Categorías: Opinión

La rueda más estropeada

Acaso no nos estemos dando cuenta de que esta crisis sobrevenida, y no esperada, es la crisis de un modelo de sociedad: de nuestra manera de hacer sociedad. Nos ha cogido por sorpresa y con la guardia bajada. Es la crisis de la economía, de la cultura, de la política, del Estado del bienestar, de la manera en que veníamos conformando nuestras relaciones sociales e interpersonales, etcétera. Ya nada volverá a ser como antes. En modo alguno. Es la hora de eso que llaman ‘los mercados’, es más, es la hora de los ‘mercados desregulados’, como dice J.M. Ridao. Un mercado en el que la libertad ‘surge de la ausencia de normas y no del interior de las normas mismas’. Pero aún tenemos un asidero para no naufragar en estas aguas procelosas y turbulentas de la crisis, y ello es hacer una purificación, una eliminación de todo lo que se ha convertido en superfluo y eliminar peso muerto para, así, no irnos al fondo. Es lo que se conoce con el nombre de catarsis. Así pues, esta crisis nos aboca a la catarsis, caso contrario, habrá sido una ocasión perdida. Cuestionarse el modelo de vida que se ha llevado hasta hora no es malo si el fin que se pretende es la mejora. Tolerar el error, condescender con él, es lo que acaba por matar a la sociedad.
Negar esto, negar la evidencia de lo que tenemos frente a nuestros ojos, no es más que un síntoma de inseguridad, por no decir de estupidez, bien para disimular la carencia de conocimientos o, tal vez, para ocultar, disimular, la mentira rentable, la que produce no pocos réditos. Este parece ser el caso de los sindicatos. Sindicatos que están encastillados en un tiempo que si no está periclitado, va camino de ello. Se empecinan –los sindicalistas– en mantener un viejo edificio que se les está desmoronando encima de ellos. Visto desde lejos producen bochorno. Huelen a naftalina, a rancio. Manejan un discurso apolillado, casposo, que produce vergüenza ajena. Parecen sacados de otra época, de cuando el infame Pablo Iglesias andaba por este mundo con su gorra calada hasta las cejas y vociferando consignas clasistas contra la burguesía decimonónica y de principios del siglo XX.  
Que sus maneras de hacer pertenecen a otra época, a otro tiempo, se podría resumir en la frase dejada recientemente por el consejero delegado de Prisa, J. L. Cebrián, hasta no hace muchas fechas adalid de la política socialista de Zapatero: “Las condiciones pactadas con los sindicatos en los años 90 son inasumibles en el momento actual”. ¡Quién lo iba a decir, el mismísimo Cebrián abjurando de la política sindical! Pero claro, Cebrián va a poner en la jodida calle a no pocos profesionales y ahora sí le gusta la Reforma laboral de Rajoy. ¡Valiente cantamañanas! Pues eso, o los sindicalistas renuevan su fondo de armario o se van a quedar más solos, y obsoletos, que la una.
Circula por las calles de nuestra ciudad un vehículo con un altavoz incorporado que emite consignas, verdaderas falacias, de UGT y CCOO. Tales como “Quieren acabar con todo”, o esa otra en la que se indica que el partido popular quiere acabar con la gratuidad de la sanidad. Y en ese plan. Lo cierto es que lo que quiere el Gobierno es acabar con las prebendas y los tejemanejes que se traen los sindicatos citados, que les producen excelentes réditos con los que llenan la buchaca y se dan una vida de obispo. Sin embargo, estos Méndez, Toxo, Gil, Pastrana, Carbonero, Aróstegui y demás ralea permanecieron mudos como piedras y no sacaron sus huestes a la calle un día sí y otro también para protestarle a Zapatero y a su gobierno socialista por haber  dilapidado, y chuleado, el dinero de todos los españoles y haber convertido España en una escombrera, y, además, haber engañado al gobierno entrante y a Bruselas con el déficit que había generado el gobierno socialista. Se limitaron a reírle las gracias. UGT y CCOO se convirtieron de esa manera en cómplices del desastre que Zapatero y su gobierno han infligido a nuestro país. No dijeron ni pío cuando el bribón de Zapatero se gastó 90.000 millones de euros más de lo que se había ingresado. Por culpa de Zapatero y de sus secuaces sindicalistas estamos sufriendo todo tipo de recortes. Estos sindicalistas no tienen en modo alguno fuerza moral para criticar ni para exigir nada a ningún gobierno que venga después del de Zapatero. Parasitan la sociedad española, viven de nuestros presupuestos, de nuestros dineros, se liberan de por vida y se dan la vida padre. Son ideólogos de la mugre. Nos es que el Gobierno “quiere acabar con todo”, con quienes hay que acabar es con esos parásitos que nos chupan la sangre al resto de los ciudadanos. Recuerde a Esopo, amable lector: “La rueda más estropeada del carro es la que hace más ruido”.

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