artículo donde se daba cuenta de que los últimos “termómetros de audiencia” reflejaban un descenso en el interés por este tipo de programas. Sería una muy buena noticia que empezaran a desaparecer de las programaciones de las diversas cadenas, dejando de atontar a las mentes que, sin tener otra cosa que hacer, se pasan horas y horas asistiendo a tan lamentable espectáculo.
Pero tampoco soy tan iluso como para pensar que un fenómeno que se ha arraigado profundamente en las costumbres de nuestra sociedad, en el que las grandes cadenas de televisión (que no tienen un pelo de tontas y saben dónde se puede ganar dinero) han invertido grandes cantidades, va a desaparecer de la noche a la mañana. Deberá transcurrir mucho tiempo, años diría yo, para que lo veamos desaparecer de las pantallas de nuestros televisores, para que deje de invadir nuestros hogares.
De todas formas, mientras siga  existiendo la “telebasura” en lo que respecta a mí no tiene nada que hacer. Ya observo algunos signos de deterioro en mi mente, principalmente en la memoria que es lo que primero empieza a fallar. Pero afortunadamente aún estoy muy lejos de dejarme atontar por espectáculos como ese. Contra una buena película, un buen libro, una buena música, una conversación interesante, un paseo agradable o, por qué no también, una buena retransmisión deportiva, la “telebasura” no tendrá nunca la más mínima posibilidad de éxito.