Categorías: Opinión

La pésima jugada de Mediaset

El cese del periodista Jesús Cintora como presentador del programa Las mañanas de Cuatro por parte de Mediaset ha producido una vigorosa reacción en cadena, sobre todo en las redes sociales. El grupo audiovisual acababa con la trayectoria del presentador en el citado programa arguyendo que Cintora no se ajustaba a los fines de “informar y no formar” a los espectadores, en otras palabras, se consideraba que intervenía desde una intensa subjetividad en aquellos  temas que se exponían, ya fuera a través de noticias o tertulias, eludiendo las bases de su trabajo como periodista y presentador. Hasta aquí el anuncio podía parecer incluso lógico, porque bien es cierto que Cintora, movido por esos impulsos que le caracterizan, solía entrometerse en los asuntos tratados oscilando casi siempre hacia un posicionamiento más o menos predeterminado.

Además, parece razonable pensar que los gestores de una empresa merecen que sus decisiones sean respetadas siempre que se ajusten a la ley y a unos mínimos morales.
Sin embargo, el impacto y el eco generados no han sido tanto a raíz del corazón de la noticia como sí del fuerte rumor que arrastró la misma, el cual señalaba que habían existido presiones políticas para que se tomara esta decisión, en un sentido muy parecido al otrora se especulara con la caída de Pedro J. Ramírez de El Mundo. En la era de las redes sociales y en los momentos actuales de recio recelo ciudadano hacia la política, cualquier mínimo intento por censurar a las masas o a cualquier personaje mediático que goce de su respeto suele producir situaciones muy tensas como la que está sufriendo Mediaset, a través de un boicot que está durando más de lo que en principio se pudiera prever.
Siendo sincero, he de admitir que encuentro una incoherencia enorme en el movimiento de Mediaset. Por un lado, destituyen a Cintora de su puesto por no cumplir su lustroso “informar y no formar”, y, por otro lado, no rescinden su contrato con el grupo sino que, tras las presiones, intenta recolocar al periodista en otro de sus programas.
La cuestión salta a la vista: si consideras que aquel no ha ejercido un trabajo digno en relación a tus principios, hasta el punto de perder la confianza en él, es evidente que la respuesta ha de ser su expulsión (algo que no ha ocurrido) y no su reubicación, pues una decisión de tamaña relevancia transmite al menos la sensación de que no crees que una advertencia pueda transformar su estilo.
La mayor parte de los acontecimientos que se han desarrollado desde el polémico anuncio hasta el día de hoy, me hacen pensar que a Mediaset le urgía la salida del periodista del puesto que ocupaba pero no del entramado de sus canales, lo cual refleja, de alguna manera, que aquella no estaba del todo descontenta con su trabajo, hecho que parece compatible con una hipotética presión exógena. Sea como fuere, lo cierto es que la decisión tomada por el bloque empresarial se ha justificado públicamente de forma nefasta, a través de razonamientos de evidente incoherencia, cuyo principal efecto es, al contrario del pretendido, el refuerzo de los chismes, sean ciertos o no, lo cual no favorece, en absoluto, al gigante audiovisual.

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