Categorías: Opinión

La pesadilla del Sahara

Tortura, represión brutal, persecuciones puerta a puerta, detenciones masivas, muertos, heridos… El horrible y cruento desmantelamiento por parte de Marruecos del campamento de 20.000 refugiados saharauis de Gdaim Izak, próximo a El Aaiun,  coincidiendo en plenas conversaciones con el Polisario, debería clamar a la conciencia internacional. Pero ya vemos la realidad. Todos parecen mirar hacia otro lado. Yo me pregunto qué habría ocurrido en ese sentido si idénticos hechos los hubiera perpetrado Israel sobre campamentos palestinos.
Pero se trata de Marruecos y de su sátrapa soberano, Mohamed VI, dispuesto a defender a sangre y fuego la “integridad de su territorio”, de las que llama sus “provincias del sur”, pese a carecer del menor título de legitimidad sobre ellas y sin que ni siquiera ninguna potencia haya reconocido esa anexión. No es sólo ya  del control de los fosfatos. En la zona hay bolsas de petróleo y su banco pesquero sigue siendo uno de los más productivos del mundo.
El Sahara se ha convertido en una cuestión sagrada, intocable para nuestros vecinos. Es su ansiada prolongación del “gran Marruecos”, sobre territorios que estuvieron bajo la soberanía española. Sucedió con Cabo Juby y Tarfaya, en 1958, después con Sidi Ifni, en 1969, y hace 35 años con ese Sahara de la discordia. Sólo les queda Ceuta y Melilla. De momento asistimos sólo al prólogo de una trayectoria que no ha hecho más que empezar y a la que no se ha respondido con la suficiente firmeza, sin menoscabo de las indiscutibles y necesarias buenas relaciones entre los dos países.
Mohamed VI sabe que juega con las mejores cartas en el asunto del Sahara. Su pérdida podría hacer tambalear su trono con las consecuencias que ello pudiera traer para la implantación de un régimen islamista. De ahí el apoyo de EE.UU., que bajo ningún concepto quiere tal sistema al otro lado del Estrecho. De otra parte el tradicional y firme de apoyo de Francia y el de la propia Unión Europea. ¿Cómo es posible que ésta pueda tener como socio preferente a Marruecos, un país que, como se ha vuelto a demostrar, no respeta los derechos humanos?
Y España viéndolas venir. Con su tradicional tibieza se limita a lamentar los hechos. No los condena amparándose en la confusión del momento. Pide, simplemente, que se aclare el brutal asesinato del español de origen saharaui. Palabras vacías mientras se retiene y veta a los periodistas españoles a los que Marruecos aplica un vergonzante cerrojo informativo.
España no parece estar dispuesta a apoyar la causa de un justo referéndum que Marruecos elude. Sabe que estaría sola en el intento, visto el silencio de las demás potencias y con su prestigio en política internacional ahora mismo bajo mínimos. Y además es consciente, también, del precio que tal postura tendría cara el vecino del sur, tan envalentonado en estos momentos con nuestro país.
No lo hará siquiera ante la UE, consciente que, de inmediato, Mohamed nos podría responder con una oleada de pateras y con asaltos masivos a las débiles fronteras de Ceuta y Melilla, ciudades sobre las que su reivindicación iría más allá de la retórica, sin olvidar un más que seguro relajamiento también del control del terrorismo islámico. Es evidente que Marruecos nos tiene cogidos por ese sitio.
Aunque geográficamente lejano, cualquiera que sea la salida al conflicto del Sahara, repercutirá sobre nuestras dos ciudades. Si en un más que aparentemente imposible referéndum el pueblo saharaui alcanzara su independencia, el vecino, de inmediato, se abalanzaría sobre Ceuta y Melilla. Ya no sólo con palabras sino con hechos mucho más graves.
En el otro supuesto, en el del reconocimiento internacional de sus “provincias del sur”, el siguiente paso de Mohamed VI sería redoblar también su ofensiva sobre nuestras dos ciudades reivindicando ya con firmeza la “recuperación de su integridad territorial”.
Los atentados de esta semana contra la población saharaui, los más graves desde que en 1991 se declarara el alto el fuego en la zona, no son un hecho aislado. Es el último eslabón de una cadena de persecuciones que viene padeciendo por parte de Marruecos desde hace 35 años, país por cierto,  al que España le vende armas por valor de 340 millones de euros.

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