Categorías: Opinión

La planta

Llevamos casi un año contando lo que pasa en la planta de residuos del Hacho. Aquellas primeras noticias de agosto de 2010, cuando eran pocos los subsaharianos que se acercaban hasta los camiones para escapar, dieron paso a otras en las que puntualmente se informaba de dónde estaban los campamentos, cuáles eran las vías que se usaban y cuáles las rutas alternativas y hasta las horas en las que se aprovechaba para colarse. De todo aquello ha pasado mucho, e incluso desde este medio hemos creado escuela informativa, pero el problema sigue porque, sencillamente los éxitos se consiguen.
Los subsaharianos buscan a la desesperada la huida, sin reparar en que otros compatriotas han muerto aquí en Ceuta o allá camino de Los Barrios. Y curiosamente los que buscan la escapada son los que menos tiempo llevan en el CETI. ¿Por qué? porque se topan con una cruda realidad: la que representan aquellos que llevan años esperando que su situación de bloqueo se resuelva y puedan marchar a la península. La conclusión es clara: si un inmigrante lleva más tiempo en el CETI, al recién llegado no le queda más que esperar su turno o buscar el atajo, aunque éste sea peligroso. Y eso es lo que han hecho muchos: escapar. Las cifras no engañan. Más de 240 subsaharianos consiguieron marchar a la península en 2010 de manera oficiosa. Para que me entiendan, desapareciendo ocultos en camiones o vaya usted a saber, porque la Policía creo que lo sospecha. ¿Y cuántos se fueron por la vía, llamemos, oficial? Pues la mitad, siguiendo los programas de acogida que pone en marcha la Secretaría de Inmigración.
¿Se acuerdan del general?, ¿aquel que lideraba el grupo de los cameruneses de los cartonazos que tanto desquiciaron a don José, primero, y al resto de ceutíes después? Ese también consiguió escaparse de esta guisa, tras acercarse a la planta en varias ocasiones hasta que lo consiguió. No les diré ni la de veces que me lo cruce subiendo la cuesta del Hacho en pleno septiembre.
A una persona que ha escapado de su país de cualquier forma, que ha sufrido todo un periplo marcado por expulsiones, detenciones, atentados contra los derechos humanos... lo menos que le asusta es colarse en un camión de basura aunque algunos compañeros se hayan quedado en el camino. Quizá porque fueron muchos más los que dejaron en el camino iniciado por el África negra.
Así que tenemos un problema. Y de los grandes. Un problema que hemos narrado en capítulos desde hace casi un año, un problema que, con las estadísticas en la mano, no es visto como tal por sus protagonistas; pero un problema para el que los controles policiales aleatorios no son suficientes. Los resultados los tenemos cada día: trabajadores nerviosos porque se sienten amenazados, subsaharianos que cada vez muestran una actitud más beligerante porque buscan escapar a toda costa y agentes de las fuerzas de seguridad que, está claro, tampoco deben ser utilizados como vigilantes privados de una propiedad gestionada por una empresa con una importante inyección económica municipal.

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