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La reconstrucción de la Megamáquina

La editorial Pepitas de Calabaza ha editado recientemente la obra de Lewis Mumford titulada “El Pentágono del Poder”. Este libro constituye la segunda parte del “Mito de la Máquina”, uno de sus últimos trabajos. En el momento de escribirlo, allá por el año 1969, Mumford era testigo directo de un contexto político agitado. Entonces se sentía con intensidad la “Guerra Fría” entre EE.UU y la URSS. La amenaza de un conflicto nuclear era palpable en el ambiente y la carrera armamentística imparable. La rivalidad entre las dos superpotencias se trasladaba a todos los ámbitos, el económico, el tecnológico, el científico, etc…Un pulso suicida alentado por las respectivas maquinarias propagandísticas de ambos países. Uno de los ejemplos más significativos de esta pugna era la conquista espacial que concluyó con el primer alunizaje.
Mientras esto pasaba, la desmoralización de la población se hacía cada vez más notoria. Los jóvenes protestaban por un modelo de vida rico en bienes materiales, pero tremendamente pobre en el plano espiritual. Al mismo tiempo, las clases más desfavorecidas expresaban su malestar a través de grandes disturbios sociales en algunas ciudades norteamericanas. Entre tanto, surgen los primeros grupos organizados de defensa del medio ambiente, de la igualdad y contrarios  a las guerras, como la que se libraba por aquel entonces en Vietnam. Lewis Mumford fue uno de esos pocos intelectuales que apoyaron a los jóvenes que se oponían a este infame conflicto armado.
Según explica con detalle Mumford en los dos volúmenes del “Mito de la Máquina”, el desarrollo de la humanidad se ha visto condicionado por el surgimiento de lo que denominó la megamáquina, “una máquina arquetípica, compuesta de partes humanas”, dirigida por un dirigente supremo que disponía de una “burocracia rígidamente organizada compuesta de un grupo de hombres capaces de transmitir y ejecutar una orden con la minuciosidad ritualista de un sacerdote y la irracionalidad obediente de un soldado”. La primera megamáquina de la historia fue el Egipto faraónico. Su declive también arrastró  a la megamáquina que no llegó nunca a disolverse del todo, aunque sus componentes se separaron.
Para Mumford, la reconstrucción de la vieja máquina invisible tuvo lugar en tres etapas principales, a intervalos prolongados. La primera etapa estuvo marcada por la Revolución Francesa que si bien acabó con la monarquía dio lugar a un poder abstracto aún más poderoso: El Estado-nación. Una segunda etapa se abrió en 1914 con la Primera Guerra Mundial. Y finalmente, entre 1940 y 1961, emerge la megamáquina modernizada, “dueña de unos poderes de destrucción totales”. Una máquina de componentes humanos que tiene como principales funciones el incremento  de la velocidad, la producción en masa, la automación, la comunicación instantánea y el control remoto.
La megamáquina ensamblada a mediados del siglo XX no ha dejado de incrementar su poder y se ha vuelto más eficaz que nunca mediante una serie de nuevas tácticas: la individualización o atomización de la gente, la imposición del pensamiento único y los sobornos cada vez más activos que favorecen a las clases sociales  más pudientes.
Hoy día la megamáquina está fuera de control, tanto que los lideres de las naciones más poderosas del mundo no han tenido más remedio que reconocer su incapacidad para controlar el poder de la megamáquina en sus múltiples manifestaciones: mercado económico, poder nuclear, organizaciones terroristas,  globalización cultural, etc…Sólo queda una posibilidad para salvar a la humanidad de la catástrofe: que el hombre vuelva a coger las riendas de su destino. Como explica Lewis Mumford en un breve artículo, -publicado en el año 1963 en la Revista de Occidente-, titulado “Ahora le toca al hombre”, la humanidad tiene que “sacrificar sin reservas la pura cantidad para restaurar la elección cuantitativa; hacer pasar la sede de la autoridad de la colectividad mecánica a la personalidad humana y al grupo que disfruta de autonomía; favorecer la variedad y la complejidad ecológica en lugar de subrayar indebidamente la uniformidad y la estandarización; sobre todo, supone reducir la insensata carrera por extender el sistema mismo, en lugar de contenerlo dentro de límites humanos dejando libre al hombre para otros propósitos. Debemos preguntarnos no por lo que es bueno para la ciencia  o la tecnología (yo añadiría en esta relación a los mercados), ni aun menos lo que es bueno para la General Motors o la Union Carbide o la IBM o el Pentágono, sino por lo que es bueno para el hombre; y no un hombre condicionado por la máquina, constreñido por el sistema, el hombre-masa, sino el hombre en persona, moviéndose libremente en cada esfera de la vida”.
No nos queda más remedio que desenmarañarnos del sistema de poder  mediante actos pacíficos de deserción física o mental y a partir de gestos de inconformismo, de indignación y compromiso con los ideales supremos de la humanidad, como los que promueven los integrantes del 15M. Respecto a este movimiento ciudadano nos gustaría hacer una reflexión de carácter histórico. En las principales revoluciones que se han dado a lo largo de la historia, los preámbulos de estos movimientos sociales han estado protagonizados por un reducido grupo de personas de sólida formación intelectual y fuerte compromiso social que han intentado conducir los cambios que exigía la sociedad de una manera ordenada y pacífica. Generalmente, estos intentos de transformación social no solían prosperar por la resistencia de los detentadores del poder económico y político a perder aunque sólo fuera un pequeña parte de sus privilegios.
Como consecuencia de esta negativa de las clases sociales superiores el malestar se incrementaba y la violencia se desataba tomando el mando de la situación las personas con menos capacidad de autocontención y nivel cultural. De este modo, tal y como señalaba Chautebriand, testigo de la Revolución Francesa de 1789 y las revueltas que le siguieron, “la excesiva desproporción de las condiciones y de las fortunas han podido soportarse mientras ha estado oculta; pero tan pronto como la ha visto la generalidad, se ha asestado el golpe mortal”.  Sus “Memorias de Ultratumba” concluye en sus últimas líneas como una predicción, con la que nosotros también damos por concluido este artículo: “sin duda habrá penosas estaciones; el mundo no puede cambiar de faz sin que haya dolor; pero, como he dicho, no serán revoluciones aisladas, sino la gran revolución que llega a su fin. Las escenas del mañana ya no me atañen; llaman a otros pintores; a vosotros, señores”.

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