Según refiere Antonio Carmona Portillo, en su libro “Historia de una ciudad fronteriza. Ceuta en la edad moderna”, es curioso conocer cómo era la sociedad ceutí en 1787 que, por el censo de ese mismo año, la población se distribuía en tres sectores: militar, civil y desterrados del penal. El número de habitantes por cada sector era, 2.758 militares (36 %), 2.420 civiles (32 %) y 2.430 desterrados (32 %); como se ve, los tres sectores estaban bastante equilibrados. En total, la población de Ceuta era entonces de 7.608 habitantes.
Su estructura estaba formada por una clase dirigente, integrada por jefes y oficiales de la guarnición. No hay que olvidar que tanto el mando militar como el gobierno civil estaban ambos en poder del Gobernador, cuyo nombramiento recaía sobre un general de prestigio. Los militares estaban divididos en la llamada “guarnición ordinaria”, que era la que tenía su destino y número fijo en la plaza, y la denominada “guarnición extraordinaria”, a la que pertenecían las Unidades y tropas venidas de la Península para reforzar las defensas de Ceuta, de número variable según las necesidades para su defensa, aumentando considerablemente durante los numerosos y prolongados sitios a que la ciudad estuvo sometida. Dentro de la población civil, estaba la nobleza de sangre, caballeros e hidalgos y los demás habitantes, entre los que había que contar a un pequeño sector de profesiones liberales, el clero y obreros de las distintas profesiones y oficios. Y las clases más bajas estaban integradas por los presos, los desterrados y los marginados sociales.
Los sectores más privilegiados estaban formados por la nobleza de sangre que, según nos dice J. Aranda Doncel, había venido manteniendo su protagonismo en la ciudad desde la Edad Media. Muy en relación con esta clase noble estaban también los altos jefes militares de la guarnición, de los que Correa de Franca nos dice en su Historia de Ceuta: “También debe contarse entre las dignidades grandes de la guerra para efectos de adquirir nobleza política con los capitanes de las Fortalezas de África, pues en ellas resisten con su valor y esfuerzo bárbaro los Maestres de Campo, Sargentos Mayores y Capitanes de Infantería, gozan de nobleza política aunque no la tengan hereditaria, y lo mismo sucede con los oficiales de Caballería”. Es de resaltar que a los pertenecientes a la nobleza hereditaria se les exigía entonces, sobre todo para contraer matrimonio, la prueba de “limpieza de sangre”, aunque dicha prueba también debían superarla en cuanto que por algún otro motivo se tuviera que acreditar la pureza de la religión, porque hay que tener en cuenta que en aquella época, y hasta la Constitución de Cádiz de 1812, todavía existía la Inquisición.
Dentro de la clase militar había diferencias abismales entre oficiales y tropa, lo que no quiere decir que los primeros gozaran de un nivel de vida ni tan siquiera digno.
Un ejemplo se tiene en que sólo un 19 % de la tropa que moría en Ceuta hacía testamento, según figura, “por ser pobre”, dejando la ropa de vestir y algunos objetos personales a los compañeros.
En 1703, en pleno asedio, uno de los Maestres de Campo informaba sobre la miseria que padecían los oficiales y soldados de su tercio por no haber recibido en 15 meses nada más que dos pagas y hallarse en muchos casos desnudos y sin zapatos.
En cambio, el porcentaje de los que testaban sube hasta el 79 % en el caso de los Sargentos Mayores. El mismo obispo se quejaba de tal desnudez porque decía que ésta les impedía cumplir con el precepto pascual.
Debido a las miserias que sufrían, los capitanes de compañía formaron una especie de sindicato con el fin de enviar un representante a Madrid para solicitar mejoras, y en 1720 formularon una reclamación-protesta, a la que se opuso el veedor de la plaza porque decía que los oficiales de Ceuta eran más privilegiados que los de la Península, ya que se les pagaba con “mayor puntualidad”, estaban en sus casas con la familia y recibían tensas y moradías (asignaciones reales en dinero, trigo o ropa), permitiéndoseles también explotar huertas y otros beneficios que con que paliar sus estrecheces económicas. Las tensas y moradías se concedían a los oficiales naturales de Ceuta desde la época portuguesa, habiéndolas luego confirmado en la época española un decreto de Felipe IV de 9-031652, y una Real Cédula de la reina Gobernadora de 3-07.1668, que dice: “Que se conserven a los naturales, los oficios, fueros, leyes y costumbres que habéis tenido, y respecto de moradías que no pueden darse hoy con título de la corona portuguesa, he mandado se continúen con título de la Casa Real de Castilla”.
Según algunos autores, la situación de la guarnición era entonces incluso de mayor penuria que la de los propios desterrados, teniendo en cuenta que éstos podían salir a la calle a buscar algún trabajo que aliviara sus miserias, mientras que los soldados debían permanecer normalmente acuartelados, teniendo muchas veces que dormir en el suelo por carecer de jergones y mantas.
Tan desesperada situación producía en la tropa un número muy elevado de deserciones, como la que protagonizaron 18 soldados en 1740, pese a que eran castigadas con penas de muerte o con el envío a los presidios de Filipinas, cuyos Gobernadores se quejaban a la vez del mal ejemplo que entre los indígenas sembraban estos desertores.
Los bandos de la ciudad avisaban de los puntos a partir de los que se consideraban las deserciones, que eran: El arroyo del reducto o desagüe, la pirámide de las Damas por su lado izquierdo y el pasaje donde estaba la horca, por el centro. Y si algún desertor volvía, se dejaba en cuarentena antes de entrar en la ciudad, por si había adquirido alguna enfermedad, y a partir de 1751 se les alojaba en barracas.
Aproximadamente la mitad de la tropa procedía de Málaga, Sevilla, Extremadura, Castilla y Galicia. A partir de 1640, debido a la secesión de Portugal, disminuyó la presencia de soldados portugueses, aunque durante el cerco de Muley Ismail, el rey portugués envió algunos contingentes de tropas que luego se marcharon en el siglo XVIII.
Hay que destacar también la presencia de extranjeros en la defensa de Ceuta contra aquel largísimo cerco que duró más de 30 años, como franceses, flamencos, alemanes, ingleses, irlandeses y suecos, aunque fue más bien una presencia testimonial en solidaridad con los ceutíes sitiados.
En cuanto al clero, en 1715 estaba compuesto por el obispo, 4 dignidades, 7 canónigos y 12 sacerdotes. El obispo ganaba 4.750 reales y 7 fanegas de trigo al mes, mientras que las dignidades y canónigos sólo percibían 40 reales cada uno, pero siendo sólo 10 los beneficiados.
El obispo se quejaba cuando la Iglesia atravesaba alguna crisis, y ya entonces se invocaba la carestía del transporte por mar, porque: “…mediante los quinquenios ducados que tiene cada canónigo o dignidad de renta, son insuficiente congrua canonical en este presidio, al que vienen todos los víveres por mar cuando lo permite el tiempo, y cesará en parte el culto divino si no atiene a esta Santa Iglesia su patrono el rey, sin que puedan formarlo los pobres obispos, cuyas rentas no exceden de 6000 ducados de vellón” (refiere J. Hernández Palomo).
Las profesiones liberales constituían un grupo reducido que solía tener una vinculación directa con el Ejército, como médicos, matronas, profesores, escribanos, ejecutores de la Justicia, alguaciles, pregoneros, etc, que estaban considerados dentro de los primeros puestos en dignidad social al estar bien remunerados y no pasar tanta penuria como el resto. En la Administración local destaca a partir del siglo XVII una Cámara o especie de Ayuntamiento, de la que dependían otras corporaciones, como la Junta de Abastos, la de Obras, la de Sanidad, la Contaduría, etc.
Y luego estaban los desterrados, dado que a Ceuta eran entonces enviados los delincuentes que buscaban asilo y los que pretendían reducir penas colaborando en su defensa, los desterrados por atentar contra la seguridad del Estado, por espionaje, falsificación, trampas en los juegos, delitos contra la moral sexual, etc. En 1735 el obispo Andrés Mayoral informaba que las tropas de Ceuta alcanzaban los 6000 soldados y 1500 desterrados.
Muchos de los desterrados trabajaban en las obras de fortificación de la ciudad, y en 1750 se agrupaban en 14 brigadas con un total de unos 1150 hombres, pero habría que añadir los que trabajaban en hospitales, cortijos, al servicio del obispo, en el depósito, etc. En el censo de Floridablanca figuraban 1750 desterrados, pero la cifra podía elevarse hasta 3000 si se incluían los que servían en los regimientos de la ciudad, que igualmente se les permitía participar en la defensa para redimir pena.
Cada desterrado recibía una ración alimenticia y 4 reales, o superior si prestaba servicios bien considerados; se encontraban divididos en brigadas de 50 hombres, bajo el mando de un oficial reformado y un cabo de vara con amplias atribuciones, que era el encargado de las provisiones, aunque si observaba mala conducta podía perder la vara y se le destituía. Los había también por motivos políticos. Los presos tenían prohibido quedarse en Ceuta cuando cumplían su condena, aunque algunos considerados como personas relevantes lograron quedarse y hasta se casaron mayormente con viudas.
En 1791, debido a las quejas de que trabajaban para particulares pese a cobrar del Estado, se aprobó un nuevo Estatuto, que les permitía trabajar en Ceuta por cuenta ajena, excepto a los penados por asesinato, homicidio, ladrones y otros.
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