¿Alguien no conoce la comarca de los pimientos? No se preocupen, yo les explicaré algo sobre ella. Es, o era, una comarca rica y próspera que se dedica al cultivo del pimiento en todas sus variedades, pimientos morrones, choriceros, jugosos pimientos verdes italianos, pimientos rojos, picantes, aunque su producto estrella, su variedad reina es el gran pimiento verde de toda la vida. Su venta es excelente y eso les produce pingües beneficios que hacen que la comarca prospere y siga creciendo cada día.
Hace tiempo llegó alguien de California vendiendo las bondades de su pimiento amarillo. Estaba convencido de que era el mejor pimiento del mundo y quería que esta comarca cultivara y vendiera ese pimiento en exclusiva, sólo ese. Debo decir que me sorprendió sobremanera que un americano publicitara un alimento sano, pero así son las cosas. Y para conseguir su objetivo envió a cinco expertos comerciales, verdaderos convencidos del pimiento californiano decididos a realizar una labor evangelizadora, bajo jugosa comisión, por supuesto.
Los dos primeros comerciales fueron de puerta en puerta y convencieron un pequeño puñado de productores de que su idea del pimiento amarillo dominante era la única idea posible, y se dedicaron a trabajar sus huertos y a intentar venderlo en exclusiva. Tuvieron algunos resultados, y su venta empezó a crecer.
Un tercer comercial cogió un megáfono, pancartas, convenció a otro puñado de productores y se dedicaron a hacer mítines en plazas públicas, a manifestarse frente a las instituciones del pimiento y a salir en la televisión pública “TVPIMIENTO” (sí, no me miren con esa cara que existía esa televisión) con una publicidad agresiva y francamente convincente, tanto que otro buen puñado de agricultores se apuntaron al pimiento amarillo.
De esta manera, la acción de esos tres comerciales hizo que el mercado se diversificara, el pimiento amarillo empezó a crecer aunque las otras variedades no dejaron de venderse. No obstante el pimiento verde, aunque algo menos fuerte, seguía siendo la variedad más vendida y seguía siendo la que el mercado prefería.
Viendo la evolución de las cosas y algo frustrados porque a pesar de su auge no habían conseguido su objetivo, los dos últimos comerciales fueron mucho más lejos, decidieron ser muy agresivos y no les importó hacer lo que fuera necesario. El fin justificaba los medios, pensaron. Fueron a las escuelas y distribuyeron entre los niños historias inventadas en las que contaban cómo el pimiento amarillo había sido el único pimiento dominante en la comarca desde tiempos inmemoriales. Esos dos comerciales empezaron a acosar e insultar a los que no defendían el pimiento amarillo. Incluso decidieron ignorar a la Asociación Oficial del Pimiento que aglutinaba agricultores de todo tipo de productos y elaboraron una norma para que, a partir de ese momento, se pudieran atribuir la única voz y representación de toda la comarca. Empezaron a proclamar a los cuatro vientos que la comarca eran ellos, y como el pimiento amarillo era su deseado objetivo, se convertía a partir de entonces en el deseado objetivo de todos los habitantes de la comarca.
Ni que decir tiene que aquello fue el caos. Las familias se enfrentaron unas contra otras, se lanzaban pimientos a la cabeza durante las comidas familiares, se dejaron de hablar entre amigos de toda la vida y, aunque seguían comiendo y vendiendo de todo como siempre habían hecho, no existía otro tema de conversación que si el pimiento amarillo debía dominar y si era mejor que el verde. Las personas empezaron a tener miedo de que les dieran de lado o les señalaran públicamente por cultivar pimiento verde que, por otra parte, seguía siendo el más vendido. La paz social se rompió.
Las autoridades centrales del pimiento, que aglutinaban a todas las comarcas, decidieron intervenir, porque estaba produciéndose una auténtica situación de injusticia social de unos sobre otros. Se dieron cuenta de que antes de que esos dos comerciales realizaran sus acciones radicales sin escrúpulos, la convivencia había sido posible. Por lo cual la justicia del pimiento actuó y uno de esos comerciales fue encarcelado en espera de juicio por no haber respetado las normas que hasta ese momento todos habían respetado y el otro huyó al extranjero, concretamente a la comarca de la patata con mejillones.
Seguramente ustedes, que son avispados como zorros (y también diría zorras para corrección política de género), verán un cierto paralelismo con algún tema actual, salvando las diferencias vegetales. Aun así, permítanme que siga contándoles lo que ocurrió.
Una vez en la cárcel, y en la huída inter-comarcal, estos dos comerciales radicales fueron alimentados con una rica dieta variada, no sólo pimientos. Y, fuera de sí, empezaron a lanzar una idea peligrosa: la falta de libertad en la defensa de las opiniones. Es decir, las autoridades centrales fueron mostradas como crueles e injustas porque no aceptaban que alguien defendiera el pimiento amarillo minoritario. Por tanto, afirmaban que habían sido encarcelados y exiliados por defender una idea. Se esmeraron tanto en ese mensaje que mucha gente empezó a olvidar que habían acosado, que habían amenazado, que habían adoctrinado con mentiras, que habían enfrentado a unos contra otros, que habían chantajeado, que habían desviado dinero de todos los agricultores para usarlo en difundir su mensaje excluyente, que habían delinquido, en definitiva. Incluso hubo grupos, como uno llamado Unidos-Comemos, que les compraron ese mensaje y empezaron a lanzar la perorata irresponsable de la falta de libertad en defensa de las creencias de cada uno. ¿Por qué lo hacían? Pues porque sabían que tenían muchas almas crédulas o, mucho peor, malintencionadas, que se creían ese mensaje y de ese modo su organización podía crecer gracias al apoyo de toda esa gente.
Sin embargo existía una prueba muy evidente de que ese mensaje tan peligroso era mentira. Los tres primeros comerciales que defendían el pimiento amarillo seguían convenciendo a los agricultores para que los cultivaran, seguían haciendo mítines, seguían de puerta en puerta y seguían en libertad sin ningún problema porque no quebrantaban ninguna norma. Podían defender sus ideas y lo hacían con libertad.
Es hora de hacer un paréntesis y dejar los pimientos de lado, no porque no me gusten, sino porque quiero hablar claro, sin fábulas de por medio.
Los actos pueden ser muy peligrosos, pero las ideas pueden serlo mucho más. Nos fiamos demasiado de la capacidad de la gente en general para discernir una mentira, la falsedad o la veracidad de una idea, pero subestimamos el poder de la propaganda. Ese poder no estriba en la lógica ni en la ley, sino en la repetición machacona de frases con una falsa apariencia de moralidad.
Declaraciones como la del aspirante a mesías, el señor Iglesias, “me avergüenza que en mi país se encarcele a opositores”, lanzan la falsa afirmación de que alguien es encarcelado por tener una opinión, y no por escudarse en una opinión para quebrantar la Ley. Y lo peor de todo es que cuenta con la innegable realidad de que siempre va a tener alguien que le compre su discurso.
Del mismo modo, la afligida declaración del señor Évole sobre que “la cárcel no es la solución”, lanza La idea de que cree que la aplicación de la ley es una solución política que no solucionará el problema político, cuando no es cierto. Se está aplicando la Ley como forma de justicia con el resto de ciudadanos que sí cumplimos la Ley. Porque ese es el objetivo de la Ley, ser justa e imparcial con todos, hacernos a todos iguales, no servir de herramienta o solución política. La solución al problema político la deberán afrontar y trabajar los políticos, no el poder judicial. Es peligroso hacer creer que ambas cosas son lo mismo y que no existe la separación de poderes.
Llegados hasta aquí, me gustaría concluir la historia de alguna manera, aunque la conclusión no es evidente, ni idílica. La comarca de los pimientos tardó mucho en volver a ser algo parecido a lo que era. Sería tensar demasiado la cuerda de la credulidad de los lectores si dijera que durante muchísimo tiempo no siguieron lanzándose hortalizas a la cabeza en las reuniones familiares. Me limitaré a decir que la mayoría de los agricultores prefirieron y siguen prefiriendo tener variedad en la huerta, sin mentir ni imponer su criterio a nadie. E hicieron bien, porque todos los pimientos se siguen vendiendo de maravilla, aunque yo sea más de tomates.
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