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La Ribera (y III)

Cuando los recuerdos envuelven los pensamientos y apoyada en la balaustrada de la "Rivera", el horizonte se pierde en un punto donde el cielo se une al mar; a un mar hermoso que ondula suavemente hasta llegar a la orilla de la playa, dibujando olas con sabor a sal e impregnado el ambiente del salitre de esta tierra.

Y ahí, en mis recuerdos de adolescente me encuentro en el  paseo que bordea a un trozo de Ceuta: “La Ribera”, un pedacito de tierra abrazada por el mar como el mejor de  los amantes. Y allí, en los alrededores, con toda la grandiosidad y majestuosidad: “Las Murallas Reales” rezumando historia por los cuatros costados. Y yo me pregunto: ¿Dónde se ha visto tanta belleza? Quizás sea pasión de una caballa, pero no -me digo-  este lugar  es una preciosidad; mi tierra se adorna con esta  playa como la mejor joya que mujer deseara; -también me digo- será porque  la merecemos…
      Al mirar cómo solo saben mirar los enamorados, una mirada prendida de nostalgia, me he sentido parte de aquel lugar, porque en la historia de nuestra tierra y especialmente en aquella orilla, he recordado muchas vivencias y anécdotas, me he trasladado a los años sesenta de un solo cerrar y abrir los ojos ¡Qué tiempos aquellos!… Tiempos de casitas de pescadores en las entrañas de la playa, tiempos de niños y niñas, adolescentes que disfrutaban de la desnuda belleza,  casi sin saberlo, de aquellas aguas, salitre, arena, sol, luz, amistades, primeros amores y desamores…
Aquellas murallas que enmarcaban la “Ribera”, en tiempos pasados, era como un cuadro que los nativos de la ciudad mirábamos continuamente. Era una de las distracciones por antonomasia; se observaba la vida que día a día se vivía allí, dependiendo de la época estacional: en verano todo era más agradable y apacible, mezclándose la vida diaria de los afincados en el lugar con algunos bañistas. En invierno el balcón seguía abierto al público, esta vez para contemplar el oleaje rebelde de algunos temporales. Hace muchos años que desaparecieron las casas ubicadas debajo de las murallas, aunque supongo que allí, en aquella playa se quedaron grabadas parte  de aquellas vivencias: desavenencias, amores, pasiones, riñas, dificultades económicas, llantos infantiles, sonrisas y alegrías… En la actualidad la playa está exclusivamente para el disfrute de los ciudadanos.
Tuve la suerte de nacer entre los dos puentes, en una casita humilde y llena de amor, amor de los míos. Ella, estaba situada en los aledaños de la Plaza de África, en un patio donde la vecindad  reinaba por doquier; el aroma de las flores que adornaban las ventanas y las puertas de los vecinos, el olor a los "jurelillos" al espeto compartidos por todos. El zic, zic de la cafetera de pucherete, al amanecer y atardecer, era la prueba fehaciente del ambiente tan armonioso que allí se respiraba.
Aquella playa estaba inserta en la ciudad, cerca de la Catedral, la Parroquia Sta María de África, el Ayuntamiento, el Mercado Central, casi al lado de mi casa; desde muy pequeña la he visitado y disfrutado. Mi padre gran deportista y sobre todo nadador, le encantaba zambullirse en aquellas aguas cuyo fondo era rocoso para nuestro disfrute; gafas de buceo, tubo y aletas. A él le gustaba llevarnos  a mis hermanos y a mí a bañarnos en el mar.  Me subía a su espalda y conmigo encima recorría toda la playa, incluso llegaba a la playa colindante “El Chorrillo”, separada por un puente. Mi niñez está llena de recuerdos de aquella playa, de esos días soleados de levante y poniente, que según fuera el viento eran más o menos frías aquellas aguas y por ende más o menos apetecible el baño. Ribera y Chorrillo, nacidas el mismo día, prendida de la mano cual mellizas, hermanas siempre y unidas; sueño eterno en nuestras memorias. ¡Dios sabe cuánto disfruté de aquellos días de veranos, junto a mi padre, que siempre estuvo pendiente de nosotros, y gracias a su tesón y lucha, vio sus sueños conseguidos en referencia a nosotros.
Cuando se es pequeño, no se aprecia la belleza, sólo interesa el divertimento; sin embargo, ahora con los años, cada día, cuando camino  por la «Brecha», y especialmente a horas muy tempranas; cuando los primeros rayos de sol, acaricia las aguas de mi playa, y las gaviotas se desperezan en la orilla, a punto de zambullirse en el agua en busca del desayuno, me estremezco, y siento que mis sentidos se agudizan y no puedo más que sentirme orgullosa de haber nacido tan cerquita de ella, y haber olido a salitre el primer día de mi vida. ¡Dios mío, cuanta belleza! Ceuta se baña de día y de noche por las mejores playas del mundo: Fuente Caballo, La Ribera, Chorrillo, Tarajal, Benítez, Calamocarro, Benzú…
     En mi adolescencia la Ribera tuvo un papel muy importante, allí era donde nos reuníamos la pandilla en pleno, y pasábamos horas y horas;  el verano nos envolvía con su calor que desafiábamos en aquellas aguas tan apetecibles.  Una de las aficiones favorita era el buceo, ver el fondo y todo el misterio que encierra el mar. A mí, particularmente,  me fascinaba, me podía pasar horas buceando de punta a punta debajo de esas aguas cristalinas . Aquella playa, cubierta con chinos, que en algunas ocasiones eran tan grandes que nos impedían tumbarnos al sol. Aun así, era maravillosa, y de tal belleza que sería indescriptible e insustituible. Ahora han cambiado la fisonomía; la han agrandado, han añadido arena fina, está más cómoda, y es  hermosa,  pero en mi corazón llevo gravada mi playita de la Ribera de hace varias décadas. Cuando hoy estoy en ella, estiro mi esterilla y no siento debajo de mi espalda aquellos chinos, a veces tan incómodos, siento una punzada de nostalgia, y pienso “es otro momento, mi adolescencia e infancia, están guardados en el libro de mis recuerdos” y quizás aún olvidados en un rincón de mi ciudad; y, de tal manea, que siempre formarán parte de ella.
     "La Ribera" sigue siendo la playa inserta en el corazón de la Ciudad, y está preciosa, infinitamente bonita y llena de encanto, de eso podemos dar fe; pero nunca debemos olvidar aquella playa de chinos, aquella playa que nos pertenecía y que llevaremos gravadas en el alma de los nostálgicos.
     Dios nos hizo su mejor regalo, nos regaló la oportunidad de mirar “La Ribera”, de poseerla, de tenerla en nuestra tierra, de amarla; fue un obsequio grandioso que todos y cada uno de nosotros podremos disfrutar e invitar a todos aquellos que quieran contemplar, no sólo la belleza de esa playa, sino  la belleza de nuestra  amada Ceuta.
     Y ahora en la edad que los cabellos se impregnan de nieve o de rayos de plata que irradian las estrellas de la senectud, me paro frente al "Foso", recorro la playa Chorrillo y nado en mis recuerdos, a veces contracorriente hasta llegar a la "Ribera" y  dejo volar mis pensamientos. Me  encuentro en aquellas aguas cristalinas, a veces según el viento, bailando las suaves  olas que huelen a mar, y me siento afortunada y más caballa que nunca…

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