Categorías: Carta al director

La señorita Pili

La señorita Pili era una de las quince maestras que, junto con otros doce maestros, componían la plantilla del Colegio. Sus compañeros la consideraban bastante remilgada e incluso antipática. A pesar de que daba clases a alumnos de Sexto de Primaria, entre once y doce años de edad, se empeñaba en que éstos asistieran con "babi" al Colegio. Por éste y otros motivos, había tenido algunos problemas con los padres y también le había dado más de un quebradero de cabeza al Director del Colegio. Con frecuencia sostenía con éste fuertes discusiones en las sesiones del Claustro de Profesores, las cuales casi siempre se saldaban a favor de él, quedando ella en evidencia ante los demás compañeros. Estos callaban y asistían como espectadores mudos a las disputas sin tomar partido por una u otro, pero después los comentarios en grupo dejaban a cada uno en su lugar. No se podía decir, en definitiva, que la señorita Pili constituyera un buen ejemplo para el Magisterio pues, al menos externamente, no mostraba ninguna de las virtudes que adornan a los componentes de esta noble profesión.
El Colegio tenía jornada de mañana y tarde, pues aún no se había inventado la jornada intensiva, y también disponía de comedor escolar. En él comían los niños que vivían en las zonas rurales próximas que eran recogidos por la mañana por el autobús del transporte escolar y a las cinco de la tarde, cuando terminaban las clases, de nuevo eran trasladados hasta sus lugares de origen. Algunos de ellos hacían un gran esfuerzo para asistir al Colegio pues debían andar varios kilómetros desde donde vivían hasta el lugar por donde pasaba el autobús.
La señorita Pili, junto con su marido y otros maestros, también comía en el comedor escolar y, como no podía ser una excepción, la señorita Pili se quejaba del funcionamiento del comedor. Tenían la costumbre de que algunas alumnas, de las mayores, ayudaran a servir las mesas junto con las dos cocineras y el maestro encargado del comedor. A la señorita Pili no le parecía nada bien que esas alumnas ayudaran a servir la comida con las manos desnudas. Según ella, debían usar guantes blancos.
- "En mi casa, de soltera", decía "siempre hemos tenido servicio doméstico y a la hora de servirnos la comida se ponían los guantes blancos. ¡Cómo nos va sentar igual la comida habiendo sido servida con guantes que sin ellos!".
Mientras hacían la digestión y esperaban la hora de entrar de nuevo en clase, los maestros que comían en el comedor imaginaban con tristeza y resignación, haciéndoseles la boca agua,  lo bien que les habría sentado la comida si las niñas la hubieran servido con guantes blancos.
Otro aspecto que era objeto de las críticas de la señorita Pili era el pescado. No podía admitir que algunos días se sirviera pescado congelado. El pescado debía ser fresco, del día, y estaba dispuesta a elevar sus quejas a las instancias superiores, a la Dirección Provincial del Ministerio de Educación si era preciso, si no se atendía esta demanda.
Por más que el encargado del comedor y el Director del Colegio intentaban hacerle ver que con el exiguo presupuesto de que disponían no era posible poner siempre pescado fresco, ni que tampoco había siempre pescado apropiado para los niños en la Lonja del pueblo, no conseguían que la señorita Pili atendiera a razones. Uno de esos días que habían vuelto a poner pescado congelado, se levantó airada de su mesa y dirigiéndose a la del encargado y el Director, les habló con tono deliberadamente alto y amenazador para que todos, maestros y alumnos, fueran testigos de su ultimátum:
-"Os lo advierto, es la última vez que os permito que sirváis pescado congelado. A la próxima, elevaré un escrito a las instancias correspondientes. ¡Ah!, y no se os ocurra intentar meterme gato por liebre diciéndome que es fresco cuando sea congelado, pues para eso tengo un paladar exquisito y es imposible engañarme. Os lo repito, ateneos a las consecuencias si volvéis a poner pescado congelado".
Tras la escenificación, volvió de nuevo a su mesa junto al marido, que la miraba orgulloso y complacido. Él era también de la misma condición. Ya se sabe el dicho, "dos que duermen en el mismo colchón, se vuelven de la misma opinión".
Los demás permanecieron en silencio, entre sorprendidos e ignorantes (sobre todo los alumnos) pues no comprendían a qué venía esa actitud tan extraña de la señorita Pili. Los maestros se dividían entre atónitos, incrédulos, furiosos e impasibles, según se hubieran quedado sorprendidos, incapaces de creer lo que habían visto, enfadados o les diera lo mismo ante una demostración de tan mal gusto y tan fuera de lugar como la que acaba de protagonizar la señorita Pili.
Finalmente, la actitud que más se extendió fue la de considerar su forma de proceder como estúpida y ridícula, más digna de la mofa y el guaseo que de cualquier otro tipo de reflexión. Y bajo este punto de vista y teniendo en cuenta cuánto había alardeado la señorita Pili de la exquisitez de su paladar y de la imposibilidad de darle gato por liebre, no se sabe de quién fue la idea pero el caso es que decidieron ponerla a prueba.
Así que al día siguiente, que no había pescado fresco adecuado en la Lonja, el encargado del comedor les dijo a las cocineras que sacaran las merluzas congeladas que llevaban varias semanas en la nevera y que hicieran de primer plato una sopa con el pescado cocido y con patatas, cebollas, ajo, tomates, pimientos, su sal y su aceite, al modo que por aquellas tierras se le denominaba "pescado en blanco".
Avisó después a todos los maestros del experimento que se iba a realizar (especialmente a los que comían en el comedor, para que fueran testigos) y en la Sala de Profesores, cuando era la hora del recreo y más frecuentada estaba, se dirigió a la señorita Pili diciéndole:
- "Mira Pili, hoy si que no te vas a quejar del pescado. Esta mañana me he dado un buen madrugón para llegar a la Lonja antes que nadie. Pero ha merecido la pena. He comprado unas merluzas fresquísimas y les he dicho a las cocineras que las hagan "en blanco" para ponerlas de primero. Te vas a chupar los dedos. En tu vida habrás comido un pescado más fresco".
- "A ver si es verdad", le contestó ella. "Ya sabes que tengo un paladar exquisito y que no se me da gato por liebre".
La noticia del experimento corrió como la pólvora por el Colegio y había mucha expectación. Incluso algunos llegaron a cruzar apuestas. Y por fin llegó el momento. Sobre las dos menos cuarto todos ocupaban sus puestos en el comedor y las alumnas mayores (sin guantes) comenzaron a servir el "en blanco". Cuando llegaron al plato de la señorita Pili la expectación llegó a su punto más alto.
Una vez servida, la señorita Pili cogió la cuchara con parsimonia, la sumergió en el plato cogiendo un trocito de merluza y lo llevó lentamente hasta su boca. Todos los maestros la miraban expectantes. Esperaban alguna palabra de reprobación, un fruncimiento de ceño o algún otro gesto que expresara su descontento.
Por fin, la señorita Pili se dirigió al encargado del comedor diciéndole:
- "En verdad se nota que hoy te has molestado en ir temprano a la Lonja para comprar pescado fresco. La diferencia merece la pena y salta a la vista y, sobre todo, al paladar”.
Todos contuvieron la risa lo mejor que pudieron aunque no se pudo evitar que se escapara alguna carcajada. Efectivamente, habían comprobado la exquisitez del paladar de la señorita Pili.
Desde aquél día la señorita Pili no volvió a quejarse del pescado congelado pues, gracias a su intervención, en ese comedor sólo se comió pescado fresco.

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