Los hinchas incondicionales gritan que todo es mentira, una conspiración; los simpatizantes con cierto criterio y ética se quedan ojipláticos, les entra el bajón y dan por pérdida a la humanidad entera, y los inocentes que se creyeron el “van a hacer lo que decían que iban a hacer” continúan a la espera flotando entre la sorpresa y la desconfianza.
El lento desmoronamiento del gobierno Sánchez me ha recordado el ensayo de Sánchez-Cuenca sobre la superioridad moral de la izquierda que viene a decir que las ideas de la izquierda son mejores, que son moralmente superiores, para reconocer a continuación que una cosa son las ideas y otra bien distinta las personas que las adoptan.
Se trata del viejo recurso-trampa de los intelectuales de izquierda: la idea es buena lo que sucede es que las personas no las aplican correctamente y así salvan de la crítica las atrocidades cometidas en nombre de esa Idea.
Los que aun creen inocentemente en este axioma observan entre sorprendidos y decepcionados como los líderes de la izquierda supuestamente guiados por esa moral superior se comportan igual o peor que los de la denostada derecha. Que predican una estricta moral que son incapaces de cumplir mínimamente.
Que exigen a los demás lo que ellos mismos no hacen. Que en privado piensan justo lo contrario de lo que sus palabras dicen. Los que predican vivir como la gente corriente se aburguesan de la forma más vulgar (chalecito con piscina incluida) o quien se dice comunista se casa como un niño pijo y se va de luna de miel al paraíso del liberalismo que es Nueva Zelanda.
Como los mismos que pretenden sangrar a los ciudadanos con impuestos confiscatorios y se rasgan las vestiduras porque los “poderosos” eluden pagar los impuestos que les corresponden son los que no cotizan por el trabajador que les asiste, los que crean sociedades para ahorrarse impuestos, los que no declaran a Hacienda el dinero recibido de regímenes extranjeros.
Que aquellos que predican una gestión de los recursos de forma social y libre de privilegios son lo que van a conciertos y eventos familiares utilizando los aviones y helicópteros del Estado o los que se van de prostíbulos con el dinero de los trabajadores.
Que aquellos que lapidan al mentiroso mienten sobre la valía de su tesis. Que aquellos que hablan de transparencia y de defensa del estado de derecho se tratan con lo peor de las cloacas de interior y narran divertidas como otros servidores de la ley corrompen menores sin tomar medida alguna.
Que aquellas que crucifican a quien pone en duda la ideología de género se sienten más cómodas trabajando con hombres, tildan de maricón a un compañero y la extorsión prostitutas mediante les parece un “éxito garantizado”.
Que no sufran los que aun siguen comprando la mercancía averiada de la superioridad moral de la izquierda y se soliviantan con la crítica a los “buenos”, nuestra ministra-fraila, aquella del dinero público no es de nadie, va a poner fin a esta injusta situación a la manera izquierdista: “la libertad de expresión no lo resiste todo”.