Colaboraciones

La Pascua Militar, la proyección al porvenir y a los más sagrados intereses

Si existe una Historia dilatada a lo largo de los tiempos, esa es propiamente la de los Ejércitos de España, memorias, relatos y efemérides celosamente documentadas a base de sudor y sangre, que no engloba únicamente las batallas o sitios que se entretejieron entre los hechos acontecidos.
Hoy, 6 de enero, nos encontramos ante uno de esos capítulos más sobresalientes que se cristalizó con la recuperación de la soberanía española sobre la isla de Menorca, que, desde el Tratado de Utrecht había quedado en manos británicas, al igual que Gibraltar.
Por aquel entonces, Su Majestad Carlos III de Borbón, proclamado rey de España en 1759, estimó oportuno que, para defender su imperio cercado por las fuerzas inglesas, necesitaba disponer de un ejército regenerado y una armada, en aquel tiempo flotas, con disposición para resolver las complejidades beligerantes de la época.
Pero, para conseguir este digno fin, el monarca tuvo a bien aprobar en 1768 las Ordenanzas para el régimen, disciplina, subordinación y servicio de sus milicias, que tan larga vida iban a tener y que, sin lugar a dudas, inteligentemente secundado por un núcleo de eficaces y cultos colaboradores, se convirtió en el punto de anclaje para transmitir el resurgimiento de una organización militar más dispuesta y con espíritu renovado.
Una normativa que promovió la incardinación de la defensa en el único poder legítimo del país, proporcionando la adaptación de las Fuerzas Armadas a las nuevas realidades del momento.
Convirtiéndose la figura del rey en el paradigma del cambio.
Este aliento impertérrito que paulatinamente fue amplificándose en las tropas hispanas, permitió abordar la colonización y conquista de varios frentes operacionales. Entre ellos, hay que resaltar el acaecido en la orilla sur de la boca del puerto de Mahón, donde nos atinamos ante el castillo de San Felipe. Una fortificación de estilo abaluartado que, tras numerosas incursiones enemigas, pasaría a formar parte de entre una de las páginas gloriosas que con el suceder de los tiempos, prosiguen eternizándose en la personalidad de estos Ejércitos.
Históricamente, este emblemático lugar, con anterioridad a los lances sobrevenidos, hubo de digerir varias opresiones foráneas hasta su restablecimiento definitivo. La primera de ellas fue de origen inglés, abarcando de 1713 a 1756; la segunda de procedencia francesa, de 1756 a 1764; y, por último, desde 1764 a 1782, nuevamente la milicia inglesa pretendió hacerse con la toma de esta defensa, que, precisamente es la vicisitud destacada que nos enmarca en la Celebración de la Pascua Militar.
Premisas que nos ayudan a encajar la magnitud de lo que a posteriori iba a desencadenarse, al argumentarse que, según consta en el material documental analizado, durante el siglo XVIII el arsenal naval de Mahón se categorizó como la mayor base británica ultramarina. A lo que habría que sumarle, que, la protección del comercio marítimo de aquel sector, fue la mayor aspiración de las guarniciones de Menorca y Gibraltar.
Posesiones que suponían un punto de inflexión en el orgullo y la dignidad de los españoles, por lo que resulta sencillo deducir, lo que ciertamente conjeturó la custodia de estos dominios.
Al hilo conductor en la secuenciación del asedio brevemente relatado, al alba del 6 de enero de 1782, Mahón y casi la totalidad de la isla de Menorca, fue sacudida por la intensa artillería española que semanas antes había desembarcado. Dándose por iniciado, el hostigamiento al baluarte consagrado a ser soberano de la Corona de España, donde estaban guarecidos los ejércitos británicos.
Alcanzado el 5 de febrero, tras resistir arrinconados virulentos y persistentes bombardeos, así como, realizar incursiones en los aledaños del fortín para tratar de derribar las obras españolas y conseguir hacerse con algunos prisioneros, el general británico propuso al duque de Crillón, capitán general de las tropas españolas y de las aliadas francesas, condiciones para entregarse y marcharse de la isla.
Cómo era de pensar, aplicando sus nobles principios, aceptó algunas de las concesiones, pero, otras no.
Finalmente, las resistencias británicas flaquearon en sus intenciones y acabaron rindiéndose. Siéndole arrebatadas sus banderas, armamento, cañones, morteros y obuses, víveres y otros pertrechos dispuestos para la defensa. Suceso que en datos cuantitativos desencadenó en 59 muertos, 149 heridos y 35 desertores.
En nuestros días, la estela de anhelo que 237 años después nos ha otorgado esta reconquista, permanece viva desde las épocas que han trascendido, si bien, perpetuándose en su significado hasta alcanzar el entorno presente.
Festividad que gradualmente se ha institucionalizado en el nuevo marco vigente, hasta configurarse en el primer acto social del año recién estrenado, con la que Su Majestad el rey Felipe VI, como Mando Supremo de las Fuerzas Armadas y símbolo vivo de la unidad de España, se reúne esplendorosamente en el Salón del Trono del Palacio Real con los representantes de los Ejércitos y del Ministerio de Defensa, entre otras autoridades.
Sin embargo, hoy España se halla ante una de esas situaciones en las que cabría catalogarla de turbulentas. Una superficie encajada en una Europa abierta a una fase de redefinición de las reglas internacionales, que, en cualquier coyuntura que se atisba, nos irrumpe históricamente.
También, como es notorio, este país está inmerso en un universo globalizado y susceptible ante la amenaza terrorista, donde el éxito de la seguridad se calibra por el punto de confianza con el que la ciudadanía armoniza la vida cotidiana.
Un período enjuiciado de manera generalizada porque, a la vista está, que los valores esenciales han quedado prácticamente sepultados ante el desconcierto intransigente, mientras que los competidores hacen alarde de certezas extremistas.
Tal vez, en instantes como estos, la ciudadanía observe con perplejidad a los Ejércitos de España, interrogándose si son los consignatarios de aquellos valores evocados en tantísimas ocasiones, pero, hoy, tan dañados por populistas y separatistas dispuestos a degenerarlos.
Estos Ejércitos como ningún otro, depositarios de la idea secular de la Madre Patria, exhiben en su transitar diario como si de un tesoro se tratase, numerosos matices a los que le acompaña el emblema de quiénes le antecedieron en el cumplimiento del deber.
Diecinueve años después desde la inauguración del siglo XXI, en el mundo bullen esfuerzos atraídos en la contención de un ceño específico, revolucionándose a gran escala el balance de las fuerzas entre los actores estratégicos, hasta advertirse el desarrollo tecnológico en los ámbitos de las telecomunicaciones e informática, donde los métodos internacionales provocan variaciones de orden geopolítico.
Conformándose, un sistema con mayor dependencia recíproca del que los Estados no pueden sustraerse.
Ante esta deriva y dentro de un raciocinio de coordinación y cooperación, la comunidad global ha dado pruebas más que evidentes de flexibilidad y afán en la exploración de la seguridad y equilibrio internacionales, predisponiendo que las naciones examinen con mayor rigor los conceptos de Seguridad Nacional.
La disminución de los conflictos interestatales, como el renacimiento de resarcimientos no tradicionales y el impulso tecnológico antes indicado, imprimen a los acontecimientos comunes velocidad de crucero que, inexcusablemente, inducen a dar respuestas certeras.
Estos elementos concretan la traza de las divergencias que actualmente desafían al planeta. Suscitándose estilos que están más encaminados a la reconceptuación de principios como los vinculados con el Estado-Nación, la soberanía o la línea convencional que marca el confín de un territorio.
Cada país, conforme a sus precedentes históricos o contexto territorial, político, económico, social y militar, afronta serias advertencias infundadas en el seno de su enclave, tales como, dificultades de origen étnico, religioso, desigualdades sociales o corrupción, entre algunas; al mismo tiempo, que, debe encarar disensiones transnacionales como la cuestión universal de las drogas, la represión del tráfico ilícito de armas o la inmigración irregular.
De lo expuesto se extrae concienzudamente, que, la seguridad posee su raíz en la misma estrategia que disponga cada país, requiriendo de la colaboración de las partes constituyentes de la sociedad, mediante acciones implícitas que garanticen la fiabilidad y certidumbre.
Haciéndose imprescindible, por tanto, desechar aquellos ideales que asignaban a las Fuerzas Armadas, como las únicas y exclusivas, en el encargo de la seguridad.
Solo aquel Estado-Nación que legitime su seguridad, estará en condiciones de favorecer eficientemente la configuración de procedimientos bilaterales, subregionales, regionales e internacionales, conducentes a salvaguardar la concordia entre los pueblos de la Tierra e inducir a los esfuerzos multinacionales, que, en definitiva, hacen preservar la seguridad y la paz colectiva.
El éxito de España radica en ser destello del vasto espectro de visiones e ideologías que definen a la sociedad de estos años irrevocables, con la mirada puesta en el mañana, coherente con la historia y leal a los principios básicos que le han proporcionado pujanza y consistencia.
Este enemigo, al que se le denomina asimétrico, se manifiesta neutro, imperceptible y convencido de sí mismo, hasta el punto de inmolarse. Un adversario indiferente a los estragos que provoca a inocentes y comprometido en ocasionar la mayor devastación de agravios. Infiltrándose entre los elementos más débiles de la población, para más tarde, si se le replica, condenar los posibles daños colaterales.
Ante el paisaje retratado, las Fuerzas Armadas de España se sostienen solícitas a los trances que van punteando los antecedentes de la seguridad. Así, la proyección de los recursos humanos ensamblado a la modernización de los medios materiales, permiten una mayor tecnificación y aporte a las nuevas tecnologías, con un alto grado de instrucción en el desempeño de las misiones.
Como, asimismo, los valores castrenses se constituyen en la mejor herencia de las antiguas generaciones, porque, con el ejemplo y perseverancia, se han dispuesto en la concatenación de virtudes y deberes.
No desdeñándose de este escenario, el sistema de educación, adiestramiento y doctrina militar que, hoy por hoy, continúan siendo los verdaderos culpables de forjar, velar y hacer aún más grande, estos conceptos de vida enteramente consagrada y dedicada a enormes sacrificios.
No podría interpretarse la actuación de nuestras Fuerzas Armadas, si no se educan o ejercitan estos valores como requerimiento cardinal, con los que se corrobora que el accionar de sus miembros se encuadran en los mandatos fundamentales, que, a fin de cuenta, norma la conducta intachable.
Estos Ejércitos materializan infinidad de operaciones invisibles, tanto en misiones humanitarias como en los quehaceres habituales, donde juegan un papel extraordinario en defensa de los valores universales más loables.
Una organización proactiva catalogada como inigualable, que hace de la profesión un canal de principios, pero, sobre todo, de dilatadísima generosidad. Hombres y mujeres que no tiemblan y si así fuere, nos sirven con lo mejor que poseen para que gocemos de un Estado de bienestar común y conservemos la calma que anhelamos.
Siendo una evidencia, que, las Fuerzas Armadas son reverentes con la Carta Magna que recientemente ha cumplido cuarenta años, como el documento sagrado y soberano por excelencia, que sella los derechos y las libertades a la hora de reconocer y modular la pluralidad, a la que el Ejército guarda respeto y obediencia, como a las Leyes, Convenios y Tratados Internacionales de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario.
Se emprende para la Institución Castrense el año 2019, con la meta confiada de nutrir el elevado nivel de operatividad y disponibilidad adquiridos, prosiguiendo en la búsqueda de espacios que optimicen y perfeccionen las capacidades y destrezas, para que este país trascienda a sus más sagrados intereses, cultivando el acervo histórico y fraguándose al porvenir.
Pero, no podemos perder de vista el año 2018 como un pretérito que quedó ahí, en los que, crecieron la intensidad de virulencia entre los conflictos internacionales, como la lucha de fuerzas sirias y libias que permanecen latentes; el curso devastador extendido en Iraq o la irrupción reiterada de tensiones armadas entre Palestina e Israel.
En los últimos lustros, hemos sido testigos de episodios que han retocado la hechura política, económica y social de la humanidad y de los territorios en su esfera interna, que, por ventura, han hecho que nada persista constante, sino que todo se halle en incesante mutación y esto, tardíamente o quizás, por adelantado, terminará implicándonos.
Obviamente, la experiencia internacional acumulada nos insinúa que, quienes han logrado descifrar e implementar los entornos que oscilan con los consiguientes influjos externos, han podido concurrir con más éxito que carestías en los procesos de desenvolvimiento en el que nos topamos.
Toda vez, que, los que han fracasado en el razonamiento y diseño de los resultados o, implícitamente, han sido remisos a embarcarse en cualquier orna de cambio, ahora deben sufragar elevados costos sociales, políticos y económicos.
El Reino de España junto a sus Ejércitos, ni mucho menos ha quedado indiferente ante esta expresión sincrónica, estando envuelto en una causa de transformación profunda en el que hay que prestar oídos a ideas ajenas y exponer con clarividencia, opiniones precisas.
Indiscutiblemente, este entramado nos propone desafíos verdaderamente titánicos, en los que se nos brinda con oportunidades, fundamentalmente, en lo que atañe al potencial social, cultural y económico, siendo responsabilidad de los españoles, considerar quienes somos, dónde nos encontramos y hacia dónde nos dirigimos.
No pudiendo quedar postergado con respecto a la defensa, el carácter contraído por la Constitución Española, al optimizar excepcionalmente la buena organización y funcionamiento de sus Ejércitos.
Cuatro décadas que han tomado el pulso para valorar reflexivamente los cambios impulsados.
De ahí, el salto cuantitativo y cualitativo experimentado en la matriz de las Fuerzas Armadas, donde la evolución ha llegado a cualesquiera de las parcelas que la totalizan y en las que han sido categóricas la innovación y el progreso.
Con esta perspectiva, los Ejércitos de España se han incrustado apropiadamente a la sociedad de hoy, a la que sirve con desvelo. Habiéndose adecuado a un concepto de seguridad en la que ya no se defienden exclusivamente los límites fronterizos, sino que, además, se acomete la paz con la impronta de la ayuda humanitaria, en coherencia con la marcha de la seguridad existente.
Si cabe, cobrando aún más fuerza y solvencia, la presencia militar española en el plano internacional. Conjuntamente, se han regenerado aspectos tan indispensables como la formación, el adiestramiento o el armamento y el equipamiento.
En estas circunstancias que no dejan de ser excepcionales, se encuentran diligentes las Fuerzas Armadas garantes de los valores constitucionales y embajadora incansable de la paz e implicada ambiciosamente con la Europa de la Defensa.
Este Ejército es una coraza activa, con voluntad de auxiliar a los que más lo necesitan y estar en permanente aplicación para hallarse preparado dentro y fuera de nuestras fronteras.
Por lo tanto, los Ejércitos de España practican con cautela el compás de la vida y cómo se desenvuelve el mundo, donde los países indagan la invención de un arma que les ofrezca supremacía ante sus enemigos. Quienes, además, buscan ganar la carrera armamentística ante cualquier guerra que se desate en los próximos tiempos.
El futuro incierto, ahí está, aguardándonos a cada paso que damos. No queda otra que adaptarse a los escenarios reinantes, por ello, las Fuerzas Armadas españolas están mejor dispuestas, conjugando evolución y formación, que, conforme se han sucedido los plazos, ha confluido en experiencia y conocimiento atesorado.
De ahí, que, entre los retos a corto plazo, prevalezca la modernización para que se ordenen consecuentemente las capacidades ante los nuevos envites, en los que se prioriza aquello que es compartido por y de beneficio para todos. Siendo elemental, intensificar la motivación del personal y cosechar un mayor conocimiento de los Ejércitos por parte de la ciudadanía, en los que no impere un cuerpo inconexo, desconocido o disonante que impida cualquier situación disfuncional entre la sociedad y las Fuerzas Armadas.
De hecho, uno de los indicios palpables que hacen posible la no concurrencia en la pérdida de visibilidad y prestigio social del Ejército, queda patente con la participación en numerosas misiones, entreviendo el gran privilegio al reconocerse la extraordinaria capacidad profesional y medios para poner en acción los conocimientos alcanzados durante la instrucción en el territorio nacional.
También, es motivo de satisfacción, la aportación individual en aspectos tan primordiales como la estabilización internacional y la seguridad, pero, sobre todo, la buena imagen de España a través de la contribución a las distintas organizaciones internacionales, que, aunque pueda parecer incongruente, asiste a una proliferación de crisis y conflictos emanados de nacionalismos extremos, contiendas étnicas o religiosas, controversias fronterizas o de rivalidad por hacerse con los recursos naturales y económicos.
Con todo, ahí están las Fuerzas Armadas de España, aceptando las resoluciones supranacionales y tratando callada, pero, esforzadamente de imponer vida y esperanza, allí donde sólo se tiranizan los odios. Es más que ostensible, que España ha hecho notorio el saber asociarse a un ambiente multinacional como es la estructura OTAN, abanderando su firme compromiso con los países aliados que la integran y tendiendo la mano con el potencial humano plenamente aleccionado y preparado, hasta contribuir con medios tecnológicamente avanzados y determinativos.
Pero, no lejos de esta realidad como fruto de la celebración de la Pascua Militar, los valores de entrega a los ideales del Ejército prosiguen intactos a los ojos de todos, para ser absorbidos por quién así lo considere, como un diamante precioso en su proyecto de vida.
Por eso, cuando en esta mañana Su Majestad Felipe VI se dirija a los más altos representantes del Gobierno y de las Fuerzas Armadas, lo hará no sólo regia, digna e íntegramente como Jefe Supremo de los Ejércitos, sino, de igual forma, como Jefe de Estado, que aguarda para sus ciudadanos los mejores parabienes, previa unión de los corazones y mentes de los españoles con su monarca y de los Ejércitos, que ahí estarán siempre como guardianes de la libertad y la paz.

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